10 Jun Madre fuera de serie: tenía cinco hijos y adoptó seis con discapacidad
Por Evangelina Himitian
Aquella tarde en San Isidro, entre una taza de té y otra, Blanca Murall y sus amigas conversaban entusiasmadas y se preguntaban qué se podía hacer de nuevo. Una de ellas propuso ir a visitar un hogar de niños en Tigre y hacia allí partieron. Desde ese día, Blanca ya no volvió a ser la misma.
Una semana después regresaría para llevarse a Javier, un bebe de dos años con síndrome de Down que se le prendió de los pantalones y nunca más la soltó. Sólo fue el comienzo. Una historia se encadenó a otra y en los diez años siguientes la mujer adoptó a seis chicos: cinco con síndrome de Down y uno con sordera y un retraso cognitivo.
Blanca no tenía deudas con la maternidad: había criado a cinco hijos que por aquel entonces tenían entre 13 y 23 años. Sin embargo, ella y Roberto, su marido, decidieron volver a empezar. Hoy, a los 82 años está al frente de la Fundación Nosotros, que tiene tres centros de día a los que asisten unos 450 chicos.
Además, se convirtió en una de las caras de una campaña que lanzó el Concejo Deliberante de San Isidro, con el apoyo de su presidente, Carlos Castellano, que se llama “Gente que SI, gente que nos hace bien” . Y que se puede ver en www.hcd.sanisidro.gob.ar/gentequesi.
Aquella tarde, Javier se prendió de los pantalones a Blanca. La mujer le contó a su marido que no dejaba de pensar en ese encuentro. “Y bueno, tráelo a casa”, fue la respuesta del hombre que era coordinador administrativo del Instituto Malbrán. Seis meses después, el bebe ya portaba el apellido. Hoy Javier tiene 40 años, toca la batería y es el alma de la fundación, arraigada en Acassuso.
Todavía estaban con los trámites de la adopción cuando las monjas del hogar Santa Rosa de Don Orione los llamaron. A Javier lo habían abandonado poco después de nacer en la recova de un edificio. Una semana después, en ese mismo lugar dejaron otro bebe con síndrome de Down: Luis. Los dos llegaron casi juntos al hogar y pronto desarrollaron el código de los mellizos. Cuando Blanca y Roberto se llevaron a Javier, Luis se entristeció. Las hermanas los llamaron para rogarles que lo fueran a visitar. Blanca le contó a su marido la historia. Y la respuesta fue la misma: “Y… traelo”.
También lo adoptaron. Seis años más tarde, desde el Juzgado de Menores N° 1 de San Isidro los llamaron. La policía había encontrado a otro niño de doce años con síndrome de Down. Su familia vivía en La Cava y la madre lo “alquilaba” para que fuera a pedir en los trenes. El juez les pidió si podían recibirlo temporalmente. Cuando lo quisieron bañar descubrieron que era una niña: Olga. El día que debían llevarla al hogar Santa Rosa, Roberto no detuvo el auto. “No la vamos a dejar. Nos la llevamos”, dijo. Se convirtió en una nueva adopción
UNA HISTORIA QUE SIGUE
Los hijos mayores se fueron casando. Uno de ellos se ordenó cura y el más chico, Fermín, se involucró con el mismo nivel de compromiso que sus padres. La historia no paró. Un nuevo llamado los anotició de un bebe abandonado en una alcantarilla, envuelto en diario. Los Murall no dudaron en sumarlo a la familia. José se convirtió en el hijo nueve. No pasó mucho hasta que todo el barrio se fascinara con el nuevo integrante. Con los años, esos ojos negros lo convirtieron en el canillita más seductor. En 2007, José cruzó por un paso a nivel. Dejó pasar al tren que venía de Retiro. No se dio cuenta que venía otro en sentido contrario. Ese día, todos los negocios cercanos a la estación de Acassuso cerraron sus persianas para llorarlo.
Los últimos en llegar fueron Angelita y Martín. Ella tenía 22 años. “No sé si va a poder con Angelita”, le dijeron a Blanca las monjas. Ella por dentro se rio. Al principio fue difícil. Entraba pateando las puertas Poco a poco, Blanca se fue ganando su corazón y le fue enseñando modales. Hoy tiene 54 años y trabaja en McDonalds de San Isidro, donde fue elegida la empleada del mes. Martín llegó hace 30 años.
Poco tiempo después, un domingo, toda la familia se reunió en la larga mesa de la casa de Acassuso. Estaban a mitad de los ravioles cuando uno de los hijos le planteó a los padres hasta dónde iban a llegar.
Entonces nació la idea de transformar ese corazón grande en una fundación que recibiera a personas con discapacidad, para formarlos en distintos oficios, que los preparara para la vida. Allí mismo abandonaron los ravioles salieron a ver una casa en venta. Sólo les faltaba un detalle: conseguir el dinero.
Fue un milagro que coronó tanta entrega. Al día siguiente, un sacerdote amigo llamó a Blanca porque había alguien que quería conocerla. Era Alicia Perez Companc, que acabó donando los fondos para comprar la casa vecina, para que allí comenzara la fundación. El 3 de julio próximo se cumplen 30 años.
Ya no están todos en ese festejo. Hace un año falleció Luis, Olga, que de tanto pedir en los trenes de niña, había contraído tuberculosis murió a los 22 años como consecuencia de los corticoides. Hace 15 años, también falleció Roberto. Blanca y sus hijos mayores quedaron al frente del proyecto, que en estas tres décadas años no paró de crecer.
“Al principio, la gente hablaba de mis hijos como deficientes. Después, aprendimos a decir que eran Down. Más adelante, empezamos a llamarlos «con capacidades especiales». Es puro cuento. Todas son formas de discriminar. Porque para la sociedad son un problema, son algo que no sabe cómo nombrar, porque nadie sabe qué hacer con ellos. Para mí, ellos sólo son Javier, Luis, Olga, Angelita, José y Martín. Mis hijos”, dice Blanca. Ciertamente nada fue igual después de aquella taza de té.
LA NACION