Estudiar en casa: la opción antisistema de 2000 familias

Estudiar en casa: la opción antisistema de 2000 familias

Por Teresa Buscaglia
¿A qué colegio vas? ¿En qué grado estás? ¿Cómo se llama tu maestra? Los chicos que se educan en sus casas están acostumbrados a escuchar éstas y otras preguntas y ver que sus interlocutores se quedan boquiabiertos cuando se enteran de que ellos no van a la escuela.
El homeschooling, o educación en el hogar, es la opción de familias que quieren darles a sus hijos una formación diferente porque están disconformes con el sistema educativo. Entre otras razones, porque lo consideran una aniquilación de la creatividad que los chicos traen al nacer.
Gran parte de sus inspiradores son autores de los años 70 que cuestionan la educación convencional y plantean romper con el molde, como Iván Illich, Harold Bennet y John Caldwell Holt.
En Estados Unidos, el número de homeschoolers creció 74%: pasó de 850.000 en 1999 a 1,5 millones en 2007, según el National Center for Education Statistics. Y hoy se calcula que son más de 2 millones. En la Argentina no hay registros oficiales, pero, según los sitios online que reúnen a estas familias, se estima que hay cerca de 2000 en todo el país.
“El sistema educativo fue inventado durante el siglo XIX, para satisfacer las necesidades de la industrialización. Está basado en dos premisas: las materias más importantes son las más útiles para el trabajo. Así, alejan a los chicos, quizás, de lo que más les gusta, con la excusa de que en el futuro no van a encontrar trabajo haciendo eso. La segunda premisa es la habilidad académica, porque las universidades crearon el sistema a su imagen. Lo peor de todo esto es que muchas personas creativas creen que no lo son porque lo que hacían bien en el colegio era rechazado o estigmatizado”, dijo sir Ken Robinson, educador y escritor británico, en su conferencia TED de 2006, “La escuela mata la creatividad”, vista por más de 30 millones de personas en todo el mundo.
Paula Lago es la madre de Milena (11) y Emanuel (6) y creadora del blog Educo en Casa. Milena empezó el colegio, como todos los chicos, pero no la pasaba bien: tenía dolor de cabeza todos los días, no le gustaba ir y sentía quelas maestras gritaban todo el tiempo. Probaron cambiarla de escuela, pero la situación no varió. Hace 2 años, Paola y su marido decidieron desescolarizar a los hijos y educarlos en la casa. “Siento que mis hijos han ganando más autonomía y, sobre todo, entusiasmo por aprender. Si tienen alguna curiosidad por algo, enseguida se ponen a averiguar sobre eso. Tienen más tiempo para aprender con solidez, sin correr. Cuando la escuela dice que un chico tiene dificultades de aprendizaje o que está «atrasado», en realidad, está etiquetando a un chico que simplemente tiene otros tiempos o, quizás, otros intereses.”
Lo que define Paula Lago como los resultados del homeschooling en su familia es lo que todo proceso de educación debería alcanzar: el amor por el aprendizaje. El caso de Ileana Odasso es parecido. Sus hijos mayores, Tomás (14) y Martina (9) no se sentían bien en la escuela y lo manifestaban de diferentes maneras.
“Como padres, tenemos la convicción de que somos los responsables principales de su educación. Descubrimos que tenían necesidades diferentes, que se manifestaban como problemas de salud y frustración. La experiencia de ayudarlos a estudiar es enriquecedora, tanto para ellos como para nosotros. Nos enfocamos en sus pasiones, como el ajedrez, el dibujo, los idiomas, y complementamos sus programas de examen libre con paseos, visitas al museo y encuentros con otras familias. No tenemos una rutina especial, buscamos simplemente un momento del día en el que tengan ganas de estudiar y un lugar de la casa donde se sientan a gusto para hacerlo”, aclara Ileana, que ya decidió, junto con su marido, no escolarizar a Stefano, su bebe de 18 meses.
