08 Feb De curanderos, payés y médicos de agua fría
Por Silvia Long-Ohni
Muchos y variados fueron los métodos curativos de los que el gaucho se sirvió a lo largo de su historia, algunos de ellos provenientes de la preexistente cultura indígena, junto a otros, aunque menos usuales, traídos desde el continente europeo y que contaban con relativo aval científico.
No era algo salido de lo común que, en aquellas épocas, se pensara que muchos males los ocasionaba la influencia de espíritus extraños, de maleficios o de prácticas mágicas; tales conceptos ya estaban presentes, bajo diferentes formas, en los saberes de los grupos aborígenes antes de la llegada de los españoles. Algunos de ellos se extendieron y se popularizaron hasta alcanzar a esos nuevos pobladores que fueron los gauchos. Tal el caso del gualicho (“hualichu”), que no debe confundirse con el “daño”, que es un mal producido a conciencia y con alevosía por otra persona, mediante la introducción de ciertas sustancias en el mate o en los alimentos.
El gualicho, en realidad, no es un maleficio como podría serlo el “daño”, sino, más propiamente, una noción abstracta del maleficio, puesto que era asimilado a obra del diablo. Al decir “le hicieron un gualicho” o “está engualichao” se entendía que la persona estaba endiablada y, en este caso, no se pretendía que hubiese operado en su contra una voluntad humana. Para su cura, cada grupo indígena contaba con su médicobrujo-hechicero que, en el caso de los guaraníes, dio en llamarse “payé”, término que luego pasó a denominar al amuleto que usaba. Esos amuletos había que cuidarlos e, incluso, darles de comer para que no se volvieran en contra de su dueño y, por regla general, consistían en piedras de óxido de hierro o plumas de caburé.
Pero entre 1850 y 1900 aparecieron, en varias regiones del país, los médicos del agua fría, quienes aplicaban el sistema difundido por el austríaco Vincenz Priessnitz, conocido como hidroterapia, que consistía en el uso externo e interno del agua fría, método que perfeccionaron tanto franceses como alemanes. Fue el doctor Fleury el que le dio verdadera categoría científica a la hidroterapia, y lo más probable es que fueran sus publicaciones las que llegaran, en nuestros países, a manos de semimédicos.
Lo cierto es que la práctica se difundió por muchas regiones del Plata y menudearon médicos del agua fría en la campaña, en pueblos y aun en las ciudades, algunos de los cuales alcanzaron celebridad, como Pancho Sierra entre nosotros, o Aparicio Saravia, en la Banda Oriental, si bien, en verdad, entre los criollos más arraigados en el campo esta terapia no prosperó demasiado. El gaucho en general no fue muy amigo de eso del agua y, por lo común, prefirió quedarse con sus supersticiones.
En particular, resulta ilustrativo lo que concierne al famoso caudillo Aparicio Saravia, renombrado general y “primera lanza” de los blancos en las luchas contra los colorados, quien a la vez era un mentado médico del agua fría, que no sólo se aplicaba a sí mismo el tratamiento, sino que, además, lo recomendaba a sus oficiales e, incluso, lo administraba a los prisioneros. Por cierto que Aparicio era un gaucho cabal y como tal no se explicaría bien esa adhesión a la terapia, aunque cabe pensar, por otra parte, que un gaucho con charreteras ya está empezando a dejar de ser gaucho.
LA NACION