26 Jan El espía: Lauchón Viale, el hombre que sabía demasiado
Artículo publicado por el diario La Nación el 28 de octubre de 2014.
Por Jorge Urien Berri
Vinieron a matarme, se habrá desesperado el Lauchón, sin resignarse a lo inconcebible, mientras seguía disparando con su Glock. Morir él, el Lauchón, mano derecha de uno de los hombres más poderosos del país, morir en ropa interior, agazapado en el baño de su casa mientras su esposa, María de Fátima, aguardaba aterrada en el borde de la cama. Morir él, conocedor de tantos secretos y mentiras del poder. Morir bajo el fuego de los subfusiles que disparaba desde el pasillo la hilera de policías del Grupo Halcón de la Bonaerense que irrumpieron en su casa de Moreno como una tromba después de destrozar la puerta gritando “¡Alto!” y no “¡Policía!”.
Los siete halcones de la fila declararon q ue aquella madrugada del 9 de julio de 2013, minutos antes de las 6, se presentaron como policías en la casa de La Reja, y que el Lauchón les disparó y ellos respondieron. Tal vez ése fue el error de Pedro Tomás Viale: no saber, no creer que los invasores eran policías y no asaltantes, y que alguien había decidido -ordenado- su muerte. La esposa y los dos testigos que llevó la policía negaron que éstos se identificaran como tales. También el juez que los procesó.
Cómo iba a creer el Lauchón, agente de contrainteligencia de la Secretaría de Inteligencia, la ex SIDE, que a él, hombre de máxima confianza del ingeniero Antonio Stiuso, eterno factótum de la central de espías, los de la Bonaerense fueran a matarlo como a un perro a sus 59 años, si tantas veces había actuado con el Grupo Halcón en causas de narcotráfico, aunque ubicado detrás de la fila india, no en la mira de los subfusiles MP5 que tal vez gatillaban sus ex compañeros de procedimientos.
Por eso siguió disparando su Glock, que hirió a un halcón en un pie mientras gritaba: “¡Chapa, chapa! ¡Mostrame la chapa!”, ordenándoles primero, casi rogando después, que probaran que eran policías y no asaltantes, como él creyó al principio, según relata su mujer.
Ella declaró que los policías dispararon apenas derribaron la puerta del living, antes de que su marido pudiera manotear la Glock. Los que vieron el expediente subrayan que los orificios en la pared del living indicarían que los halcones entraron disparando. Él devolvió el fuego y ellos lo multiplicaron hasta que cesaron los gritos y los disparos desde el baño.
“¿Sabés qué? Ocho horas antes, la noche anterior, en su casa, me dijo que había decidido retirarse. La idea no le gustaba, lo apasionaba su trabajo, pero tenía problemas cardíacos y le habían colocado dos stents. Podía haberse retirado antes porque ellos tienen un régimen especial, pero le encantaba lo que hacía. Entró en la SIDE a los 19 o 20 años. Su padre, mi abuelo, trabajaba allí. De chicos mi viejo nos decía: «Trabajo en una oficina de la Presidencia de la Nación»”, cuenta a LA NACION su hijo mayor, Leonardo, odontólogo, de 37 años.
Murió acribillado . Once orificios de bala, uno en la cara y seis en el tórax, abrieron un misterio más de los tantos que en la Argentina combinan crimen y política, bajos fondos y altas esferas, y que, por eso, nacen condenados a la impunidad.
Su muerte simboliza la pérdida de poder de la ex SIDE desde que Cristina Kirchner privilegió a Inteligencia del Ejército. Matar a un hombre de confianza de Stiuso fue como abofetear al hombre que vio sucederse, como cuadros que se cuelgan y descuelgan, a cada jefe político de la secretaría, o Señor 5, en el edificio de la calle 25 de Mayo, frente a la Plaza de Mayo. En el mismo terreno se alzaba el Gran Hotel Argentino, en el que José Hernández escribió el Martín Fierro. Luego se fabricaron allí, sin métrica ni rima, algunas de las peores ficciones de la Argentina.
¿Cuál de los tantos asuntos en que el Lauchón intervino profesionalmente le valió la muerte? ¿Narcotráfico, contrabando, secuestros, la investigación de la voladura de la AMIA? ¿O una investigación sobre la jefatura de la policía bonaerense? Un allegado a la ex SIDE descarta esta última hipótesis y admite que el asesinato -así lo califica- pudo haber sido un medio para golpear a Stiuso y al organismo, “una represalia por las bandas de narcos que atrapó la SIDE y que tal vez hacían negocios con policías”.