Hay familias que van un poco más lejos y practican el unschooling: no siguen ningún programa y no presentan a sus hijos a certificar sus estudios oficialmente. Este tipo de educación está basada en la idea de que los chicos nacen con un proceso interno de aprendizaje y lo hacen realidad diariamente con sus juegos, escuchando sus propias preguntas y demostrando sus intereses a quienes pueden ayudarlos a encontrar las respuestas.
Héctor e Íside Moya tienen 3 hijos: Dulce (10), Matías (7) y Alma (5), viven en Pilar y decidieron emprender el camino del unschooling cuando Dulce cursaba primer grado y no quería ir al colegio, no la pasaba bien y pidió no ir más. Los Moya decidieron que sus hijos serían educados en la casa. Crearon un sitio online llamado Cipichicos, donde comparten sus experiencias con un número cada vez mayor de familias que los consultan y comparten sus materiales de aprendizaje.
“El unschooling es ver el aprendizaje en todo. No se trata de dejar a los chicos para que encuentren su propio camino ni de apartarlos para hacer tus propias cosas, mientras ellos están solos, tratando de encontrarle sentido al mundo. Unschooling es ser un padre presente y atento, es pasar tiempo con tus hijos, involucrarse en su mundo e invitarlos al tuyo”, explica Héctor Moya.
Estas familias se encuentran con un vacío legal importante. Su respaldo es el artículo 14 de la Constitución nacional, que otorga a todo ciudadano el derecho a “enseñar y aprender”, así como el art. 6 de la ley federal de educación, que reconoce a los padres como “los agentes naturales y primarios de la educación de sus hijos”. Esto deja un espacio abierto a la educación en el hogar, ya que educación y escolarización no son necesariamente lo mismo. Las familias que quieran que sus hijos obtengan un certificado de estudios oficial que les permita hacer una carrera universitaria en el futuro pueden hacer que rindan exámenes libres sólo en la Capital Federal, la única jurisdicción del país que permite esta modalidad. En el interior del país, todo se hace mucho más difícil. Hay que presentar mucha documentación para poder empezar el trámite de rendir en la Capital.
Victoria Lazzaro es diseñadora en comunicación visual y docente, vive en la provincia de Buenos Aires y desescolarizó a su hijo Gianni, de 9 años, en 2013. Ante diversas presentaciones y cartas, todo quedó en un cajón, no por mala voluntad de las autoridades del colegio, sino porque, ante el vacío legal en este tema, nadie quiere tomar responsabilidades. “Desde pequeño, Gianni demostraba mucho interés por aprender, tenía muchas expectativas con la escuela primaria, pero cuando comenzó primer grado la desilusión lo fue opacando. Cuando estaba por comenzar tercer grado me planteó dejar la escuela. Fui a hablar con la directora, para plantearle la decisión y, para sorpresa mía, si bien me comentó todas las trabas que tendría al emprender este camino, apoyó mi decisión. El tema legal sigue siendo un problema, pero estamos muy contentos con la decisión. Gianni es un chico feliz que estudia lo que le interesa”, cuenta Victoria.
En esa situación legal quedan todas las familias del interior del país que también han decidido, por diversos motivos, no mandar a sus hijos a la escuela. Florencia Suárez estudió Bellas Artes, es diseñadora y, junto con su marido, eligieron dejar Buenos Aires e irse a vivir a las sierras con sus dos pequeños hijos, de 4 y 2 años, respectivamente. Han decidido no escolarizarlos y tampoco seguirán ningún plan de estudios en el futuro. Intercambian información con otras familias que también hacen unschooling y confían en que, en el futuro, todo se acomodará de acuerdo con lo que sus hijos elijan.
“Los hijos de nuestros amigos y nuestra familia estaban llenos de actividades todo el día: doble escolaridad, tareas del colegio, saturados de tecnología, y lejos de tener amor por el aprendizaje, éste era una carga. Un día, me di cuenta de que no quería eso para mis hijos. Antes de tomar una decisión, investigué educaciones alternativas y encontré que son muy caras y que, para que nuestros hijos pudieran asistir a esos colegios, teníamos que trabajar varias horas por día fuera de nuestra casa. Nuevamente, depositar a los chicos en un colegio para que se encargue otro, mientras trabajamos para pagar la cuota. Una locura”, explica Florencia.
