Según pasan los años

Según pasan los años

Por Javier Porta Fouz
Mientras somos jóvenes(While We’re Young) tiene un título que habla a las claras de la edad, de los cambios, del paso del tiempo. Es una película de esas urbanas neoyorquinas en la tradición neurótica que fácilmente reconocemos como ligada a Woody Allen. El protagonista masculino es el actor, director, productor y guionista -aunque aquí sólo actúa- Ben Stiller, que este año cumplirá 50 años. En la película, su personaje tiene un poco menos de edad, un 10% menos -se mantiene muy bien físicamente el señor Stiller-, pero el paso del tiempo en el cuerpo, en las neurosis, en las expectativas, en las imposibilidades, en las frustraciones es claramente el tema de esta recomendable comedia dramática -y, de alguna forma, romántica de rematrimonio- que dirigió Noah Baumbach (ver recuadro).
Stiller interpreta a Josh, un director de documentales bueno, de uno sólo y de un eterno segundo que no logra terminar ni acortar, docente de cine e intelectual deseoso de éxito, pero reticente a aprovechar cualquier oportunidad real o de pensar de modo práctico, directo. Josh, además, intenta seguirle el tren también de rendimiento físico a un joven de veintipico (interpretado por Adam Driver, que ya cumplió los treinta).
En una escena clave, muy bien escrita y concentrada sobre un solo término, Josh intenta no aceptar que tiene artritis. Se resiste al término, a sus implicancias acerca de la edad, del desgaste vital. Se resiste de forma intelectualizada, no realmente intelectual. Se resiste de forma sabihonda, le dice al impertérrito médico algo así como “ah, sí, una forma de artritis, pero no artritis artritis”, en un revoloteo persistente alrededor de un término para no aceptarlo. Son las vueltas del lenguaje de quien cree que no tiene apuros, que sigue pensando en su futuro profesional como algo siempre pospuesto, siempre por llegar. Alguien, además, en el que afloran paranoias diversas y que está dispuesto a fascinarse con nuevos amigos si, claro, son jóvenes y le muestran una manera vistosa y deslumbrante de negar su propia edad.
Su esposa es Cornelia (Naomi Watts), productora de documentales e hija de un gran documentalista. Los dos entran en crisis aunque la rodeen con muchas palabras cuando sus mejores amigos se convierten en padres; de hecho, así empieza la película. Ella es más realista que él y se relaciona de forma más fluida con posibilidades concretas, con situaciones realmente existentes. Si falla es porque intenta y no puede con lo que intenta (la clase de música para niños). Desde Josh y Cornelia la película emprende un viaje alrededor de la edad, de aceptar lo que se hizo y lo que todavía puede hacerse. Watts, que cumplirá 47 años, interpreta a alguien que tiene algunos años menos, un 10% menos aproximadamente; claro, se mantiene muy bien la señora Watts. Watts hizo hace poco Madres perfectas (2013), otra película con la edad como uno de sus ejes. Allí, junto a Robin Wright, interpretaban a dos madres mejores amigas y vecinas, y cada una de ellas tenía un romance con el joven hijo de la otra.
En Mientras somos jóvenes,el padre de Cornelia, el prestigioso documentalista veterano Leslie Breitbart, está interpretado con notable eficacia -ésta es una de esas películas con actores exigidos y que responden con excelencia sin que se note el esfuerzo por Charles Grodin, actor que brilló en los setenta en una película magistral como The Heartbreak Kid de Elaine May (justamente, su papel en la remake de 2007 de los hermanos Farrelly lo interpretó Ben Stiller). Grodin es un actor que merecía una carrera mucho más notable, pero del que puede decirse que luego se diluyó, se extravió en papeles no del todo relevantes. Su rol en Mientras somos jóvenes, su aparición en la ya estrenada en Estados Unidos y aquí anunciada Un nuevo despertar, con Al Pacino y Greta Gerwig, más sus apariciones en la serie Louie, tal vez, puedan considerarse reparaciones parciales.
Mientras somos jóvenes no se centra exclusivamente en el paso de los años: ése es su trasfondo, su tema base. También es una película sobre las concepciones acerca del arte, del cine en especial, de los consumos culturales, de cómo la generación intelectualizada para un lado de Josh y Cornelia no comprende del todo la nueva manera de relacionarse con los productos culturales de la pareja formada por Jamie (Driver) y Darby (Amanda Seyfried), que pueden hacer convivir las canciones de la película Rocky y de Lionel Ritchie en vinilo, claro con libros prestigiosos. En ese sentido, la película de Baumbach plantea una separación temporal, tal vez un desfase, y ubica en los de veintipico un consumo mixto que ya ha sido manejado por la generación que hoy tiene cuarenta y pico (y también por las anteriores, no olvidar a Susan Sontag en los sesenta en Contra la interpretación y luego sus aclaraciones y sus quejas en los noventa con “Treinta años después…”). La decisión de Baumbach por diferenciar los consumos culturales de forma clara, según las edades, según las generaciones de los personajes de su película, tal vez, sea una manera de intentar ordenar el tiempo o de hablarnos una vez más de la falta de flexibilidad de Josh y Cornelia para aceptar que todo pasa y todo queda.
LA NACION