El profesor

El profesor

Por Ezequiel Fernández Moores
“Y le gusta Pekerman?”, pregunto a Juan, el taxista que no para de hablar de fútbol, mientras maldice el tráfico de Bogotá.
– ¡Ave María, hombre! El profesor -responde Juan- ha…revolucionao’ al fútbol colombiano.
“Profesor”, es cierto, es un título que no se le niega a casi nadie en Colombia. José Pekerman, sin embargo, lo tiene bien ganado. Lo aman. Con él, la selección colombiana conquistó un histórico boleto a cuartos de final del Mundial de Brasil. Y luce un tercer puesto inédito en el ranking de la FIFA. Pero a Pekerman le admiran además su reconocida calidad de gente. Eso sí, estamos hablando de fútbol, una jungla dominada por los resultados. En la Argentina, en Japón y también en Colombia. Y a Pekerman le exigen ahora que gane la Copa América.
“Nuestra gloriosa Selección Colombia, la tercera mejor del mundo, debe y tiene con qué ganar la Copa América, ya que cualquier otro resultado -avisa el veterano periodista y político Edgar Perea en el diario El Deportivo- será un rotundo fracaso del técnico argentino José Pekerman”. Más allá de los Perea de voz inflamada, Colombia, es cierto, tiene con qué. Entre otros, desfilan por los medios Juan Cuadrado, en el Chelsea de Mourinho, fichaje récord en el mercado de pases de enero en Gran Bretaña; Freddy Guarín, volante clave de Inter; Jackson Martínez, capitán del Porto, y Daniel Ospina, arquero titular del Arsenal de Wenger. Enciendo la tele y veo a Carlos Carbonero, el ex River, figura de Cesena en el calcio. Y a Carlos Bacca anotando un doblete para el Sevilla, apenas con un gol menos que Neymar en la Liga de España. Teófilo Gutiérrez, sabemos, fue clave en el gran River de 2014. El repaso, superficial, no incluye a los dos nombres más rutilantes del nuevo dorado del fútbol colombiano: James Rodríguez y Radamel Falcao.
“James”, como lo conocen todos, es chico de tapa después del Mundial y de su incorporación a Real Madrid. Sus biografías (vi por lo menos cuatro libros diferentes) están en todos lados. “Ojalá que a Cristiano (Ronaldo) le copie sólo el peinado”, me dice un colega, temeroso de que el humilde James pueda querer imitar también algunos modales de divo del crack portugués. Radamel, en cambio, es una preocupación más seria. El DT holandés de Manchester United, Louis Van Gaal, se convirtió en enemigo público número uno porque no le da espacio y, peor aún, casi una humillación, lo hizo jugar con los juveniles. Las trasferencias de Falcao primero a Monaco y luego a Manchester United fueron maniobras más económicas que deportivas a cargo de Jorge Mendes, su agente superpoderoso. Como también lo fue, patrocinadores mediante, la promocionada recuperación de su delicada lesión de ligamentos para que jugara el Mundial. Todos sabían que era imposible que llegara a Brasil. Pero se prestaron al show. Un médico aceleró tiempos. Acaso fue contraproducente. Radamel es hoy la sombra del goleador que asombró en el Atlético de Madrid del Cholo Simeone.
El sábado a la noche voy a El Campín. Se juega el gran clásico de Bogotá. Duelo de técnicos argentinos. Ricardo Lunari, irregular con el popular Millonarios. Y Gustavo Costas, campeón en Perú, Ecuador y Paraguay, y ahora también campeón de Colombia con el Independiente Santa Fe, que llevaba 37 años de sequía. Al Santa Fe le falta Omar Pérez, gran figura de los 21 jugadores argentinos que lideran la lista de 67 extranjeros de una Liga que tiene varios equipos débiles y nuevos. Sociedades anónimas que, en algunos casos, cambian de ciudad según acuerden con el alcalde de turno. El Pocho Insúa, último fichaje resonante, se lesiona antes de la media hora en un clásico sin goles, inicio prometedor y final pobre. La otra influencia argentina está en las tribunas. “Movete, ?Millos’ movete, movete dejá de joder”, exigen el sábado los hinchas. “Corean con pretendido acento argentino”, escribe el periodista Daniel Samper Ospina en la revista Fútbol Total. Pero las barras locales también reviven demonios propios: los Blue Rain, que no paran de cantar, exhibieron en 2013 una bandera enorme con el rostro de José Gonzalo Rodríguez Gacha, “El Mexicano”, número 2 del Cartel de Medellín, patrón del equipo en el bicampeonato 1987-88. Cada equipo tenía patrón narco. El del Santa Fe era Phanor Arizabaleta, un gran capo en el Cartel de Cali.
