02 Feb Decisivo: los pibes lograron una victoria que permite pensar a lo grande
Por Alberto Cantore
Se sintió herida, golpeada, pero no se resignó. Tomó el partido como lo que era: un clásico, una final sin corona. Lo jugó con dientes apretados, concentrada, conociendo sus limitaciones y advirtiendo que si se plantaba para disputar el partido mano a mano saldría lastimada. No precisaba más laceraciones la Argentina, menos frente a un rival de la talla de Brasil, un aspirante al título, uno de los participantes del hexagonal final para porfiar una de las cuatro plazas para el Mundial de Nueva Zelanda. La selección fue inteligente y logró una agónica victoria, por 2-0, cuando el encuentro se encaminaba a un empate. La elaboró a partir de las modificaciones, esos movimientos de nombres que la oxigenaron y le ofrecieron la cuota de gol. Un éxito que la posiciona como puntera y con pretensiones de pelear el título y las vacantes para volver a los Juegos Olímpicos.
Hubo respeto, se midieron una y otra vez, entendiendo que un descuido derrumbaba los sueños. Al desequilibrio individual que propone Brasil, la Argentina la anuló con marcaciones individuales. Las persecuciones no fueron bruscas, aunque los stoppers nacionales le hicieron sentir el rigor físico, ese que incomoda a los brasileros. Tripichio se encargó de Guilherme, el habilidoso y malabarista futbolista de Atlético Paranaense, que empezó encendido y se fue apagando; Casasola se trepó a Kenedy, que regresaba a la titularidad, y que no tuvo espacios para sacar sus remates potentes y ajustados; Moreira anuló a Thalles, el punta de área. No fue extraño que la canarinha debiera buscar respuestas en sus dos volantes de contención Walace y Lucas, para aproximarse con riesgo.
Entre tanto estudio, la Argentina cumplía una parte del juego: incomodar al rival, pero se olvidaba del segundo acto, ése que marca audacia para provocarle zozobra. Correa se retrasaba para entrar en contacto con la pelota y Simeone se debatía, en soledad, con los zagueros. El goleador no estuvo fino en el Parque Central: no llegó a conectar un desborde de Correa y, en el segundo tiempo, falló, de manera increíble, con el arco libre, al estrellar la pelota en el travesaño. Brasil tuvo la más clara en un remate de Lucas, que Batalla envió al córner.
Las modificaciones le dieron aire y gol a la Argentina, mientras que los cambios que ensayó Brasil sólo provocaron confusión. Se adelantó unos metros la selección, y con la velocidad de Espinoza y Maximiliano Rolón empezó a encontrar las grietas en la defensa verdeamarela. Leonardo Rolón, incansable en el ida y vuelta por la banda derecha, y Vega, posicionado como volante central, sintieron alivio.
Correa frotó la lámpara una vez más y asistió a Maximiliano Rolón, el desconocido que llegó desde el Barcelona B; el delantero, que jugó como volante izquierdo, tomó por sorpresa la espalda de Joao Pedro y definió suave ante la salida de Marcos. Fiesta y locura, otra vez todos los juveniles armando una montaña en el festejo. Pero quedó tiempo para algo más: la revancha de Contreras, de flojo torneo; el atacante del Ciclón conectó, de cabeza, un centro de Espinoza, y selló una victoria de ensueño, de esas que permiten pensar en grande.
LA NACION