14 Jan Rey de la selva
Por Ezequiel Fernández Moores
El recuerdo del cuadragésimo aniversario, justo y emotivo, sigue omitiendo, sin embargo, su lado más oscuro. Estamos en 1973 y “Rumble in the jungle”, la pelea más célebre en la historia del boxeo mundial, está a punto de cancelarse. No hay dinero. Salvador, aparece Fred Weymer, un nazi de Nueva York, que tiene el ingreso prohibido en Estados Unidos. Su jefe, dice Weymer, quiere una pelea por el título mundial de los pesos completos para promocionar a su país. Ofrece 5 millones de dólares para cada boxeador. Imposible decir no. El país es Zaire. Y su jefe es Mobutu Sese Seko. El dictador que gobierna en medio de torturas, matanzas y saqueo es el financista de “Estruendo en la jungla” (Rumble in the jungle), la pelea de 1974 en Zaire en la que Alí, de vuelta y con 32 años, sorprende al mundo y destrona en el octavo round a George Foreman, 26 años, campeón invicto en 40 peleas (37 nocauts). Alí, símbolo de millones de negros sin voz, pasea en el yate de Mobutu. Visita su palacio. Viste su túnica. Da vida a uno de los peores dictadores de África.
La pelea corre nuevo riesgo cuando el dinero prometido por Mobutu no llega a las cuentas de los boxeadores. El gerente de Barclays en Kinshasa cree que hay un error cuando lee 12 millones de dólares y demora la transferencia. Se va de paseo con su novia. Soldados de Mobutu lo llevan de la piscina a la cárcel y el dictador amenaza con echar a la banca. Un gerente de Barclays viaja desde Londres para disculparse. En la oficina de París, otro hombre de Barclays hace comentarios racistas y es golpeado por Modunga Bula, asistente de Mobutu en Bruselas. Weymer, que maneja las cuentas suizas del dictador, frena la golpiza. También interviene Don King. Ocho años atrás, Don King salía de prisión por haber asesinado con sus manos a otro apostador. Ahora, Don King, el agente de los cabellos eléctricos que cita a Shakespeare y lee a Marx, es el hombre clave de “Rumble in the jungle”.
Para lograr el contrato de Alí -cuenta Jack Newfield en su libro Only in America-, Don King se esconde primero debajo de una cama. Escucha que los managers Bob Arum y Teddy Brenner ofrecen a Alí una pelea por 850.000 dólares contra Jerry Quarry en el Madison Square Garden. El rechazo de Alí sorprende a los managers. “King, donde quiera que estés escondido, estás lleno de mierda”, grita Brenner al dejar la habitación. Don King convence a Alí con la carta racial. Es católico, pero recita conceptos musulmanes de la nación del islam, a la que pertenece Alí. “Un negro debe darle trabajo a otro negro”. Le habla de liberación, redención y le dice que hará historia venciendo a Foreman. “¿No sabes que King es un gangster? No queremos tratar con gangsters en el negocio del boxeo”, advierte Brenner a Alí. “Gangsters son los que hicieron el Madison Square Garden. Yo -responde King- soy un promotor negro.”
Más difícil fue convencer a Foreman. King llega a la pelea de 1973 en Jamaica en la limusina de Joe Frazier, dueño del título. Y se va en la de Foreman, ganador del combate. “Llegué con el campeón y me fui con el campeón”, se jactaría después. A Foreman le dice que él cobrará medio millón extra porque es el campeón. A Alí le dice que el medio millón extra será de él, porque es el más popular. El presidente de American Airlines debe interceder para que Daggo, el perro alsaciano de Foreman, pueda volar en primera clase. Foreman, que se siente “un extranjero en el país de Alí”, aprovecha su lesión en un entrenamiento para intentar que la pelea se mude al Madison. “Pido al presidente Mobutu que no le permita salir de la ciudad. Que vigile los aeropuertos, las estaciones de ferrocarril y hasta las sendas de elefantes.” Alí, dueño absoluto de la escena, lo dice con su histrionismo habitual. “Todos ríen”, cuenta el propio Alí en su libro autobiográfico The Greatest. Todos menos el dictador, que despoja a Foreman de su pasaporte.