El Grupo Halcón irrumpió en la casa de Rocha Blaquier 1502 por una investigación de narcotráfico a cargo del juez federal de Tres de Febrero, Juan Manuel Culotta. La secuencia, por burda, roza lo irracional.
La intervención del grupo de elite no la dispuso Culotta, quien sí ordenó el allanamiento, sino el jefe de la Subdelegación de Investigaciones del Tráfico de Drogas Ilícitas de San Miguel de la policía bonaerense. En esa reparticiónsabían muy bien quién era el Lauchón. Curiosamente, al frente del procedimiento se designó a un oficial principal de otra dependencia, ajeno a la investigación. El juez ordenó 18 allanamientos aquel 9 de julio, pero el único en el que intervinieron los halcones fue el de la casa del espía. Allí no encontraron drogas ni documentos ligados al narcotráfico; tampoco en la casa de Luciano, uno de los tres hijos de Viale.
En las escuchas telefónicas, el Lauchón habla con un sospechoso de narcotráfico que quería comprar terrenos y viviendas desocupadas con dueños fallecidos, y procuraba su intermediación. “Nunca hablaron de narcotráfico. Hay casi dos años de escuchas, como si alguien hubiera estado a la pesca de un pretexto para actuar contra Viale”, afirmaSantiago Blanco Bermúdez, abogado de los familiares, que en la causa de la muerte son querellantes, al igual que la ex SIDE.
En la causa de narcotráfico hay cinco procesados enviados a juicio; uno de ellos, el hombre que hablaba con el Lauchón. “Era uno de sus tantos informantes”, agrega Leonardo. Y tal vez lo más importante: a la Departamental San Miguel no le interesó averiguar si en su calidad de espía el Lauchón estaba investigando a los narcotraficantes o intentaba infiltrarse en la organización.
Para el juez federal de Morón, Juan Pablo Salas, al Lauchón fueron a asesinarlo. Cuando procesó a diez policías bonaerenses por homicidio calificado -agravado por ser policías- el juez afirmó que entraron sin identificarse provocando la reacción del espía y que, “abusando de su función”, lo mataron. El operativo -escribió- fue deliberadamente violento para provocar “la reacción de la víctima” y justificar “la respuesta que terminó con la vida de Viale.” Aunque los procesamientos resueltos hace dos meses están apelados, el jefe de Narcotráfico de la policía bonaerense perdió su puesto.
El juez comparó la operación con los procedimientos de la dictadura. En su resolución pesó el valiente testimonio de un oficial principal de la Bonaerense que actuó en la causa de narcotráfico y que aclaró que el objetivo del allanamiento se reducía a la búsqueda de documentación.
Mientras la investigación sigue, parecería que aquella madrugada se enfrentaron dos piezas ciegas de un juego que les era ajeno por completo: los que fueron a matar al Lauchón, quizá sin saber las consecuencias, y el Lauchón, que tenía que morir para que Stiuso salga herido. Aún se ignora quién movió las piezas.
CASSETTES PERDIDOS DE LA AMIA
Las vidas del Lauchón y de Claudio Lifschitz se cruzaron muchas veces sin que nunca se hablaran o cambiaran un saludo. El camino de tantos cruces fue la investigación de la voladura de la AMIA.
“Por lo que leí, fueron a fusilarlo”, no duda Lifschitz, abogado, ex oficial de Inteligencia de la Policía Federal y ex prosecretario del ex juez federal Juan José Galeano en la causa AMIA. “En Inteligencia es todo muy sucio”, agrega, en un bar de Tribunales, luego de pedirle al custodio que le asignó la Justicia que se siente en otra mesa.
Si Galeano ya no es juez y la causa AMIA comenzó a revelarse como un armado cada vez más difícil de ser sostenido, se debe en buena medida a las denuncias de Lifschitz, que le valieron acusaciones judiciales, un secuestro en marzo de 2009 en el que le tajearon la sigla AMIA en la espalda y un intento de asesinato en julio de ese año. También fue abogado de los boliches de Raúl Martins, agente de la SIDE hasta fines de los 70 y “muy amigo del Lauchón y de Stiuso”, dice Lifschitz.
