El factor humano

El factor humano

Por Ezequiel Fernández Moores
¿Por qué nos fascina tanto el deporte? Mike Marqusee, periodista deportivo mítico, recientemente fallecido, escribió alguna vez que antropólogos, sociólogos, psicoanalistas, políticos y empresarios pueden verlo cada uno a su modo: rito que reproduce normas sociales, significante, sublimación del deseo sexual, ocio que mantiene fuerza de trabajo productiva, constructor de naciones, válvula de escape o mero negocio. Pero el deporte, según Marqusee, es “maravillosamente carente de sentido”. Excede cualquier función social que se le asigne. Medio y fin en sí mismo, el deporte “puede entonces ser llenado por el espectador con todo tipo de significados”. Absorbe cualquier deseo o emoción concebible, toda interpretación proyectada. “A veces, en un momento tenso de un partido importante, podés sentir vastas corrientes oceánicas de deseos, temores y esperanzas”. Porque “no somos solamente consumidores”. Mirar un partido -nos dice Marqusee- no es un proceso pasivo, sino que involucra nuestra imaginación, nuestra interpretación y nuestra memoria.
Lo comprendió Barack Obama el 20 de enero pasado. En su tradicional discurso anual sobre el Estado de la Unión, el presidente de Estados Unidos anunció aumentos impositivos a los ricos y beneficios para trabajadores, educación pública y seguro de salud. Habló de una “nación de inmigrantes”. Y también de Irán, Cuba y Guantánamo. Sin embargo, el trending topic de ese día fue la denuncia de que los New England Patriots habían quitado presión a once de las doce pelotas usadas para aplastar a Indianápolis Colt en las semifinales del football americano. En un ambiente húmedo y lluvioso, los Patriots, que ya en 2007 habían sido multados por grabar señales defensivas de un rival, se aprovecharon jugando con pelotas supuestamente más blandas, más fáciles de lanzar y agarrar. “Traición al fair play”, acusaron indignados columnistas. Fue un escándalo nacional. Insólitamente superior a las graves denuncias de doping, daños físicos, homofobia, racismo y violencia de género que sacuden desde hace años a la National Football League (NFL). Los Patriots ganaron el domingo el Super Bowl a Seattle Seahawks. Y Roger Goodell, comisionado de la NFL, premió en el podio al formidable quarterback Tom Brady (foto), héroe ideal. Fiesta completa.

Marqusee se burlaba de las aspiraciones colonizadoras del Super Bowl. Reía al mostrar un informe de Newsweek de 1999 que decía que en Europa el football americano se jugaba tanto como el fútbol de la FIFA. Lo que sí era cierto, admitía Marqusee, era que Estados Unidos había comercializado el deporte como nadie. Lo refleja el nuevo record histórico de 114,4 millones de personas que vieron por TV en Estados Unidos el Super Bowl del domingo pasado, con reventa de 9000 dólares el boleto y 4,5 millones de dólares por 30 segundos de publicidad. Hasta el gobierno de Rafael Correa pagó 3,8 millones de dólares para promocionar turísticamente a Ecuador en medio de anuncios de Budweiser, Pizza Hut, Coca Cola y Victoria’s Secret. El Super Bowl se jugó en la vecina Arizona y México aprovechó la cercanía para promocionar a una poderosa importadora de paltas. Boicoteada durante años por su durísima ley antiinmigratoria, Arizona, el mismo estado que en los 90 resistió celebrar el Día de Martin Luther King, aprovechó el Super Bowl para lucir como un sitio amigable. Si hasta el sheriff Joe Arpaio, de 82 años, cuyos polémicos métodos para detener a inmigrantes indocumentados recibieron ya condena judicial, apareció gigante y sonriente en la célebre esquina neoyorquina de Times Square saludando a los aficionados. Todos se aprovechan del Super Bowl, una industria monopólica de 10.000 millones de dólares que, salvo algunos de sus negocios, está exenta del pago de impuestos.

