Una buscadora de objetos del pasado

Una buscadora de objetos del pasado

Por Silvina Pini
Soledad va y viene por Boulevard Sáenz Peña, su restaurante y negocio de antigüedades y decoración, que abrió en Tigre en 2009. Acomoda el precio que cuelga de un almohadón, saluda una clienta, pide una jarra de limonada, habla con alguno de sus cinco hijos. “Cinco hijos y medio, porque tengo a Manu, un nene en tránsito que lo tengo desde los 15 días de nacido y ya cumplió dos años”, dirá con los ojos húmedos porque hace unos meses volvió con su madre biológica y lo tiene sólo los fines de semana. A tres cuadras del Puerto de Frutos, esta correntina, coleccionista de latas de galletitas, valijas de los años ’50, y otro sinfín de objetos antiguos, logró en cinco años instalar un polo de arte, moda, diseño y gastronomía a lo largo del Boulevard y la calles aledañas, a tal punto que la zona ha sido declarada Distrito de las Artes.
–¿Cómo te surgió la idea de armar un restaurante donde todo está a la venta, desde el tenedor a la silla?
–Siempre me gustaron las antigüedades y la restauración. A los 20 años acompañaba a mi tío Víctor Hugo a comprar muebles y objetos en casas, remates, anticuarios. Para él las antigüedades son piezas firmadas, para mí son cosas viejas con historia. Empecé comprando por monedas valijas, molinillos, afiches y carteles de publicidad, que restauraba –soy profesora de Bellas Artes– antes de que se pusiera de moda la palabra vintage ni que existiera Internet. Iba a mercados de pulgas, al Ejército de Salvación, compraba y lo iba a acumulando todo en el garage de mi casa hasta que mi marido me conminó a que hiciera algo con eso. En ese momento una de mis hijas estaba complicada de salud y esperé un poco, hasta que alquilé una casita, típica del Tigre, donde puse mi taller y organicé todo lo que había juntado.
–¿Tiene un valor de metáfora también ver lo bello en lo viejo, restaurarlo, recuperar su historia?
–Me define la búsqueda de objetos, comprar una pieza vieja y restaurarla. Fui entrenando desde muy chica el ojo para ver entre un montón de cosas apiladas, algo distinto. Cuando abrí Boulevard, después del pequeño taller, me costó al principio dejar ir algunas piezas, algunas muy especiales, como un mueble de Bagley en el que encajaban las latas de galletitas que aún hoy recuerdo; o unas vitrinas de farmacia que le vendí a (la chef) Juliana López May. Pero aprendí que si uno acumula sin que circule nada, llega un punto en que ya no podés cuidar eso que te gusta y tenés que soltar. Se van unas y vienen otras. Se puede entender como una metáfora de otras cosas.
–¿Y cómo fue que pasaste de un negocio de decoración y cosas recicladas a tener también un restaurante?
–Cuando abrimos servíamos té y alguna torta, y fue justamente Juliana la que me sugirió armar algo breve para 30 cubiertos, unas ensaladas frescas y sencillas. Pero la gente nos empezó a pedir tartas, después una copa de vino, después nos preguntaban por qué no abríamos a la noche. En el primer piso, se armaron unos privados, en uno el sillón está armado con un antiguo respaldo de hierro pintado. Y así fue creciendo, para algunos somos un restaurante; para otros una casa de decoración, pero somos las dos cosas.
–Pero también hay objetos nuevos en el local…
–Sí, porque cuando dejó de ser sólo ese placer de buscar objetos viejos por ahí y se transformó en este negocio, se empezaron a acercar muchos artistas y artesanos de la zona. Me invitaban a sus talleres y entonces incorporé objetos de diseño. Es como uno hace en su casa, que mezcla un mueble antiguo que heredó de un pariente con un objeto nuevo. Y también me permitió armar un verdadero mercado de pulgas que es el enorme galpón Don Toto, a media cuadra, y dejar acá un espacio para poner lo de los diseñadores actuales.
–Tu negocio abrió en 2009, ¿tuviste que ver con que toda la cuadra estuviera tomada por artistas y artesanos?
–En los primeros años de Boulevard organizábamos muestras de arte mensuales, pero la mayoría de los artistas querían dejarnos las obras y nos quedamos sin espacio. Además, muchos de estos artistas daban cursos, talleres y entonces abrimos a media cuadra un espacio que primero llamamos La trastienda, porque era el lugar donde iba a parar toda la obra, de artistas emergentes, jóvenes que no tenían dónde exponer. Con el tiempo se sumaron fotógrafos y músicos y hoy se transformó en La Usina, donde se exhibe obra y se dan talleres con modelo vivo y otras actividades que organiza Andrea Di Giovanni.
TIEMPO ARGENTINO