23 Dec Una millonaria al rescate de los inmigrantes
Por Luisa Corradini
El llamado del Papa no cayó en saco roto. Durante su visita a la isla italiana de Lampedusa, cuando calificó de “vergüenza” la muerte de miles de migrantes que tratan de cruzar el Mediterráneo, Francisco toco el corazón de una riquísima empresaria italiana, instalada en la isla de Malta.
Aterrada de ver los peligros que corre esa gente cuando se lanza al mar en embarcaciones de fortuna con la esperanza de alcanzar las costas europeas, Regina Catrambone compró y equipó un barco para socorrerlos.
Con los ojos fijos en el horizonte, desde agosto pasado, la bella italiana y su marido norteamericano, Christopher, se convirtieron en algo así como unos “centinelas” del Mediterráneo, gracias al “Phoenix-1”, un ex pesquero de 40 metros de eslora. Ahora es el primer barco de rescate de migrantes operado en forma privada; tiene lanchas fuera de borda, drones y todo el material de supervivencia necesario para socorrer a la gente en riesgo de muerte.
A bordo, el “Phoenix-1” lleva un equipo médico especializado, marinos y personal de socorro. Con una autonomía de seis horas de vuelo, los drones cuentan con sistemas infrarrojos de detección que les permiten visualizar las embarcaciones de noche.
La idea surgió cuando ambos estaban en un crucero cerca de las costas libias y Regina vio flotando algo que parecía ser un abrigo. “Cuando le pregunté al capitán qué podía ser, se le ensombreció la mirada y respondió que seguramente se trataba de una prenda llevada por alguno de los migrantes que se ahogan cada semana en esas aguas”, relata Regina.
Después, llegó el llamado del Papa, que varias veces calificó de “verdadero cementerio marino” la zona situada entre las costas libias, tunecinas, y de Malta y Lampedusa. Según Frontex, la agencia europea que coordina las fronteras de la Unión Europea, más de 153.000 migrantes atravesaron ilegalmente el Mediterráneo entre enero y octubre pasados. En el mismo periodo, más de 3000 murieron en el intento.
“Fue una auténtica conmoción escuchar a Francisco evocar a los «ultimi», esa pobre gente que nadie quiere, y el llamado que lanzó a quienes pueden ayudar a «sus hermanos» a no morir”, dice la nativa de Reggio Calabria, profundamente católica, como su marido.
La pareja, propietaria del Grupo Tangiers, una compañía aseguradora en zonas de riesgo, decidió comprar el barco en Virginia, llevarlo a Europa, restaurarlo e invertir dos millones de dólares de su fortuna personal para crear la Fundación MOAS (Migrant Offshore Aid Station).
Elegante, refinada, extremadamente bella, millonaria, Regina Catrambone reúne todas las condiciones para ser envidiada. Hace años que está felizmente casada con Christopher y tiene una hija adolescente -igual de bella-, María Luisa. Como si eso fuera poco, ahora Regina tiene un objetivo superior: “Una misión”, como ella misma la define.
Desde agosto, el “Phoenix-1” hizo tres misiones por un total de 60 días. Cada vez que la tripulación divisa una embarcación, va a su encuentro en lanchas ultrarrápidas cargadas de agua potable, alimentos, chalecos salvavidas y material médico. Simultáneamente, previenen a las autoridades italianas o maltesas. “Si están realmente en peligro, los recibimos a bordo del buque para dispensar los primeros auxilios. Pero de ninguna manera los llevamos a tierra, para no ser acusados de ayudar a la inmigración ilegal”, precisa Marina.
En 2004, el barco Cap Anamur, de la ONG alemana Anamur, recogió 37 personas cuya barcaza se hundía en el canal de Sicilia. Cuando desembarcaron en Italia, las autoridades detuvieron a los marinos. Fueron liberados recién en 2009, después que un tribunal de Agrigento reconoció “el imperativo de salvar vidas humanas”.
Lejos de la polémica, Regina y su marido persisten en su guerra contra lo que califican de “verdadero Holocausto”.
“En 20 años hubo 20.000 muertos en el Mediterráneo. Hace un mes me reuní con un médico sirio, sobreviviente de la tragedia de octubre de 2013. Cuando la barcaza que los traía se dio vuelta, su mujer y su hija murieron ahogadas. Ese hombre lloraba mientras relataba que había iniciado ese viaje para dar un futuro a su hija. Nunca sabremos qué hubiera podido ser esa chica. Quizás una nueva Marie Curie. Cuando nos despedíamos me dijo algo que aún me hace temblar: «Si la muerte de mi mujer y de mi hija provocan una reacción, entonces no habrán muerto en vano»”, relata Regina.
Durante una misa celebrada a bordo la víspera de la primera salida del “Phoenix-1”, el sacerdote dijo a la tripulación que todos participaban en una misión decidida por Dios. El buque recibió un crucifijo dorado, que Regina siempre conserva cerca suyo cuando surca las aguas del Mediterráneo.
LA NACION