16 Jan Por qué una selfie erótica puede ser mucho más que un simple gesto frívolo o narcisista
Por Rita Abundancia
El escándalo de las selfies de famosas desnudas o en poses eróticas filtradas en la Red, sumado a la fobia de Facebook hacia los pezones, no hace sino poner de relieve que nos encontramos a años luz de tener una relación de cordialidad con nuestra sexualidad, cuerpo y erotismo. Los artículos sobre el tema de las fotos de las actrices y cantantes provocaron comentarios de todo tipo. La mayoría no abordaba el tema de la ilegalidad de meterse en la vida privada de otra persona y publicar sus instantáneas más íntimas, sino que desviaba el debate hacia la decencia o no de retratarse en cueros; ridiculizando, demonizando, frivolizando, menospreciando y socavando la idea en sí misma, y no sus consecuencias.
De pronto el mundo descubre, alarmado, que los amantes se envían fotos tal como Dios los trajo al mundo para su diversión o flirteo. Y que, lamentablemente, publicar una de esas instantáneas tiene el poder de minar la imagen pública de alguien. Quienes asisten escandalizados al auge y tendencia del sexy selfie deberían saber que no es nada nuevo, sino la versión digital de un impulso tan antiguo como la humanidad, que pintores y fotógrafos se encargaron de satisfacer. Los estudios de fotografía boudoir, especializados en sacar retratos sensuales y picantes a sus clientes -en su mayoría mujeres-, son muy habituales en los Estados Unidos y el Reino Unido. En España, aunque no tan populares, existen algunos como el que la fotógrafa Nicole Gulau tiene en Gerona. “El género boudoir, aunque ya existía antes, se popularizó durante la Segunda Guerra Mundial -cuenta Gulau-, cuando las chicas enviaban retratos en plan pin-ups a sus novios o maridos en el frente, para animarlos y darles una buena razón para volver a casa sanos y salvos. En otros países es muy corriente regalar al novio, amante, o incluso a una misma, una foto sensual, cuidada, elegante, que descubra la parte más atractiva de nuestro yo.” Entre las clientas de esta fotógrafa no sólo hay futuras esposas, sino mujeres de todo tipo con historias muy diferentes. “Si hay algo en lo que coinciden casi todas, después de hacerse la sesión, es en que eleva mucho la autoestima. He tenido una psicóloga que me comentó que esto era como varias sesiones de terapia. Por un día, ellas son las protagonistas y un equipo de maquilladora, peluquera y estilista trabaja para sacar el máximo partido a la persona. Yo no hago desnudos, aunque dentro del término «sensual» caben muchos grados y la mujer muestra sólo lo que le gusta, dentro del estilo de fotografía que ella elija”, cuenta Nicole, quien subraya que sus trabajos no son nunca retocados, ni pasan por el Photoshop .
Un aficionado a este género fotográfico fue el explorador noruego Fridtjof Nansen, aventurero y mujeriego a partes iguales. Cuando no estaba atravesando el Polo, Nansen posaba desnudo, incluso a la edad de 67 años, y enviaba las instantáneas a sus amantes o conquistas, como técnica para “hacerlas entrar en calor”, algo en lo que este habitual de los hielos parecía bastante versado. “No hay un rincón en mi corazón ni en mi alma que no quiero que veas”, escribía en sus cartas, algunas casi pornográficas.
HACER TERAPIA CON FOTOS
El término fototerapia o terapia fotográfica es algo practicado por algunas profesionales como Ellen Fisher Turk, en Nueva York, y se basa en una premisa tan simple como la que se expone en un artículo del diario inglés The Telegraph, en el que su autora, Melissa Whitworth, se presta a posar desnuda, en modo erótico, y contar la experiencia. “La idea detrás de lo que ahora se llama fototerapia es sencilla: exponerse a la cámara, en las manos de un fotógrafo en el que se confíe, y pasar a ver tu vida de manera diferente. Como comentaba una mujer: “Desde el momento en que puedes enfrentarte al mundo desnuda, ¿qué más puede darte miedo?”