La pelea se celebra finalmente el 30 de octubre de 1974 en el estadio 20 de Mayo. Foreman, nervioso porque asistentes de Alí esconden a Daggo, demora su salida. Alí aprovecha sus diez minutos de soledad en el ring para arengar junto con la multitud: “¡Alí bomaye, Alí bomaye!”. “¡Alí mátalo, Alí mátalo!”. Semanas antes, dice Norman Mailer en el libro The Fight, el grito se hace realidad. Mobutu avisa que no debe haber incidentes cuando el mundo mire a Zaire y ejecuta en el estadio a decenas de presos comunes. Como le aconsejó Cus D’Amato, luego entrenador de Mike Tyson, Alí sorprende a Foreman con dos buenas trompadas iniciales. Pero se ahoga. Advierte que ya no es “más rápido que la luz”, no flota “como una mariposa” y no pica “como una abeja”. En lugar de bailar, como siempre, elige recostarse en las cuerdas. Aguanta golpes que acaso explican el Parkinson de hoy. Y, cuando Foreman ya no daña y se cansa, lo noquea. Hay fiesta popular en Kinshasha. También celebra Mobutu, que no va al estadio y ve la pelea por TV junto con Idi Amin, dictador ugandés.
“No peleo por fama, dinero ni por mí. Peleo por los negros sin futuro, por los negros que sufren con el alcohol o las drogas. Ojalá Lumumba estuviese aquí para verme”, había dicho Alí días antes del combate. Lo dice ante las cámaras de Leon Gast, autor de When we were kings (Cuando eramos reyes), el fabuloso documental que refleja el clima de “Rumble in the jungle” y también del Woodstock negro, un festival musical que Don King celebra en paralelo con dinero liberiano. Están James Brown, B.B.King y Aretha Franklin, entre otros. Stevie Wonder prefiere no ir. Un amigo le dice que King es capaz de aprovechar su ceguera para subirlo a un avión, montarle un set en Hollywood y hacerle creer que está en Kinshasha. El Zaire del independentista Patrice Lumumba, primer presidente democrático del país, admirado y citado por Alí, jamás hubiese gastado esos millones. Fue asesinado en 1961. Documentales y libros coinciden en señalar a Mobutu.
La crueldad de Mobutu, que gobernó 32 años (1965-97) es conocida. Soldado y periodista, aliado a Lumumba primero y, según parece, a la CIA después, el anticomunista Mobutu celebra elecciones en las que se elige verde (esperanza) o rojo (caos), ejecuta a ministros en estadios repletos y traslada las riquezas minerales del país a sus cuentas suizas. Rebautiza todo con sello nacionalista, incluso su propio nombre y el del país. Levanta su palacio principal en su natal Gbadolite, con pista de aterrizaje incluida para el Concorde de alquiler. El Versalles en medio de la jungla incluye fuentes, jardines, discoteca, pagodas chinas, una flota de Mercedes y casas para invitados. Allí se casa en 1992 su hija Yaki, con un vestido de 70.000 dólares y joyas de 3 millones, con 2500 invitados, caviar, champagne y torta enviada desde Francia. Recibe apoyos del FMI, Europa Occidental y, hasta la caída del comunismo, de Richard Nixon, Ronald Reagan y George Bush. Visita tres veces la Casa Blanca, se sienta al lado de la reina Isabel y se abraza con Jacques Chirac. “Padre de la Nación”, “Mesías”, “Timonel”, “Salvador del Pueblo”, “Combatiente Supremo”, su imagen adorna billetes, aperturas de noticieros bajando de los cielos y cómo no, el estadio 20 de Mayo en plena pelea Alí-Foreman.
Al conocer la historia de Zaire, Alí, un negro radical en 1974 y acaso ciego para ver la crueldad de Mobutu, fortalece su odio hacia los blancos. Le cuentan sobre el rey belga Leopoldo II, entre 1835 y 1908 propietario privado del Congo, un enorme campo de concentración del tamaño de Inglaterra, Francia, España e Italia juntas, ochenta veces Bélgica, donde implanta un régimen brutal que mata cerca de diez millones de personas. Trabajos forzados, encierros y chicotazos. “Todavía no me cabe en la cabeza que fuera posible una monstruosidad tan atroz, un genocidio en cámara lenta semejante”, escribió Mario Vargas Llosa. Leopoldo II ordena exterminar aldeas enteras para extraer riquezas minerales que, según historiadores, ayudan a construir ciudades, palacios y avenidas en Bélgica. En su país, en cambio, implanta derechos sociales y laborales. Y es recordado hoy en paseos, plazas, hoteles y monumentos que llevan su nombre. En Kinshasha, en cambio, trabajadores congoleses se niegan a reinstalar en 2005 un monumento de Leopoldo II. La capital de la hoy República Democrática del Congo (RDC) no guarda siquiera el ring de la pelea célebre. Fue robado. Cuando éramos reyes, el documental ganador de un Oscar en 1997, habla del Rey Alí, no de Leopoldo. Pero “Rumble in the jungle”, bueno es recordarlo, es la jungla de Mobutu.
LA NACION