02 Feb Cuando los chicos y los móviles comienzan a convivir
Por Manuel H. Castrillón
Tengo un abono con factura de telefonía celular que me alcanza y sobra. Siempre pago la misma tarifa, que incluye tantos minutos de llamadas, cierta cantidad de envío de mensajes de texto y un plan de datos que me alcanza. Nunca me excedo e incluso me deben sobrar minutos de conversación, ya que los contactos con los que me comunico más habitualmente, como familiares y amigos, casi todos están en mi misma operadora, por lo que estamos incluidos en esos sistemas de “hablar sin límite”.
Por eso me llamó mucho la atención cuando el mes pasado, al recibir la cuenta, descubrí que tenía que pagar un 20% más. Al principio le eché la culpa a la siempre presente inflación, hasta que cuando leí con detenimiento la factura me di cuenta de que me había anotado en varios servicios, como el del servicio a varios conocidos videojuegos en red, para Android. Eso me dio la pista de lo que había pasado. L’enfant terrible, mi hijo que acaba de terminar la primaria, había actuado de nuevo.
En un momento de descuido mío, me había instalado varios jueguitos en mi equipo. “Pero eran free”, se escudaba mi hijo. Sí, esto puede ser verdad, pero con más razón puede haber peligro, ya que numerosas apps gratis, como pueden ser las lúdicas, cuando las instalamos, tienen pequeños banners o publicidades en sus lados superior o inferior.
En cualquier momento de descuido, si uno hace clic allí con el cursor, se activa sin más trámite la inscripción a un servicio o compra de un producto. Cuidado, que no necesariamente éste estará relacionado con la app que usamos. Podemos estar viendo una aplicación de geografía y luego empezar a recibir en el móvil imágenes pornográficas.
Para más datos, vale aclarar que mi smartphone tenía método para bloqueo de la pantalla, pero configurada con el movimiento del dedo. Error. Esto deja un rastro que, inclinando el equipo, puede ser descubierta por un intruso. A partir de ese momento, opté por una clave numérica. Supongo que por un tiempo estaré a salvo.
COMPRAS Y NIÑOS
El otro día, un compañero de la Redacción, casi al borde del llanto, nos contó a varios colegas si podíamos hacer algo con un problema de compras por Internet. La cuenta de la tarjeta de crédito le llegó con una cifra que, convertida a dólares, alcanzaba las cuatro cifras. Las adquisiciones eran de cosas muy dispares. Alguien posiblemente había conseguido el número de la tarjeta de su pareja. Tras esto, nuestro acongojado colega comenzó el trámite con la empresa emisora de la tarjeta de crédito para no tener que pagar el monto.
Independientemente de lo que ocurra al final, esto nos deja una enseñanza: no grabar el número y clave de una tarjeta de crédito a un celular al que puedan tener acceso los chicos. Hay muchas empresas de comercio electrónico que tienen métodos de compra muy fáciles. Casi con un solo clic se efectúa la transacción. ¿Sabe un pequeño la diferencia entre un dólar, un euro o un peso? Los de grados avanzados del ciclo primario posiblemente sí, pero no un parvulito que está haciendo los primeros palotes, pero ya sabe cómo usar una tableta o un teléfono inteligente.
LOS PELIGROS MAYORES
No sólo en las computadoras están las redes sociales. Los móviles tienen sus apps que nos permiten estar todo el día conectados a nuestros contactos. Saber de ellos. Interactuar con ellos.
Para nuestros hijos también existen las mismas herramientas de comunicación que usamos nosotros. También están WhatsApp, el correo electrónico y los SMS. En muchos casos, éstos parecen ser su nuevo cordón umbilical, pero digital, para conectarse con sus amigos.
Facebook, WhatsApp y YouTube deben ser las herramientas que más usan los chicos, incluso aquellos que tienen edades menores a las que se establecen como mínimas en determinadas redes sociales, como es el caso de la primera, que fija en 13 años la condición necesaria para poder registrarse. Pese a esto, es bien conocido que los chicos recurren a estratagemas para su inscripción. Incluso muchas veces con la complicidad de sus padres. “No importa, qué le puede pasar a la nena”, dicen desaprensivamente muchos progenitores. Pero tanto nenas como nenes se exponen a caer en las manos de pedófilos que atacan en las redes sociales. Cada tanto se descubren casos de bandas internacionales.
Uno de los fenómenos más llamativos de los últimos tiempos es el de los youtubers, esos adolescentes o adultos jóvenes que cuentan en su particular dialecto etario cómo son los últimos videojuegos y clips de las bandas del momento. Estos clips en YouTube cada vez son más vistos. En esta red social para compartir videos hay contenidos no apropiados para todas las edades. Pero tiene sus antídotos: podemos colocar filtros por edades. Usémoslos.
LA NACION