Ellen Fisher utiliza la fotografía de desnudo como arma para luchar contra la anorexia, las secuelas de abusos sexuales en la infancia, el cáncer o la mala imagen que muchas mujeres tienen de sus cuerpos y de sí mismas; simplemente fotografiando a mujeres que sufren estos trastornos sin nada encima. “Desnuda eres completamente vulnerable -dice Fisher en el artículo del Telegraph-, es entonces cuando aparecen las reacciones emocionales. Este tipo de fotografía es un arma transformadora para entrar en contacto con las dificultades existenciales y los traumas. Las imágenes entran en el cerebro y en el inconsciente de una manera distinta a las ideas o las memorias. Viéndonos desde un ángulo diferente podemos alterar la forma en que nos sentimos.”
El artículo cuenta el caso de una chica anoréxica que acudió a varias sesiones de fotos con Fisher. Un día, estando en su casa, pasó frente a un espejo y cayó en la cuenta de que su cuerpo era como el de aquellas judías escuálidas de los campos de concentración nazis. Sin llegar a estos extremos, posar desnuda puede ser para muchas mujeres lo que en el reportaje se denomina como “un momento pin-up, lejos de las obligaciones diarias, los gritos de los niños, el trabajo y las tareas de la casa”. Los pueblos primitivos pensaban que la fotografía roba el alma, pero también puede devolver muchas cosas: autoerotismo, confianza en uno mismo, enorme poder de evocación y la posibilidad de vernos desde el exterior, en muchos casos con una perspectiva más objetiva y benévola.
Pilar Soria, sexóloga y psicóloga, utiliza también la fotografía como herramienta en su trabajo, tratando de recuperar el deseo sexual, el autoerotismo y la capacidad de seducción en todo tipo de mujeres, aunque donde más éxitos está recogiendo es con sus grupos de enfermas de cáncer. “El cáncer es una enfermedad larga que, generalmente desde su diagnóstico, inhibe el deseo sexual. Si luego hay una operación como una mastectomía, la cosa se agrava, ya que la idea que se tiene de lo que debe ser el cuerpo de una mujer y su atractivo erótico se derrumba. En estos casos, yo trabajo con fotografías de otras mujeres en la misma situación, otros cuerpos para demostrar que la belleza puede estar en muchos sitios. Trato de integrar el cáncer en sus biografías y que afecte lo menos posible su vida sexual o la posibilidad de encontrar una nueva pareja. No siempre es fácil que la mujer se preste a fotografiarse desnuda pero, a veces, ver imágenes de otros casos similares al suyo puede ser de gran ayuda. Generalmente es más fácil percibir la belleza en otro cuerpo y luego incorporar esa idea al nuestro”, afirma Soria.
Lucy Hilmer es una fotógrafa de San Francisco que lleva, desde 1974, retratándose a sí misma en topless el día de su cumpleaños. Un gesto aparentemente vacío, pero lleno de contenido. En España, la fotógrafa Cristina Núñez combatió su adicción a la heroína disparándose a sí misma con una cámara y sin ropa. “Hacer algo que te vuelve más vulnerable te convierte en más poderoso”, decía.
Tal vez la fiebre que vivimos ahora con las selfies no sea sólo una tendencia narcisista sino una forma inconsciente de terapia, y los nude selfies, la versión de choque. Lo dice el terapeuta sexual Graham Prince en su blog Sex Therapy Bristol, firme defensor de las posibilidades eróticas que nos brinda la cámara del móvil. Según este profesional, hacerse fotos desnudo “tiene la capacidad de emancipar nuestra sexualidad, incrementar la manera en la que la expresamos y animarnos a forjar nuestra propia idea de la misma”. Prince continúa argumentando que “el selfie es la encarnación de la famosa frase de Marshall McLuhan -el medio es el mensaje- y la demostración de cómo Internet está cambiando la cultura sexual hacia lo que Zoe Williams llamo citizen porno”. Sin contar con que la realización y autoedición de estas imágenes, cargadas de connotaciones sexuales, pueden contribuir a cambiar conceptos como erótico o feminidad, ya que como dice este experto, “muchas escritoras feministas han dado la bienvenida al selfie como una nueva forma de tomar el control de la imagen femenina”.
De esta forma, las únicas advertencias de este terapeuta sexual son las obvias: educación a las nuevas generaciones y cautela en la aldea global digital, para que los actos íntimos no alcancen dimensiones planetarias.
LA NACION