27 Jun “Voluntariamente vivo en el pasado desde niño”
Por Martín Rodríguez Yebra
El “perro diabólico” de la novela negra es un señor altísimo de 67 años, que gasta camisas hawaianas, mira a los ojos, habla pausado y se esmera por acompañar las palabras con una sonrisa, como si acabara de terminar un curso de diplomacia. Quizá los años limaron los dientes de James Ellroy o, tal vez la fama de tipo colérico, irreverente, corrosivo sea sólo un disfraz del personaje detrás del cual se esconde uno de los escritores esenciales de la literatura norteamericana contemporánea. En todo caso, la furia sigue intacta en sus novelas: obras ambiciosas, desbordantes de crimen, corrupción y todas las miserias humanas, pero marcadas también por la obsesión de construir una historia alternativa -secreta y maldita- de su ciudad, Los Ángeles, y su país, Estados Unidos.
La falsa modestia no cuenta entre sus defectos. Sostiene que sus libros “son perfectos” y hace tiempo que dejó de definirse como el mejor escritor de novela negra: ahora se proclama como “el mejor escritor y punto”. Reniega del género en el que se lo encasilla desde los años 80, a partir del éxito de La Dalia Negra, y de las comparaciones con mitos como Raymond Chandler y Dashiell Hammett. “Me aburren -aclara-. Yo me considero un novelista histórico.” Aclara que no hablará de política. Tampoco quiere volver al crimen irresuelto de su madre, cuando él tenía 10 años: el evento que marcó su vida pero del que ya cree haber contado todo en su autobiografía Mis rincones oscuros.
Ellroy está en plena gira mundial para promocionar Perfidia, una novela épica de casi 800 páginas con la que inicia un nuevo “Cuarteto de Los Ángeles”, en el que retoma personajes y tramas de las dos series de libros anteriores con las que se ganó el reconocimiento internacional. El primer cuarteto (La Dalia Negra, El gran desierto, L. A. confidencial y Jazz blanco) retrataba el lado oscuro de su ciudad entre 1946 y 1958. La “Trilogía americana” (América, Seis de los grandes y Sangre vagabunda) ampliaba la mira hacia todo su país y cubría eventos de 1958 a 1972.
La nueva serie lo lleva más atrás en el tiempo. Arranca en 1941, en Los Ángeles, un día antes del ataque de la aviación japonesa a Pearl Harbor. Algunos de sus más famosos personajes (Kay Lake, de La Dalia Negra o el sargento Dudley Smith, de L. A. confidencial) quedan envueltos en una trama de crímenes y espionaje, mientras la locura de la guerra desata una persecución despiadada contra la comunidad japonesa de California. “Me di cuenta de que podía escribir otro cuarteto de novelas, ambientado en la Segunda Guerra Mundial, y retratar a mis viejos personajes en sus años jóvenes. Cuando estos libros estén terminados quedará una historia integral, ficcionalizada, de mi ciudad y de mi país que abarcará desde 1945 a 1972”. Hace una pausa y, agrega, como una confesión: “Fue una decisión de megalomanía literaria”.
Ellroy se presenta como un hombre que ha decidido “vivir en el pasado”. Nunca tuvo teléfono celular. Dice que jamás navegó en Internet, que no ve televisión ni lee los diarios. “No me interesa la actualidad”, dice, sentado al borde de la silla, en una salita de la editorial que publica sus libros en España.Parece reafirmarse en esa descripción cuando se entera de que la entrevista es para un medio argentino. “¿Argentina? ¿Eres de un escuadrón de la muerte? ¿Eres fascista? Todos en Argentina son amigos del general Stroessner?”, pregunta, con sonrisa pícara. Le recuerdo que Alfredo Stroessner era un dictador paraguayo y que los escuadrones de la muerte dejaron de operar en la Argentina hace más de 30 años. Corta el tema: “Como sea, hazme preguntas”.
-¿Por qué decidió reintroducir a sus personajes y lanzarse a escribir una precuela de sus novelas anteriores?
-Tenía la ocasión de retomar la trama, embellecerla y explotar el potencial dramático de las dos primeras partes. Fue algo natural.
-¿Ha desarrollado alguna suerte de relación con esos personajes, a los que vuelve años después? ¿Los extraña o hay algo que no le permite dejarlos?
-No tengo una relación, porque no existen fuera de mi mente. Yo simplemente quise volver a ellos y, con los dos primeros tercios de este trabajo, necesitaba volver y completar la historia. Me identifico con todos ellos: yo los creé y representan mis preocupaciones morales.
