14 Feb Caprichos y enigmas de la música popular
Por Pedro B. Rey
Hace unos años, a sus siete, mi hijo cayó en las redes musicales de los Beatles. En alguna reunión alguien le preguntó qué tema del grupo prefería. Contestó, sin dudarlo: “Help”. ¿Por qué? Por la simple razón, dijo, de que la letra era buenísima. ¿Y sobre qué trataba? Contaba la historia -explicó con el entusiasmo de los que están iniciándose en una lengua ajena- de una cabeza voladora que se había quedado sin cuerpo y buscaba uno nuevo donde aterrizar, pero a pesar de la situación, del desesperante pedido de auxilio -y esto era lo que a él más lo fascinaba-, no se contentaba con lo primero que le saliera al paso en su emergencia: la cabeza no quería cualquier cuerpo, quería uno que le hiciera juego.
Como será evidente para los conocedores de los Fab Four, el cortocircuito semántico que proyectó la imaginación infantil a semejante estratosfera era de lo más simple. “Help! I need somebody,/ Help! Not just anybody” (“¡Socorro!, necesito a alguien/, ¡Socorro!, aunque no a cualquiera”) era tomado por “Help! I need some body/, Help! Not just any body” (vale decir: “Necesito un cuerpo, aunque no cualquier cuerpo”). La explicación del sentido real de la letra produjo un pequeño cataclismo.
En la vida no escasean los momentos de súbita revelación en que algo, para mejor o peor, viene a alterar ciento ochenta grados nuestra versión del mundo. Como cuando uno descubre que las fases lunares se producen por razones totalmente distintas de aquellas que creía, o se entera de que los mamíferos ovíparos no son un sinsentido (ahí están para probarlo los ornitorrincos y las equidnas). Contra todo, quizá por el plus emocional que suelen arrastrar consigo, las canciones son en esos términos una permanente caja de sorpresas. Podemos suponer que los primeros oyentes en español de los Beatles deben de haber sufrido algo de desconcierto al enterarse años después de que “Please, please me”, traducido originalmente con el narcisista “Por favor, por favor yo”, en verdad significaba algo tan pop como “Por favor, compláceme”, o que conviene pensar a “Let It Be” no tanto con un metafísico “Déjalo ser” como con un compasivo “Déjalo estar, déjalo así”.
Días atrás, cuando se cumplía un nuevo aniversario del retorno de la democracia, alguien tuvo la peregrina idea de enumerar en una cena de amigos la música y los conciertos que fueron marcando el fin de la dictadura. Se recordó la visita de los cubanos Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Uno de los presentes tarareó aquella canción sobre un unicornio azul, a la vez que afirmó que la imagen central de la canción (vaya uno a saber si es cierto) hacía referencia a los jeans y la escasez de ellos bajo el castrismo. En el equipo de música sonó otro tema, “Ojalá”, también de Silvio Rodríguez. Nos quedamos esperando la llegada de las líneas más famosas: “Ojalá pase algo -dice la letra- que te borre de pronto, una luz cegadora, un disparo de nieve”. Debía ser, pensé, lo tardío de la hora, pero la última vocal había sonado como una i. Nievi en vez de nieve. ¿Sería atribuible a alguna peculiar modulación del acento caribeño?
A la otra mañana, busqué el tema en YouTube para escuchar con atención la frase en disputa y encontré el comentario de uno de los muchos samaritanos del conocimiento que circulan por esos santuarios virtuales. El cantante, según hacía notar el colaborador anónimo, decía en realidad “nievi” en alusión a un héroe soviético, el más implacable de los francotiradores de la batalla de Stalingrado. Nievi, que se llamaba en realidad Vasili Záitsev, significa poco y nada para nosotros. Para un ciudadano cubano, la referencia -al estilo de símbolos como el minero Stájanov, que circulaban profusamente en la órbita comunista- debía ser de reconocimiento inmediato. Pero lo que importa es el formidable sismo que produce esa sutil variación en la canción. El inocuo, dulce, contradictorio disparo de nieve que hería como lastiman los amores perdidos o imposibles se convertía en deseo de ser alcanzado por un tiro irrefutable.
No descubrí todavía si alguna vez Silvio Rodríguez le dedicó alguna línea al asunto, si fue un malentendido buscado o sólo lo dejó estar. Si el caso fue el último, se entiende el silencio: al hacer de una referencia histórica un término ambiguo y poético, los oídos de los oyentes habían mejorado la versión. Y sin embargo, sabiendo el detalle, resulta casi imposible no imaginar ahora a Nievi en un rincón, apuntando para devolver la canción a su contundente sentido primero.
LA NACION