El adiós al duende del tango

El adiós al duende del tango

La noticia comenzó a circular por las redes sociales el 21 de diciembre a las 18:30 horas, y lamentablemente resultó cierta, ya que pocos minutos después hubo un comunicado de la Academia Nacional del Tango, por “el fallecimiento de su creador y presidente Horacio Ferrer”. Y agregaba: “Acompañamos en este doloroso momento, a su esposa Lulu y sus familiares. Sus restos serán velados por la noche en la Legislatura Porteña.”
El luto y la tristeza marcaron el resto de la jornada, al igual que las demostraciones de cariño, elogios y palabras de reconocmiento a la labor de uno de los más grandes poetas, escritores, estudiosos, defensores y difusores del tango en todo el mundo. Llevaba varios días internado y falleció a causa de una complicación cardíaca, a los 81 años de edad.
Una leyenda viviente, un caballero a la antigua que parecía recitar cuando hablaba, Horacio Ferrer era todo un conocedor del tiempo pasado no hace mucho y un poeta que dividía sus jornadas como presidente de la Academia del Tango, de la organización de la Biblioteca del Tango, del Liceo Superior del Tango y del Museo Mundial del Tango en Rivadavia al 800, en el Palacio Carlos Gardel.
“Se fue el duende”, escribió en su cuenta de Facebook la cantante Amelita Baltar, quien inmortalizó su “Balada para un loco” al interpretarla en 1969. “Este Río de la Plata marrón –prosiguió– se oscurecerá en el duelo. De las dos orillas se escuchará el llanto de quienes lo admiraron y conocieron y cultivaron su amistad. Mis canciones quedan aun más huérfanas, se han ido los dos papás, esta madre seguirá con ellas por el mundo cual maravilloso estandarte. ¡Chau, duende! Lulú querida, sé el dolor inmenso que sentirás. Estoy en espíritu a tu lado. Las cosas de la vida; en unas horas estaré en su Montevideo amada. ¡Recibilo señor!”
Nacido en Uruguay y nacionalizado argentino, Horacio Arturo Ferrer Ezcurra había nacido el 2 de junio de 1933 y desde muy joven se interesó por el tango y su mitología, lo que lo llevó a crear más tarde temas como “Balada para un loco” y “Chiquilín de Bachín”, entre otras obras realizadas en sociedad con Astor Piazzolla.
Hijo de un profesor de Historia y una madre que era sobrina bisnieta de Juan Manuel de Rosas, creció en un hogar montevideano de gente culta que había llegado a conocer en persona a Amado Nervo, Rubén Darío y Federico García Lorca, un acervo del que no fue indiferente.
Quiso ser arquitecto y cursó varios años en la Universidad de la República, pero su pasión tanguera lo condujo a abandonar ese sueño y, como redactor del diario El Día, y luego de El País, se lanzó a conducir el programa radial Selección de tangos, que derivaría en El Club de la Guardia Nueva, entidad que promovía actuaciones de los músicos de vanguardia en locales de Montevideo y alrededores, donde comenzó su intensa amistad con Piazzolla.
Ya en ligas mayores, condujo programas tangueros por la prestigiosa emisora del Sodre, fundó la revista Tangueando y principios de los años ’60 condujo en la TV oficial uruguaya un programa que anticipaba lo que haría más adelante en Buenos Aires.
Publicó su primer libro de poemas, Romancero canyengue, en 1967, al que presentó recitándolo en compañía del guitarrista oriental Agustín Carlevaro, influido por Paul Verlaine y otros franceses, herencia de las pautas maternas, pero se lanzó al ruedo editorial con referencias a Menecucho, un poeta popular montevideano que vendía sus versos en los carnavales y decía: “Mis versos serán malos, pero son míos.”
El libro recibió las buenas críticas de las mejores plumas del tango en ambas orillas del Plata y motivó que Piazzolla musicalizara su poema “La última grela”, que en principio iba a tener acordes de Aníbal Troilo.
Ese fue el trampolín para que Ferrer cruzara a Buenos Aires, convocado “de prepo” por Piazzolla, y a fines de 1967 ya estaba viviendo en una casa de Lavalle al 1400, que había sido la vivienda histórica de los Ezcurra, la familia de su madre.
La primera gran obra entre músico y poeta fue la ópera María de Buenos Aires, que se estrenó un año después en la ya extinta Sala Planeta, de la calle Suipacha, con Amelita Baltar y el notable Héctor de Rosas como protagonistas y Ferrer como recitante. No fue tan exitosa como se esperaba, pero con los años se volvió un ícono de la música rioplatense, que en sus distintas versiones viajó por más de 25 países.
En 1969 la dupla compuso “Chiquilín de Bachín” y “Balada para un loco”, cuyos discos simples se vendieron como pan caliente, y que aportaban a la música ciudadana un perfil de apertura como nunca se había dado.
Fue un éxito masivo y es una de las canciones argentinas más conocidas de todos los tiempos. Los versos “Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao, ¿no ves que va la luna rodando por Callao?” son seguramente los más famosos de Ferrer, además de la antológica descripción inicial del protagonista: “Mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizonte en el viaje a Venus, medio melón en la cabeza, las rayas de la camisa pintadas en la piel, dos medias suelas clavadas en los pies, y una banderita de taxi libre en cada mano.”
Siguieron otros temas, que el público vio primero con desconfianza y luego con pasión: “Balada para mi muerte”, “El Gordo triste” (un homenaje a Troilo), “La bicicleta blanca” y “Los paraguas de Buenos Aires”.
“Bon vivant” a todas luces, Ferrer vivió junto a su esposa Lulú, un nombre bien afrancesado y de tango, en el Hotel Alvear, cerca de la Recoleta, donde se instaló en 1976 y que habitó hasta los últimos tiempos.
Amante de las pasiones populares, era hincha de Huracán en Argentina y Defensor Sporting en Uruguay. De hecho, en julio del año pasado se le rindió homenaje en una emblemática pizzería de Caseros y Rioja. Allí, el maestro Ferrer fue homenajeado por el programa Se escucha Huracán Radio, y Parque Patricios lo colocó en una triada poética que comparte con Homero Manzi y Julián Centella. “Esto es una cosa maravillosa porque me homenajea un barrio entero, un club entero y una hinchada entera”, dijo esa noche, adonde llegó sin el medio melón de “Balada para un loco” en la cabeza, pero con un pañuelo beige, saco marrón, zapatos negros, camisa a rayas marineras y una flor verde en el hojal, similar a la que siempre creció desde la H de su firma.
Extravagante, excéntrico, inspirado y genial. Así fue Horacio Ferrer, un personaje de Buenos Aires, un “loco” de la bohemia, la música y la poesía, un grande que se codeó con otros grandes. Un talento que ya se extraña. «

Fuente: TIEMPO ARGENTINO