La NFL, por ejemplo, no paga impuestos por el sueldo de 44,2 millones de dólares anuales que gana el comisionado Goodell. En ocho años de gestión, Goodell aumentó los ingresos de la NFL en un 65 por ciento. Pero quedó al borde del ridículo meses atrás cuando una investigación de ESPN desnudó que la NFL ni siquiera pidió ver el video de la tremenda paliza que Ray Rice dio a su novia en el ascensor de un casino y suspendió al jugador de los Baltimore Ravens por apenas dos partidos. Su nueva falta ante casos de violencia doméstica (55 jugadores fueron arrestados por la policía) fue salvada por su principal sostén, Robert Kraft, patrón de los Patriots, que acordó una entrevista inmediata de Goodell con la CBS. Kraft pidió que la entrevista fuera realizada por una mujer. “Tengo amigas que fueron arrojadas por una escalera, en pleno embarazo, y la NFL suspendió al jugador por un partido. Una vergüenza”, tuiteó Miko Grimes, esposa de Brent Grimes, jugador de los Dolphins. Goodell sí fue estricto en cambio para multar con unos 120.000 dólares al corredor estrella de los Seattle Seahawks, Marshawn Lynch, acusado de celebrar tomándose los testículos y de incumplir conferencias de prensa. Para evitar una nueva multa de 500.000 dólares, Lynch sí se presentó ante unos doscientos periodistas los días previos al Super Bowl del domingo. En los cinco minutos obligatorios, ofreció la misma respuesta a las veintinueve preguntas: “Estoy aquí -se limitó a responder- para que no me multen”.

Algunos de sus compañeros de los Seahawks tampoco son “políticamente correctos”. Michael Bennett acusó a la NCAA (la poderosa liga universitaria de los deportes de Estados Unidos) de ser una “estafa” por cómo trata a los jóvenes atletas lesionados. Otros fueron solidarios con los jóvenes negros golpeados por la policía. Y Richard Sherman atacó directamente a Goodell por exponer a Lynch para que la prensa se burlara de él. “Se burlan de Lynch los mismos que critican a jugadores que cuestionan la brutalidad policial. La prensa quiere que hablemos, pero sólo si decimos lo que ella quiere escuchar”, escribió en Sports Illustrated. El domingo pasado, los Seahawks tenían el plato servido para retener el título. Y Lynch, el héroe maldito de la NFL, estaba a un paso de ser el héroe del Super Bowl. Faltaban 26 segundos para el final. Y los Seahawks, con el mejor corredor de la Liga, estaban a menos de un metro de la línea de gol. Pero el quarterback Russel Wilson no pasó a Lynch, sino que lanzó hacia su compañero Ricardo Lockette. Un novato absoluto, Malcolm Butler, interceptó el pase y coronó a los Patriots. La decisión del técnico Pete Carroll, inexplicable para casi todos, más aún en un deporte que es pura estrategia, es aún hoy tema de debate nacional en Estados Unidos. Y hasta da espacio a teorías conspirativas que publicó ayer Dave Zirin en The Nation sobre lo incómodo que podría haber resultado para la NFL premiar a Lynch como la figura del Super Bowl.
Marqusee, judío y neoyorquino, murió el 13 de enero pasado en Londres, a los 61 años, apenas semanas antes del Super Bowl, y tras escribir un último libro emotivo de sus años finales (“Un diagnóstico de cáncer constituye una suspensión aguda de la vida, escribir fue mi contacto con el mundo exterior que me resultaba físicamente cada vez más ajeno”). Marxista, laborista hasta su decepción con Tony Blair y activista de causas sociales, Marqusee era especialista de cricket y conocedor del impacto social del deporte, pero también de su naturaleza y de la condición humana. “A diferencia de las novelas y las películas -escribió una vez- el drama en el deporte se despliega de modo espontáneo… Lo impredecible es su fundamento. Pero lo más intrigante está en el mundo mental de los jugadores. Hablamos de ‘determinación’, ‘agresión’, ‘competitividad’. Pero detrás de las palabras existen realidades psicológicas con complejos matices. Todo el pasado del individuo y del equipo entra en juego, como un trasfondo profundo y siempre presente”.
LA NACION