Recuerdo de un genio del siglo XX

Recuerdo de un genio del siglo XX

Por Gustavo J. Castagna
En el imprescindible libro Ciudadano Welles, su autor Peter Bogdanovich, en uno de sus tantos viajes por el mundo junto al creador de Citizen Kane, cuenta que en el televisor del hall del hotel donde estaban alojados emitían Los magníficos Ambersons (1942), a más de 20 años de su estreno. El segundo opus de Welles como cineasta, que había marcado su primera derrota frente al imperio Hollywood, describe una historia de transición entre el siglo XIX y el XX con una familia que no puede acomodarse a las primeras señales que impone el progreso, especialmente, en la industria automotriz. Bogdanovich y otros amigos se deleitaban con la película pero notaron inmediatamente que Welles había desaparecido, tal vez intimidado por tantos elogios. Estaba en el baño, encerrado, hasta que salió: “Ya no se puede volver al pasado, Peter”, dijo Welles con los ojos en lágrimas. Es que detrás de esa máscara habían pasado triunfos y derrotas, momentos geniales y otros frustrantes, desde aquel niño prodigio que había dirigido teatro a los 18 años en Dublín hasta el hombre sin lugar en el mundo que viajaba de acá para allá buscando dinero para completar El Quijote en imágenes, retrató Tiempo Argentino.
Hoy se cumplen 100 años del nacimiento de un personaje que, de haber existido en el Renacimiento, hubiera obtenido el respeto y la admiración que se le tenía a Miguel Ángel, pero Welles (Wisconsin, 1915) perteneció al primer siglo del cine, pese a que no le interesaba tanto la cámara inventada por los hermanos Lumière. En realidad, su pasión fue el teatro, Shakespeare su gran amor y la posibilidad de dirigir de manera tan temprana lo destacaría por su instinto provocador, entremezclado con una gran dosis de omnipotencia. Ni hablar de su talento y de su revolucionaria forma de hacer teatro junto a su grupo Mercury allá por los años treinta.
Ni qué decir cuando representa Julio César con el personaje con bigotito y haciendo la venia nazi o al momento de poner en escena Hamlet con actores negros de una compañía independiente de Brooklyn vestidos con ropas de todos los días. Ni se necesita invocar, entonces, el enojo y la furia de los académicos británicos frente a tantos desatinos transgresores, a cargo de un joven de poco más de 20 años, sobre la obra del autor de Romeo y Julieta. Pero faltaba el golpe de timón y Welles lo eligió desde su programa radial, una noche de 1938, cuando la paranoia crecía día a día ante la posibilidad de que la guerra estallara en Europa debido a que el nazismo amenazaba con extender su poder.
El programa del Mercury Theatre no tenía tanto rating frente al éxito de la cadena CBS, en un espacio cultural donde se recreaban segmentos del teatro universal. Hasta que Welles provocó el aterrizaje de sus marcianos con la reconstrucción radial de algunas páginas de La guerra de los mundos, el libro de H. G. Wells. El pánico cundió en el desconcertado oyente, las líneas telefónicas colapsaron y muchos salieron a la calle a pedir ayuda. El mundo pasaba por la noticia radial, Welles lo sabía y provocó uno de los grandes escándalos en un país siempre paranoico. “Realmente no imaginaba que podría causar tanto problema esta adaptación radial”, dijo Orson con su cara de gran actor al día siguiente a los periodistas. El programa consigue como auspiciante a las sopas Campbell pero, más que nada, Welles firma un ostentoso contrato en Hollywood en la empresa RKO. Con solo 25 años y ningún antecedente en cine.
El ciudadano (1941) es el primer film moderno de la historia del cine debido a sus innovaciones narrativas y técnicas y la película por la que Welles ya es entronizado como el gran director-autor. El ego de Orson lo enfrenta al magnate William Randolph Hearst, al que la película alude en más de oportunidad sin citarlo expresamente, razón por la que el todopoderoso hombre de prensa amenaza a la RKO con impedir el estreno del film.
El 1 de abril de 1941 el cine ingresa a la modernidad desde la omnipotencia estética de Welles, la ambición de Kane y el enojo y la furia de Hearst, al fin y al cabo, tres nombres con más de una coincidencia. Seguirán las películas para Welles pero ya no tendrá el final-cut tan deseado. Envidiado por sus colegas, detestado por el sistema y de a poco expulsado de Estados Unidos, Welles trabaja como actor en películas de otros directores y viaja por el mundo buscando dinero para sus proyectos. El relativo éxito de La dama de Shangai (1947), una buena película, se debe más que nada a su relación de pareja con Rita Hayworth, pero Europa es el camino a seguir, golpeando puertas para terminar Macbeth (1948) en pocos días hasta reunirse con un jeque marroquí y cerrar el presupuesto para Otelo (1952).
Lo público se confunde con lo privado en la desigual Mr. Arkadin (1955) pero pega el salto en Sed de mal (1957), acaso su obra maestra, y con la asfixiante puesta de escena de El proceso (1962), sobre Kafka. Su amor por España y la pasión por la tauromaquia, lo instalan en aquel país de Franco para adaptar a Shakespeare por última vez en Campanadas a medianoche (1966).
Sólo una docena de títulos terminados llevan su firma, aunque con Welles ¿quién no afirmaría que en poco tiempo se descubran fragmentos de películas no terminadas o escenas de El Quijote registradas en algún lugar de Europa? Trabajó en títulos descartables para conseguir dinero, en otros afirmó su prestigio como actor (El tercer hombre; Compulsión; Moby Dick) y hasta se contrató su voz para un documental sobre las profecías de Nostradamus y un personaje de Transformers. Murió en 1985 en California.
Acaso el mejor homenaje a Welles fue concebido por Tim Burton en la maravillosa Ed Wood (1994). Allí el supuesto peor director de la historia, encarnado por Johnny Depp, se encuentra con Welles (Vincent D’Onofrio). La acción se ubica a finales de los ’50 y Welles le comenta a Ed Wood los problemas para realizar El Quijote y cómo el sistema le había impuesto a Charlton Heston para hacer de mexicano en Sed de mal. “¿Cuál es el secreto?”, pregunta Ed Wood. “Pensá en tus sueños, no pienses en los sueños de los otros”, responde Welles con su clásico habano.
TIEMPO ARGENTINO