Por fortuna, 1984 sigue siendo muy improbable

Por fortuna, 1984 sigue siendo muy improbable

Por Ariel Torres
Por una razón u otra, en los últimos meses varias personas me preguntaron si creía que nos encaminábamos hacia una distopía al mejor estilo 1984, de George Orwell. El asunto se reiteró tantas veces que terminé por tomármelo más o menos en serio. Recuerdo que incluso compartí ciertas conclusiones preliminares con algunos de mis colegas aquí en el diario, durante un almuerzo, y me recomendaron escribir al respecto.
Primero caí en la cuenta de algo obvio, pero notable: ya pasamos el año 1984; hace 30 años, para ser precisos. Y aquí estamos. Gran Hermano terminó siendo, apenas, el nombre de un reality show. La ironía es así de gruesa aquí, ¿o no?
¿Pudo la obra de Orwell haber funcionado como una advertencia? Tal vez, al publicarla en 1949, alteró el futuro con su implacable descripción de un Estado totalitario en el que el pensamiento independiente es perseguido por el gobierno como un “crimen del pensamiento”, que practica la vigilancia masiva, constante e indiscriminada, que profesa un culto apoteótico a la personalidad del líder (el Gran Hermano) y que se dedica sistemáticamente a reescribir la historia cambiando los contenidos de los artículos periodísticos publicados en el pasado.
Pero, aparte de eso, tengo la impresión de que, a pesar de nuestros muchos defectos, la civilización humana dispone de mecanismos que la salvaguardan de esta clase de pesadilla. Puede que durante cierto tiempo haya un 1984 en marcha en algún país, pero no ocurre en el nivel global y tiende a durar poco, en términos históricos.
No se me escapa que la fecha es, en rigor, irrelevante. Tal vez estamos marchando a paso firme hacia una distopía, y 1984 sólo se ha retrasado un poco. No pocos dirán que, a fin de cuentas, vivimos en un mundo en guerra perpetua, hiper vigilado, donde el pensamiento independiente no se persigue, sino que se suprime antes de que surja, y donde el poder lo ejercen oscuras y omnipotentes agencias gubernamentales. Pero no es tan simple.
Cada momento del mundo, al menos desde que tenemos algún registro, parece una mezcla de 1984 y Star Trek, si entienden lo que quiero decir. Hay componentes distópicos y componentes utópicos. Y, en general, ambos factores tienden a anularse mutuamente.
La vigilancia masiva, por ejemplo, es un hecho, y si me lo preguntan, creo que sólo vimos la punta del iceberg. No sólo en Estados Unidos, sino en cualquier estado que tenga Internet. O telefonía básica, para el caso. Incluso la Viena adonde arriba Beethoven en noviembre de 1792 es un Estado policial, siempre vigilado, siempre censurado.
Sin embargo, al revés que en 1984, las herramientas para sortear el espionaje digital están al alcance de todo el mundo; en general, son gratis. En el peor de los casos (¿el mejor de los casos?), uno mismo podría implementar sus propios sistemas de cifrado.
Deja de ser una distopía, además, cuando la vigilancia estatal es expuesta de forma tan bochornosa (usando tecnología). Debería ser una amenaza sorda y agazapada, pero al mismo tiempo omnipresente. Por el contrario, resultó tan torpe que parece inspirada más en el Súper Agente 86 que en el Gran Hermano.
A todo esto, no deja de ser interesante que hace 30 años Apple eligiera promocionar su primera Mac diciendo: “El 24 de enero Apple Computer presentará la Macintosh. Y verás por qué 1984 no será como 1984”. Presuntuoso, sí, pero el mensaje sigue siendo válido tres décadas después.
Se aturde la mente con mucho entretenimiento fofo, obvio, desabrido y superficial, es cierto. Pero no podemos sino estar orgullosos de la inmensa diversidad cultural que originamos en unos pocas decenas de miles de años. Salvo períodos en los que algún Estado decidió que también el arte y las ciencias debían estar al servicio de algún modelo, la tendencia a salirnos del libreto impuesto desde arriba es muy fuerte. De otro modo, viviríamos en un mundo como el que se pinta en 1984.
Es decir, seguimos siendo profundamente independientes. Parafraseando, se puede oprimir a todos durante poco tiempo y se puede oprimir a unos pocos durante mucho tiempo, pero no se puede oprimir a todos todo el tiempo.

ESCENARIOS EN UN BIT
Una de las características de las novelas distópicas es que son binarias. En blanco y negro. Pocos poderosos malísimos y muchos sometidos buenos, sumisos y resignados. Como mucho, existirá, en las sombras, alguna clase de resistencia, condenada, desde luego, a fracasar. Es interesante: si 1984 (o cualquier otra novela distópica, desde El talón de Hierro de Jack London para acá) no fueran así de maniqueas, pintarían el mundo como es: un infinito abanico de matices.
Las distopías nos asustan -tal vez, nos alertan- porque pintan un futuro posible, no porque ese futuro sea probable. Describen un estado de cosas, para decirlo con precisión, en el que la mayoría de nosotros no vive. Los opositores de Hitler en la Alemania nazi o los ciudadanos reubicados por Stalin no estarían de acuerdo con esta afirmación. Pero, con todo y la misericordia que sentimos por las víctimas de esos (y muchos otros) regímenes, la civilización se ha mantenido mayormente aparte de las distopías. Hemos procurado preservar nuestra diversidad y las distopías son tan poco probables como las utopías, condenadas por definición mantenerse fuera de nuestro alcance.
Las nuevas tecnologías y los nuevos hábitos relacionados con ellas siempre despertaron sospechas. No es diferente ahora. Pero tanto como Twitter puede servirle al dictador para perseguir disidentes, también puede servirle al disidente para denunciar al dictador. Con un plus. Hoy es mucho más seguro oponerse a una dictadura que hace 30 años. Sí, lo sé, hace falta saber de cifrado y esas cosas raras, pero eso no es nada comparado con ir a fotocopiar nuestras ideas a un comercio -donde podría haber un delator- y luego distribuirlas a hurtadillas.
La sensación que me queda, luego de recorrer docenas de momentos históricos es que de algún modo la humanidad ha desarrollado anticuerpos contra las tiranías. Es bastante lógico. Si no fuera así, hace ya muchos siglos que se habrían acallado las últimas voces disidentes, y ni siquiera la genial novela de Orwell habría llegado a ver la luz.
LA NACION