14 May Sobre modernos músicos clásicos
Por Jorge Luis Fernández
Para cualquiera familiarizado con las clásicas ediciones del sello Deutsche Grammofon, ilustradas por pinturas o sobrios retratos de los músicos, el nuevo catálogo puede resultar una sorpresa. Por ejemplo, las fotos del Fauré Quartett muestran a cuatro músicos simpáticos y elegantes que parecen salidos de una publicidad.
Aun más sorprendente es el folleto de la ópera I Capuleti e i Montecchi, de Bellini. Allí, al borde de la provocación, la mezzosoprano Elina Garanca y la soprano Anna Netrebko se abrazan en una réplica de Romeo y Julieta, con un vestuario renacentista tiznado de rímel, lápiz labial y Photoshop. Sin duda, el sello no ahorra presupuesto en estilistas: se puso a la vanguardia de un estilo de producción que asoma como tendencia.
“Me gusta la elegancia, así en la ropa como en el arte”, confiesa la destacada chelista argentina Sol Gabetta, actualmente radicada en Suiza. En cada actuación, Gabetta atrae miradas tanto por su talento como por su belleza. “El vestido forma parte de mi concepto de vida, con el que quiero presentarme al mundo. Los peinados son un tema aparte. Para mis conciertos necesito algo lindo y práctico, que no moleste para tocar. Pero yo no soy una modelo. Vestirme bien es más un respeto hacia mi persona”, explica.
“Entre los concertistas y directores de orquesta existe la tendencia a presentarse con un atuendo alejado del viejo traje de etiqueta –confirma el crítico Juan Carlos Montero–. Esto obedece, seguramente, a que es más cómodo para una tarea que requiere soltura en los movimientos.”
Así, este año se podrá ver en Buenos Aires a encumbrados artistas chic de la música clásica. El 24 de junio, en el ciclo de Nuova Armonía, actuará la elegante violista y violinista holandesa Isabelle van Keulen. Y un mes antes, el alemán Johannes Moser será encargado de abrir la temporada del Mozarteum. Tras ver sus producciones fotográficas, Moser parece menos un chelista que un modelo de Hugo Boss. Cualquiera diría que su pinta no es lo de menos, pero Moser grabó obras de Brahms, suele actuar bajo la conducción de Pierre Boulez y en enero realizó un tour con un repertorio experimental que incluía chelo preparado, cajitas de música y pianos de juguete. Es decir, el súmmum de lo cool.
Otro caso especial es el de la glamorosa Anna Netrebko. Considerada una de las cantantes líricas más notables de su generación, en su lista de galardones, sin embargo, no sólo fue premiado su talento, la revista Playboy la eligió como una de las más sexy de la música clásica, y la agencia de noticias Associated Press la definió como “la nueva gran diva del siglo XXI”.
Son muchos los críticos musicales entusiasmados con este nuevo estilo que llaman descontracturado. Entre los abanderados están el violinista Nigel Kennedy, reconocido por sus versiones heterodoxas de clásicos y por sus covers de Jimi Hendrix (e igualmente reconocido por su cresta punk), y el look de la popular Vanessa Mae, que en la portada del álbum The Original Four Seasons (Las cuatro estaciones de Vivaldi) parece emular a las modelos de los discos de Roxy Music.
Pero no todos se rinden ante el glamour. “Yo creo que el tema es menor, porque la música como arte es inmaterial –dice Montero–. Un mal cantante seguirá siendo malo aunque se vista de gala.” Y para Gabetta, lo estético suma, pero no define una carrera. “Se puede empaquetar mejor lo mediocre, pero la carcasa se cae muy pronto –aclara–. La elegancia no destruye el camino hacia la música, pero sí el modernismo superficial. Hay que darles una oportunidad al oído y los sentimientos, para ver más allá de la apariencia.
LA NACION