-Como en todas sus novelas, el contexto histórico es fundamental en Perfidia. ¿Cuál es su vinculación personal con la Historia?
-La verdad es que estoy obsesionado con la Historia. Voluntariamente vivo en el pasado desde que era un niño. Miraba las fotos en las revistas de la época de la guerra y me impactaban. Leí un millón de historias, un millón de novelas de crímenes. Es natural que con el tiempo llegara a fundir la novela histórica y la novela negra. Hay una anécdota que refleja esta fascinación con la historia. Cuando tenía 8 años, en 1956, la omnipresencia de la Segunda Guerra Mundial me alucinaba. Yo creía que todavía seguía. Entonces dije algo que alertó a mi madre sobre esa idea errada y ella me explicó que la guerra había terminado tres años antes de que yo naciera. Pero creérmelo fue muy duro.
-¿Cómo trata con los hechos? ¿Investiga, contrata a un investigador para evitar errores?
-Contraté en ocasiones a investigadores para que me prepararan cronologías o hicieran chequeos de datos, así no tenía que hacerlo yo. Pero no estoy buscando nueva información histórica para sacarla a la luz. En general inventó las situaciones. Conozco un período de la historia de Estados Unidos y trato de no contradecir los hechos. Busco escribir grandes novelas, como Perfidia, a partir de un pequeño fragmento de la historia y a partir de ahí la reescribo, la adapto a mi conveniencia.
-Coloca la trama de Perfidia en un momento particularmente incómodo de la historia norteamericana: el confinamiento de japoneses en campos de concentración, el odio y la violencia contra ellos. Pero por momento parece describirlo de una forma acrítica, sin agregar un toque moral…
-No creo que sea así. Yo condeno esos hechos y eso se refleja en que tres de mis protagonistas piensan que está mal lo que está ocurriendo a su alrededor.
-Quizás el humor negro disimula esa condena.
-Bueno, humor amarillo en este caso. No tengo ninguna intención de que me consideren políticamente correcto.
-¿Nunca consideró escribir una novela que transcurra en el presente?
-No me interesa en absoluto.
-¿Por qué?
-Yo vivo en el pasado. Tomé una decisión hace mucho, mucho tiempo. No me interesa escribir nada sobre los tiempos actuales. El presente me aburre y por eso lo ignoro mayoritariamente. No leo los diarios. Nunca he usado una computadora ni aprendí a moverme en Internet. No tengo teléfono celular ni iPad ni ninguna de esas porquerías. Escribo a mano y por suerte tengo dinero para contratar a alguien que transcriba mis escritos. En mi casa hay un teléfono colgado de la pared que me permite conectarme con el mundo sin ningún problema. Tengo también un fax para pasarle las páginas que escribo a mi asistente.
-¿Lo de escribir a mano no es algo que piensa en cambiar?
-Escribir con una lapicera en un cuaderno, como hice con mis 19 novelas, me ayuda a mantener la concentración. Creo que me permite encontrar una mayor riqueza en el texto.
-¿Lee literatura o también abandonó ese hábito?
-No, no leo. Se siente como una mierda en mi cerebro. No siento ninguna necesidad. Tengo una vida mental que me satisface y es enriquecedora. No tengo sentimientos por el mundo a mi alrededor.
-¿Qué siente cuando lo comparan con Chandler o Hammett?
-Estoy aburrido de esos tipos y de hablar de ellos. No me gusta esa comparación. Ya tuve demasiado de ellos. Si tengo que recomendar un libro, prefiero Libra, de Don DeLillo, sobre el asesinato de Kennedy. También disfruté de las obras de Meyer Levin, como Compulsión, o de John Gregory Dunne y Joseph Wambaugh. Ellos me aportaron mucho más que Chandler o Hammett.
-¿En qué encuentra la inspiración, qué lo impulsa a seguir escribiendo?
-En una palabra diría “la historia” y en mi decisión de vivir dentro de mi imaginación. Soy mi propia máquina del tiempo.
-Sus novelas transmiten en general una visión oscura del mundo. ¿Es un reflejo de su propia mirada; se considera un pesimista?
-No, no coincido. Yo soy un optimista. Mis libros desbordan de amor, sexo, romances.
-También de crimen, corrupción, traiciones?
-Pero esas cosas no me deprimen. Tal vez porque vivo setenta años en el pasado. En realidad no tengo tendencia a la depresión, sino a la ansiedad. Lo que suele pasarme es que vivo constantemente deseando estar solo, en un cuarto oscuro.
-¿Es algo así como un ermitaño?