“No creo que el Lauchón anduviera en el narcotráfico, no tenía pinta de tener dinero. Era, sí, un hombre de la noche. Alto y canoso, bien vestido, iba mucho a Top Secret, en Artigas al 1400 -recuerda Lifschitz-, y a otros dos boliches de Martins. Le gustaba Top Secret, donde la pared de un reservado permitía acceder a un departamento con salida a la avenida Juan B. Justo. Bebía mucho y alardeaba de su poder y de su lugar en la SIDE. Una noche tomó mucho en otro local de Martins, sacó su arma y disparó hasta que lo desarmaron. Salvo por la bebida, era amable, correcto.”
Del relato de Lifschitz surge que uno de los episodios más oscuros del caso AMIA comenzó en la barra de Top Secret. “El barman era un iraní de unos 30 o 35 años, Ebrahim, a quien Martins propuso como traductor de farsi de la SIDE. Tradujo antes y después de la voladura de la AMIA.”
Lifschitz remarca ese “antes y después”, porque cuando trabajaba en el juzgado de Galeano descubrió que antes del atentado el juez federal de Lomas de Zamora, Alberto Santa Marina, ya investigaba una célula iraní integrada, entre otros, por Khalil Gathea. “Los teléfonos de Gathea y los demás estaban intervenidos irregularmente por la SIDE antes de la voladura. Las traducciones las realizaba el barman Ebrahim, me lo dijo él. Después de la voladura, Ebrahim tradujo muchas grabaciones telefónicas, por ejemplo de Moshen Rabbani [ex agregado cultural de la embajada de Irán en Buenos Aires].” Son los famosos cassettes con miles de horas de conversaciones que se perdieron. “¿Por qué la SIDE escuchó a los iraníes y lo ocultó? Son 40.000 horas de escuchas desaparecidas”, pregunta Lifschitz.
En un libro ya inhallable (AMIA, por qué se hizo fallar la investigación) y en declaraciones posteriores, Lifschitz denunció con documentación que la SIDE había infiltrado la célula de Gathea, pero que días antes del atentado el grupo “se les escapó, lo perdieron, y días después voló la AMIA”. En la hipótesis de Lifschitz, el papel entre irregular e inepto de los espías explicaría la extraña actitud de la ex SIDE en la causa. “El Lauchón -agrega Lifschitz- le pidió a Ebrahim que se pegara a Gathea.”
Poco después del intento de asesinato, en 2009, Lifschitz y su custodio de la Federal encontraron en el limpiaparabrisas del auto una servilleta de papel donde estaba escrito a mano “Lauchón” y un número de teléfono “de una base secreta de la SIDE en la calle Estados Unidos”. Dice Lifschitz: “No lo llamé. Hice la denuncia, igual que había denunciado lo del traductor, pero la Justicia encargó la investigación a la SIDE, principal sospechosa.”
Blanco Bermúdez, abogado del Lauchón en la causa “de la servilleta”, afirma que el peritaje caligráfico arrojó que no la escribió él, y en cuanto a los cassettes desaparecidos, recuerda que se condenó a un comisario de la Policía Federal.
Otro cruce en sus caminos ocurrió a raíz de una denuncia que, con la asistencia de Lifschitz, una hija de Martins hizo contra su padre por trata de personas, denuncia luego desestimada por la Justicia. “Hubo un pedido al Lauchón para que enviara unos matones a la casa de la hija de Martins, pero chocaron con mi custodia -recuerda Lifschitz-. Tal vez él no sabía a dónde debían ir, porque conocía a la hija de Martins desde que era una niña. Como todo el mundo, ella lo llamaba Lauchón.”
“Su trabajo era la noche, en la noche estaban sus informantes. Y a pesar de eso, nunca fue un padre ausente. Y nunca lo vi borracho. Ahora que sí está ausente sentimos tanto su falta”, dice Leonardo. Piensa, y agrega: “Conociéndolo, jamás iba a tirotearse con la policía. Cuando yo llegué, a las 8, el Grupo Halcón no dejaba entrar a nadie en la casa, ni siquiera a los de la Bonaerense. Mi madre me contó que un efectivo le preguntó, asombrado: «¿Su esposo era el Lauchón, de la SIDE?»”.
En algún momento Leonardo quiso imitar a su padre e inaugurar la tercera generación familiar en la central de espías. “Me dijo que no, que ejerciera mi profesión.”
-¿Te dijo por qué?
-Nunca me lo dijo.
LA NACION