“El populismo está avanzando sobre los gobiernos de la Unión Europea”

“El populismo está avanzando sobre los gobiernos de la Unión Europea”

Por Pascal Ceaux
El alemán Jürgen Habermas, el filósofo de mayor renombre de la actualidad y un ferviente europeísta, apoya la idea de un fortalecimiento de la Unión Europea, pero reclama a la vez un cambio de ruta en las políticas promovidas por su país que priorizan el ajuste. En su opinión, sólo un gobierno económico común a los principales países del bloque estaría en condiciones de combatir las crecientes desigualdades sociales en la eurozona. “Pero el populismo está conquistando también a los gobiernos”.
– El euroescepticismo avanza. ¿Se trata de una crisis del bloque?
– Sí, el euroescepticismo gana terreno, particularmente luego de la crisis en desarrollo desde hace ya cinco o seis años: que es bancaria y financiera, pero al mismo tiempo es una crisis de la deuda pública. Si la eurozona se manifiesta frágil es sobre todo porque en Maastricht, en el momento de la fundación de la Unión monetaria europea, los políticos a cargo no encontraron el coraje para capitalizar las consecuencias de aquel paso, ni para establecer las premisas para que de la unión monetaria pudiese surgir una unión política. En este momento las políticas fiscales, económicas y sociales mantienen las prerrogativas de los Estados–nación. Pero, de hecho, sólo un gobierno económico común a lo que es el núcleo duro europeo, empeñado en llevar adelante una política concertada, estaría en situación de allanar las dificultades. Nos aferramos cada vez más a la soberanía de los Estados–nación cuando serían necesarias políticas concertadas para oponerse a las crecientes desigualdades sociales y económicas. En Bruselas, sin embargo, todo es pelea.

– ¿La crisis no termina por dar la razón a los liberales, que querrían un simple espacio de libre cambio comercial?
– Se trata de ver si estamos dispuestos a resignarnos a la asimetría que en estos momentos caracteriza las relaciones entre política y mercado. Una elección en este sentido comportaría no sólo el abandono del proyecto de una democracia supranacional sino también la renuncia al modelo social que todavía decimos querer defender. Estemos atentos a no invertir las causas y los efectos. Es debido a la liberalización mundial de los mercados financieros que los márgenes de maniobra de los gobiernos nacionales se han restringido cada vez más, y la presión económica ha aumentado a tal punto que los estados ya no disponen de niveles de cobertura suficientes para los sistemas de seguridad social. Esto bastaría para justificar una aceleración de la integración europea. Si todavía existe una izquierda no resignada, su esfuerzo debería avanzar en esta dirección.

– ¿Cómo interpreta la voluntad de independencia que se manifiesta en Escocia o en Cataluña?
– Cuando la desigualdad social creciente hace aumentar la angustia y la sensación de inseguridad en la población, surge la tentación de replegarse hacia el interior de los límites familiares, dentro de los cuales se espera poder confiar, y la voluntad de aferrarse a lo “nativo”: el idioma, la nación, la historia. Visto con esta óptica, el regreso de la llama del regionalismo en Escocia, Cataluña o en Flandes, al menos en el plano funcional, es el equivalente del éxito del Frente National en Francia.

– ¿Eso tiene que ver con el auge actual de los nacionalismos?
– Desde luego. En la UE estamos asistiendo a un retorno de los nacionalismos que no sólo abarca a las poblaciones sino también a los respectivos gobiernos. Es verdad, la sensación de desplazamiento, el miedo a la declinación, no se transforman automáticamente en prejuicios antieuropeos. Y tampoco se puede decir que estos últimos estén necesariamente asociados a prejuicios derivados de la comparación con otras naciones. Este síndrome, que podemos definir como populismo de derecha, nace sobretodo de una cierta interpretación de la crisis bancaria y de la deuda pública. Según esta interpretación el hecho de que una nación sea colectivamente “culpable”, o poco menos, del propio endeudamiento, se explicaría con las diferencias en materia de cultura económica nacional. Por sobre todo, es un modo de alejar la atención de la opinión pública del “destino de clase” —que por supuesto no conoce fronteras— de quienes en esta crisis son los vencedores y los perdedores. Como prueba de este repliegue sobre los intereses nacionales basta observar el desagradable clima de pelea del Consejo europeo. Todos contra todos, parece que el término solidaridad perteneciera a otro continente. No es para sorprenderse que de ese Consejo no provenga ningún estímulo para el crecimiento de la unificación europea.

– ¿El regreso a una forma de hegemonía le impone a Alemania una responsabilidad particular?
– Es un rol de liderazgo que en parte le ha sido impuesto y que debería causarle temor. Cierto, esta posición es ventajosa para sus intereses nacionales. Así, poco a poco, Alemania viene a encontrarse nuevamente frente al dilema de aquella “posición semihegemónica” que logró superar sólo después de dos guerras mundiales y gracias a la unificación europea. Pero la propia Alemania tiene el máximo interés de hacer salir a la Unión Europea de esta fase de su desarrollo.

– Los alemanes piensan que los otros países deben hacer los recortes que hicieron ellos. Los franceses preferirían una política de crecimiento de la economía …
– El hecho de que Alemania y Francia estén hoy a las trompadas no es un buen augurio para el futuro de la UE. En nombre de los intereses propios, el gobierno de Berlín se opone a compensar los retrasos en materia de solidaridad, y no sabe decidirse a corregir su obstinada política de ahorro, mientras que los economistas alemanes mismos piden más inversiones. El gobierno francés exige con todo derecho esta solidaridad, pero lo hace en el intento de coordinar tras de sí las políticas nacionales con orientación tecnocrática. Los jefes de Estado y de gobierno deberían superar las escaramuzas y ponerse de acuerdo sobre algunos puntos: 50 mil millones de ahorro de un lado contra 50 mil millones en inversiones del otro. Pero las dos posiciones se obstruyen recíprocamente. Por un lado la negativa a la solidaridad; por el otro el rechazo a pagar el precio que exige un cambio de política. Y tanto en una como en otra parte se aferran a la soberanía del Estado-nación, vacía de ambos significados.
CLARIN