-No sé. Cuando me encierro lo único que hago es trabajar. Tengo miedo de morir y los libros que escribo son esfuerzos sobrehumanos de concentración, en busca de una trascendencia. Yo puedo estar apartado en mi vida personal, pero necesito conectar con los demás. Esa conexión son mis libros. Cuando muera habré dejado un legado. Casi todas las personas que leen mis novelas son absolutos extraños para mí, pero hay mucha gente en mi país, aquí en España, en Francia, en la Argentina o en China que leen lo que yo escribo. De esa manera yo me relaciono con la comunidad y por eso para mí es tan importante seguir escribiendo y hacerlo cada vez mejor.
-Empezó a escribir a una edad mayor que lo habitual, después de pasar por el alcohol, las drogas y la cárcel, ¿cómo influyó eso su carrera?
-Quizás al haber arrancado con 30 años fui siempre más consciente del sentido de mi trabajo. Llevaba un año y medio sobrio, quería rehacer mi vida y, por encima de todas las cosas, lo que ansiaba era escribir novelas.
-Sus libros se caracterizan por un estilo muy propio, sobre todo por el lenguaje telegráfico, las frases cortas y filosas, desnudas de adjetivos innecesarios. ¿Qué busca provocar en el lector?
-Sí, pero este libro tiene un estilo muy diferente al de otros de mis libros. Porque los personajes lo piden, porque son inusualmente introspectivos. Sería errado pensar que este libro mantiene el estilo por el que se me ha caracterizado. He desarrollado otro que encaja en los hechos violentos que estoy describiendo en tiempo real y en los personajes. Es el acompañamiento visual para los tiempos sobre los que estoy escribiendo. Estoy convencido de que Perfidia es mi libro con mayor riqueza humana, el que muestra la mayor diversidad de personajes y de motivaciones. En general lo que busco con el idioma es crear una telaraña de obsesiones. Yo escribo de forma obsesiva y me salen libros largos, complejos. Espero de mis lectores que los lean obsesivamente, que se metan en la trama y se sientan forzados a tragarse muchísimas páginas de golpe.
-Hace ya 35 años que se dedica a escribir novelas, ¿diría sin dudar que es mejor escritor ahora que antes?
-Sí, por supuesto. Soy más disciplinado, tengo la experiencia que viene de escribir 19 libros, traté muy, muy fuerte de tomar riesgos con el lenguaje, mis poderes de concentración son más fuertes que nunca. Trabajo día tras día, con bastante disciplina. Siempre fui así, pero con el tiempo me he perfeccionado. Creo que soy uno de los grandes escritores de esta era.
-¿No le pasa lo que a muchos grandes novelistas que sienten que el tiempo les quita frescura o pasión?
-Lo siento por ellos. Es algo horrible. Pero no es mi caso. Yo tengo una pasión inagotable por la novela.
-¿Cómo se lleva con la fama?
-En general, cuando camino por las calles la gente no me reconoce. Soy sólo un tipo. Dos o tres veces al mes en Los Ángeles alguien me reconoce por la calle y es maravilloso. Me gusta. Pero no es que sea una estrella de cine. Soy un agradecido por el reconocimiento.
-Ha dicho muchas veces que odia la imperfección. ¿Qué es para usted un libro perfecto?
-Cada libro de los que escribo es perfecto para mí en el momento en que lo entrego. Luego la percepción va cambiando y paso a estar menos enamorado de él, al tiempo que se apodera de mí un hambre por eclipsar ese libro.
-Y así el último es el mejor, como dicen casi todos los escritores.
-Claro. Y en mi caso, además, es absolutamente cierto. Busco que mis palabras sean perfectas, que la construcción sea perfecta, que sea profundamente emotivo, estilísticamente riguroso. Perfidia es mi última versión de la perfección.
-¿Se arrepiente de algo que haya escrito?
-Creo que Seis de los grandes es algo plano. No digo que no me gusta. Diría que no me arrepiento de nada.
-Usted es una persona religiosa. ¿Qué significa Dios en su vida?
-Dios es lo que hago y lo que soy. Fui agraciado con un don que Dios me dio. No es algo que pueda tomar en propiedad.
-¿Y cómo se refleja en sus novelas?
-Si miras Perfidia con atención, verás que es un tratado de creencias. Todos en este libro buscan sobreponerse a sus orígenes y encontrar la salvación. Este libro es para mí un documento cristiano, en alguna forma.
-¿Ya sabe lo que va a escribir cuando termine con este cuarteto de novelas?
-Otra trilogía de la posguerra, supongo. Me gustan las historias largas, que no terminan nunca.
LA NACION