Recordé los años de Narcofútbol en diciembre pasado, cuando River jugó la final de la Sudamericana contra el Nacional que manejó Pablo Escobar. El diario bogotano El Tiempo reprodujo el artículo y numerosos hinchas de Nacional protestaron afirmando que ahora todo es distinto. No sucede lo mismo con Envigado, líder del campeonato hasta el último domingo. En noviembre pasado, Estados Unidos acusó al Envigado de lavado de dinero y lo incluyó en una lista negra (Lista Clinton). En 1993, un año después de su ascenso, fue asesinado Jorge Arturo Bustamente, primer presidente del club. En 1995 y ?96, Gustavo López Upegui, fundador del Envigado y gran amigo de la infancia de Pablo Escobar, sufrió los secuestros de sus hijos Andrés Felipe y Juan Pablo. El propio Upegui sobrevivió a un atentado y cayó preso en 1998, acusado de liderar un escuadrón parapolicial para liberar a sus hijos. Fue sobreseído, pero terminó torturado y asesinado dentro de su finca en 2006, mismo año de la muerte a balazos de Octavio Velásquez Mejía, también ex presidente del Envigado. Por entonces ya había debutado en el equipo James Rodríguez, formado en la reconocida academia del club, de la que también salieron Freddy Guarín, Juan Fernando Quintero, Giovanni Moreno, Alexis Zapata y Dorlan Pabón, entre otros. La familia Upegui -según documentos publicados por el diario El Espectador- controló casi siempre al club. Y también a La Oficina, empresa que lideró el crimen en Envigado. La decisión del Departamento del Tesoro de Estados Unidos de incluir al club y a los Upegui en la Lista Clinton, anunciada tras una investigación de diez años, une finalmente lo que todos sospechaban: los nexos entre el Envigado y el dinero narco. “Yo -me sorprende Miguel, mi primer conductor en Bogotá- jugué en el Envigado cuando todavía no era un equipo profesional. Un día jugamos contra Pablo Escobar. Atajaba René Higuita y jugaban sus custodios, bué, después nos enteramos de que eran sus sicarios.”
El dinero narco ya no cuelga relojes ni cadenas de oro. Eso, ahora, está en las series de la tele. El tema, hoy en Colombia, es la negociación de paz entre el gobierno y la guerrilla que sigue activa. “Pareciera que es más dolorosa la paz que la guerra”, se lamenta el político Antonio Navarro por los que se oponen al diálogo, como el ex presidente Álvaro Uribe. Navarro, igual que Gustavo Petro, hoy alcalde de Bogotá, integraron el M19, el movimiento guerrillero que treinta años atrás protagonizó una sangrienta toma al Palacio de Justicia. Incendio y represión del Ejército mediante, el ataque provocó cerca de un centenar de muertes, entre ellos 17 magistrados. Poco antes de que estallara el desastre, preocupada porque, según dijo, algunos medios trasmitían los sucesos “como si fuera un partido de fútbol”, la ministra de Comunicaciones, Noemí Sanín, ordenó a la TV que cortara la trasmisión desde el Palacio y emitiera en cambio un partido de fútbol. El presidente de la Corte Suprema, Alfonso Reyes, pidió dentro del Palacio que cesara la represión porque morirían todos. Pero la TV difundía el triunfo 2-0 de Millonarios ante Unión Magdalena. Colombia hoy es otra. También su fútbol. Surgen más cracks, pero se van cada vez más rápido al exterior. Colombia puede disfrutarlos cuando los junta “el Profesor Pekerman”. Y son buenos. La Copa América los espera.
LA NACION