Una de las críticas más importantes que se les hacen a estas familias es que sus hijos no tienen posibilidad de socializar si no asisten a una escuela. La mayoría de las familias entrevistadas afirman que sus hijos tienen una red de amigos de todas las edades, a los que conocen en sus actividades fuera de la casa (deportes, cursos de idiomas, clubes), y que la escuela no ayuda a crear vínculos muy sanos, ya que cada vez hay mayor cantidad de casos de bullying y violencia.
Es el caso de Juan Pablo Realini y su familia, integrada por María Gracia, su esposa, y sus 3 hijos: Samy(11), Luca (8) y Josué (3). Viven en Buenos Aires y han decidido sacar a los chicos de la escuela porque, para ellos, el sistema escolar no respeta la individualidad de los chicos, trata de uniformar a todos sin atender los talentos de cada uno en particular.
“¿Cómo logró la humanidad llegar hasta este momento cuando no existía la escuela para enseñar a los chicos a socializar? ¿Será que había otra forma antes de la escuela? Si vamos a la definición del diccionario, socializar significa adquirir las habilidades necesarias para desenvolverse en la sociedad en la que vivimos o «volver apto a alguien para la vida en sociedad» -reflexiona-. Además de las actividades familiares y con amigos, hemos creado una «cooperativa de familias homeschoolers», donde no sólo nos ayudamos compartiendo experiencias, sino que también nos juntamos dos veces por mes para hacer actividades recreativas y educativas”, afirma Realini.
Daniel Brailovsky, doctor en Educación y docente de Flacso, autor del libro Dolor de escuela, entre otros, disiente de la optimista mirada que muestran las familias de homeschoolers, ya que cree que la escuela es el lugar natural de la infancia. “La función central de la escuela es social y consiste en construir lo común, tejer lazos de comunidad entre personas diferentes, compartir desafíos, proyectos, superar obstáculos junto con (y puestos por) otros. Todo eso demanda escolaridad, requiere convivencia en una institución, no puede hacerse en el living de la casa -explica-. Creo que el agotamiento de ciertas formas de relación en la escuela (la expectativa de obediencia como un valor, las resonancias militares o religiosas en la estética escolar, la enseñanza como transmisión, cierta insensibilidad hacia la experiencia) no debería ser razón para irse de la escuela, sino para repensarla y hacerla crecer en la dirección de las utopías sociales de la época”, concluye Brailovsky.
No cabe duda de que este gran cambio de vida familiar que ha crecido exponencialmente en los últimos años ha sido posible gracias a la tecnología. Sarah Howling es británica, docente, ex directora de una escuela bilingüe en la Argentina, y durante su estadía en el país optó por hacer homeschooling con su hijo Max, que no lograba adaptarse al sistema educativo argentino. Con un alto coeficiente intelectual, Max sufría de “disgrafía”, un trastorno del lenguaje escrito, y no lograba sentirse incluido ni desarrollar un lazo de amistad con nadie.
“Yo trabajaba durante todo el día y por las tardes, al regresar, teníamos nuestras clases en casa. Google fue su gran amigo. Gracias a esta herramienta, Max podía investigar y buscar todo aquello que le interesaba. Ésta es una gran ventaja que da el homeschooling: personalizar el aprendizaje, teniendo en cuenta sus intereses, fortalezas y debilidades. Se trata más de lograr objetivos que de tener éxito, describe Howling.
El británico sir Ken Robinson en su conferencia del año 2010, “La revolución de la educación”, invita a que repliquemos el modelo de la agricultura para que el ser humano pueda florecer en todas sus potencialidades. “Un modelo educativo tiene que estar moldeado según las circunstancias que rodean a los que serán educados. Se trata de crear un movimiento en el que las personas desarrollen sus propias soluciones”, concluye.
LA NACION