25 Jan El heredero silencioso
Por Alejandro Lingenti
Es una de las sorpresas del Personal Fest del próximo fin de semana. Hasta que su nombre apareció en la grilla, poco se sabía de él aquí. Pero James McCartney tiene apellido ilustre y buenas canciones para mostrar el domingo, cuando suba al escenario de GEBA. Tiene 37 años, es hijo de Paul, uno de los dos Beatles que quedan vivos, y de Linda Eastman, su primera esposa y tecladista de los Wings, fallecida en 1998. Se sabe que ser hijo de un personaje tan famoso no es fácil y James no es la excepción. A diferencia de sus dos hermanas, la fotógrafa Mary y la diseñadora de moda Stella, que nunca les escaparon a los flashes y utilizaron convenientemente su apellido para empujar sus carreras, James siempre trató de ocultarlo.
Ya de adolescente intentó refugiarse en el anonimato, una tendencia que se agudizó tras la muerte de su madre, que lo afectó particularmente. A los 19 años se mudó a Brighton, donde se dedicó a estudiar fotografía y literatura y trabajó de mozo en un bar durante un buen tiempo. No le fue fácil, de todos modos, esconder su identidad, dado el notorio parecido físico con su padre, de quien se distanció a partir de la aparición en escena de la polémica Heather Mills, segunda esposa de Paul, que terminó reclamándole al ex beatle 160 millones de dólares luego de un divorcio no exento de escándalos. Mills terminó llevándose 31 millones, pero Paul logró recuperar la relación con su hijo a partir de esa costosa separación. Sin aparecer en los créditos, James había colaborado en Flaming Pie, el muy buen disco que Paul editó en 1997, pero entre 2002 y 2008 se mantuvo alejado de su padre debido a su mala relación con Mills, y también tuvo unos cuantos problemas con las drogas.
Consumado el publicitado divorcio, James restableció el vínculo con Paul y recibió un premio nada despreciable: un Mercedes-Benz y un piso en Londres, vecino a la mansión de su padre y valuado en un 1,2 millones de dólares. De ahí en adelante las cosas cambiaron para él: fue padrino de la tercera boda de Paul, con la también millonaria Nancy Shevell, heredera de una poderosa empresa de transportes de los Estados Unidos, y empezó a aparecer con frecuencia en los medios. Se dejó ver en una discoteca de Londres -acompañado por la díscola modelo Kate Moss- y en el famoso Viper Room de Los Angeles, tocó en el mítico club The Cavern de Liverpool que vio nacer a los Beatles, se presentó en el popular programa de David Letterman y hasta deslizó la posibilidad de armar una banda con hijos de los otros integrantes de los Fab Four: Sean Lennon, Dhani Harrison y Zack Starkey.
No hace mucho concedió una entrevista al diario inglés The Daily Mail en la que habló profusamente de la relación con Paul (recientemente se confirmó su participación en un disco homenaje al ex beatle, en el que interpreta una versión de “Hello Goodbye” con The Cure), de sus crónicas depresiones y de la motivación central para su contacto más fluido con la prensa, la edición de su primer disco, Me, sucesor de dos buenos EP producidos por Paul: Available Light (2010), que incluye un cover de “Old Man”, de Neil Young, y Close at Hand (2011).
En Me -en el que Paul canta en el bellísimo tema “Thinking About Rock & Roll”- se revelan con claridad las influencias más importantes para James: obviamente la tradición beatle, pero también los Stones y Matthew Sweet (“Wisteria” no sonaría mal en el extraordinario Girlfriend que el artista de Nebraska grabó en 1991), aunque Nirvana sea su grupo favorito desde hace años. Las cumbres del álbum son “Butterfly”, un tema que perfectamente podría haber formado parte del repertorio de Traffic; “Snap Out Of It”, homenaje velado a George Harrison; y “Mexico”, un evocativo viaje a un país cándidamente idealizado que funciona como definitivo certificado de familiaridad con papá Paul.
Fiel a su política del perfil bajo, James encaró hace poco una gira por Estados Unidos de características muy especiales: shows en salas muy pequeñas, traslado con sus músicos en una modesta furgoneta y alojamiento en económicos hostels. Un lógico regreso al perfil bajo.
LA NACION