Mi hijo adolescente, de vacaciones solo

Mi hijo adolescente, de vacaciones solo

Por Analía Rossi
Lejos de casa, sin la mirada familiar que limita y protege, y en un clima de mayor libertad, los chicos transitan esta primera experiencia como prueba piloto de entrada al mundo adulto. Muchas veces, ese disfrute es a costa de los miedos y desvelos de los padres; otras es una buena manera de afianzar el diálogo y la confianza mutua, de probar qué tan preparado está ese hijo para ponerse sus propios límites y cuidarse solo. Según explica Víctor Fernández, psicólogo del Instituto de Terapias Cognitivas Conductuales, el crecimiento es acompañado por un incremento de la autonomía, lo que genera el interés de ese hijo de despegarse del seno familiar, siendo las vacaciones el momento elegido para probar.
Ante esta nueva situación, la emoción que prima es el miedo. En los adultos, a las salidas nocturnas, el alcohol, las sustancias psicoactivas, las relaciones sexuales esporádicas, la resolución de problemas. En los adolescentes, ante cuestiones que hacen a su autonomía. Fernández recomienda “hablar con los adolescentes y permitir que ellos hablen con nosotros, generar espacios de empatía y escucha activa que favorezcan la autonomía de los hijos. La apertura al diálogo sobre sexualidad, drogas, noche, resolución de problemas y sistemas de comunicación permite que ambas partes resignifiquen lo vivido como una experiencia gratificante”.
Fabiana Pajer es abogada y trabaja a diario con los conflictos familiares de otros. “Cuando mi hija mayor, Bárbara, me dijo que quería irse a Tandil con dos amigas no podía creerlo. ¡Irse de vacaciones sin su mamá! Durante varios días soporté el taladro de su voz en busca de una respuesta positiva. Al fin sentí que debía ceder y le dije: Mmm, ehhh, bueno, está bien, andá…, disimulando el temor que sentía. Después vinieron todas las condiciones a cumplir que acordamos. Mi hija viajó y la pasó genial, mientras que yo no pude dormir bien hasta que volvió a casa.”

Aprendizaje para todos
En cambio, Mariana Raggio explica que ella no pudo con eso. “Mi hijo tenía 17 años cuando me preguntó si podía irse unos días a Santa Clara con sus amigos. No pude darle el permiso, no quería soltarlo; tenía mucho temor de que le pasara algo. Sabía que en algún momento iba a tener que aflojar, así que decidí recurrir a mi psicóloga y trabajar el tema. De a poco fui aceptando su crecimiento y ahora es algo natural que mis dos hijos salgan solos de vacaciones cada verano.”

Dormir (un poco) más tranquilos
Como sea, hay que aceptar que los chicos crecen y seguramente será mejor si los padres pueden acompañarlos en ese proceso. Conocer a los padres de los amigos antes del viaje es fundamental. Aun cuando ya se conocen, lo mejor es hacer una reunión, hablar y compartir preocupaciones y puntos de vista sobre cómo facilitar la experiencia para padres y chicos ayudará a aliviar el peso.
Si bien ahora el teléfono móvil e Internet posibilitan que los hijos puedan comunicarse a diario con la familia, esto no siempre sucede. Por eso no hay que dar nada por sobreentendido y es importante establecer pautar claras acerca de cómo y con qué frecuencia deberá reportarse el hijo.
Hay que aclarar que según los especialistas es importante que los padres no se pongan ansiosos y aprendan a esperar que los chicos puedan cumplir con lo acordado. Si alguno de los progenitores llama continuamente, por una parte rompe el acuerdo implícito de confianza y por otra, no permite que el menor demuestre que puede cumplir con su palabra.
Es importante evaluar el destino donde los chicos vacacionen solos por primera vez. Sobre todo en cuanto a la distancia, el tipo de alojamiento que ofrece, las actividades a disposición y los costos.
Que los chicos no lleven todo el dinero en efectivo ayuda, por un lado, a aportar seguridad y por otro, a tener cierto control posterior sobre en qué se gastó el dinero. Una tarjeta de débito puede ser un buen recurso, siempre con acceso limitado y según los gastos previstos y acordados.

CECILIA BAAMONDE GISPERT
“Encontré, sin querer, una manera de afrontar gradualmente la independencia de mi hija. Cuando comenzó a resultarle aburridísimo irse conmigo cada verano, encontró una alternativa. La primera vez, una amiga que tenía familia numerosa la invitó a sumarse. El padre alquilaba una casa grande en Mar del Sur e invitaba a todos los hijos de sus dos matrimonios, más algunos amigos, así que eran una pequeña multitud. A las órdenes de una señora que trabajaba con ellos desde hacía mucho tiempo, desayunaban, almorzaban y cenaban a determinadas horas; lo demás era libertad absoluta. El paso siguiente fue irse con el novio a Villa Gesell, pero para entonces yo ya había comprobado que mi hija era responsable y sabía cuidarse muy bien sola.”

MARTÍN JUÁREZ
“Tuve mi bautismo de fuego durante el verano pasado. Pablo, mi hijo mayor, llegó una tarde del club y me dijo que se iba con tres amigos a Mar del Plata. Intenté hablarle, pero se me hizo un nudo en la garganta y no pude decir nada. A la mañana siguiente lo acompañé unas cuadras hasta el colegio y ahí sí fuimos conversando. Lo escuché tan seguro que le propuse hablarlo también con su mamá. No fue tan fácil convencerla, pero al fin resolvimos que fuera, que tuviera su experiencia. Nos comunicamos todo el tiempo entre los padres y con nuestros hijos. Además, un amigo mío estaba en Mar del Plata con su familia en esa misma semana y Pablo tenía sus datos por cualquier cosa. Ahora puedo decir que aprendimos mucho todos.”

GERARDO AMADEO
“Viví una de las peores experiencias de mi vida cuando mi hija se fue por primera vez de vacaciones con un grupo de amigos. Siempre confié en ella, porque es muy responsable y madura. Pero cuando me llamó por teléfono para decirme que se había caído esquiando salí como loco. Me tomé el primer avión que despegó hacia Bariloche y en el apuro ni registré que no le había preguntado cómo estaba. Hice todo el viaje angustiadísimo, con el miedo a encontrarla realmente grave. Se había fracturado un brazo, pero cuando llegué estaba bastante bien. El susto que vivimos su madre y yo ese día no se lo deseo a ningún padre.”

ADRIANA BALCARSE
“Hace dos años, mi hija vino a decirme que quería irse al Sur con dos amigas del colegio. Me sorprendió y me asusté, pero intenté serenarme y empezamos a hablar del tema. Ella tenía todo planeado, con mapas y los recorridos que haría en cada lugar. Le dije que iba a pensarlo, porque recién había llegado del viaje de egresados. Finalmente, las amigas abandonaron el plan de mochileras para sumarse como todos los años a las vacaciones familiares. Así tuvimos un año más para hacernos a la idea. Finalmente, mi hija se fue al Sur el verano siguiente, con muchas condiciones acordadas previamente que cumplió. Fue una buena experiencia para todos.”
LA NACION
FOTO: LA NACION / Paio