11 Dec No puedo respirar
Por Ezequiel Fernández Moores
Bron James, símbolo moderno de la NBA, posa antes del partido con sus compañeros de los Cleveland Cavaliers. “No puedo respirar”, dice en las camisetas. Eric Garner lo dijo nueve veces, antes de morir por la toma de asfixia del policía Daniel Pantaleo, que le prohibía vender cigarrillos en la calle. LeBron había liderado en 2012 la foto con sus compañeros de los Miami Heat. Todos posaban con capuchas como las que usaba el joven de 17 años Trayvon Martin el día que George Zimmerman lo mató de un balazo en el pecho. El vigilante sospechaba de su aspecto. En agosto pasado, once jugadores de fútbol americano de los Washington Redskins entran a la cancha con las manos en alto. Imitan a Michael Brown, de 18 años, el joven que, según dijeron 16 de 18 testigos, también levantó sus manos cuando el policía Darren Wilson le perforó la cabeza con el último de sus doce disparos. Cinco jugadores de St. Louis Rams también salen a la cancha en diciembre con sus manos en alto. Al partido siguiente exhiben el mensaje “No puedo respirar”. Son ídolos deportivos de origen humilde que desafían las cláusulas de silencio que imponen sus contratos millonarios. Y que hoy, en el día de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, desafían también a buena parte de la prensa y de los aficionados que reaccionan enojados y les exigen: “Cállense y jueguen”.
Los Rams son del condado de San Luis, Missouri, el mismo estado al que pertenece Ferguson, la ciudad que fue escenario de violentas protestas por la muerte de Michael Brown. Fuera del estadio, Tonja Bulley y su hija Brandy protestan por la absolución del policía Darren Wilson. “Yo soy Darren Wilson”, replican a las mujeres fanáticos de los Rams. Uno abofetea a Brandy y otro la escupe en la cara. Tonja reacciona y la policía se la lleva detenida junto con su hija. No hay detenidos blancos. “¡Dar-ren Wilson!”, cantan dentro del estadio cientos de hinchas. La policía de San Luis exige a la patronal de los Rams y de la National Football League (NFL) que castiguen a los jugadores de los brazos levantados. “Si voy a la cancha a ver fútbol quiero ver fútbol”, se queja también la periodista de Fox Greta van Susteren. “Si están tan preocupados, ¿por qué no van a las protestas de Ferguson?”, interroga un periodista a Jared Cook apenas termina el partido. GalStedman Bailey, Tavon Austin, Chris Givens, Kenny Britt y Cook, los cinco jugadores de los Rams que levantaron sus manos, reciben decenas de amenazas. Tre Mason celebró ese día un touchdown de los Rams también levantando sus manos. Y, unos días después, su compañero Davin Joseph exhibe sus botines con el ruego de Erin Garner que este sábado repetirán cientos de miles en la Marcha a Washington: “No puedo respirar” (“I Can’t Breathe”).
Sesenta años atrás, otro equipo histórico de San Luis, pero de béisbol, los Cardinals, también defienden los derechos de los negros. August Busch, patrón de la franquicia y también de Budweiser, cerveza popular entre los negros, celebra que su equipo, pionero con jugadores negros, gana 4-3 la Serie Mundial de 1964 a los Yankees de Nueva York. Los seguidores del equipo, del sur de Estados Unidos, son mayoritariamente racistas. “Comunistas”, llaman en una pancarta al equipo cuando algunos de sus jugadores, liderados por David Meggyesy, un blanco conmovido por Vietnam, no cumplen a rajatabla la orden de sacarse el casco y mirar firmes a la bandera cuando suena el himno de Estados Unidos. Meggyesy comprende hoy por qué en las invasiones modernas casi no hay imágenes de muertos ni masacres. Aquellos Cardinals de campeones negros, dicen historiadores, ayudan a que San Luis casi no sufra las explosiones raciales que sí estallan en muchas otras ciudades, especialmente tras el asesinato en 1968 de Martin Luther King. “Nunca estaremos satisfechos -dice King en “Yo tengo un sueño”, su célebre discurso de 1963- en tanto que el negro sea víctima de los inimaginables horrores de la brutalidad policial”.
Hoy, afirma USA Today, la policía de Estados Unidos mata a dos ciudadanos negros por semana. “Michael Brown no es una tragedia, sino un patrón. Después de él, otros 14 jóvenes desarmados afroamericanos fueron muertos a balazos por la policía”. Lo dice Harry Edwards, mentor de los atletas negros rebeldes de los 60 y del “Black Power” de México 68. Entre ellos, Tamir Rice, el niño de 12 años asesinado a balazos en una plaza de Cleveland porque tenía un arma de juguete. Los jóvenes negros -dice un informe de ProPublica que analiza el período 2010-12- tienen 21 veces más chances de ser baleados por la policía que los blancos. El informe cita 1217 muertes de jóvenes de entre 15 y 19 años. Pero las cifras no son oficiales. No hay. La policía elevó igualmente al FBI 2600 “homicidios justificados” en 2004-2011. Sólo 41 policías fueron condenados por asesinato en ese mismo período. El fiscal que sobresee a Darren Wilson, por ejemplo, jamás acusó a un policía en 23 años. “Cuando alguien no es tratado igual por la justicia, este país tiene un problema”, admite el presidente Barack Obama. Como Obama, Bill de Blasio, alcalde de Nueva York, debe recordar que él también tiene hijos afroamericanos. Y les pide: “Si un policía te para, hacé todo lo que te dice, no te muevas de improviso, no busques el celular, porque, sabemos, hay gran chance de que seas malinterpretado porque sos un joven de color”.
También en 1964 sucedió la masacre que Hollywood llamó “Mississippi en llamas”, y que detonó la ley de derechos civiles y de derecho al voto. “Claro que sí, hay similitudes con el hoy”, dice Michael Goodman, hermano de Andrew Goodman, uno de los tres jóvenes linchados y asesinados por el Ku Klux Klan y la policía. En 1970 hubo una primera condena, pero el “cerebro” de la matanza, Edgar Ray Killen, recibió la suya solo medio siglo después, ya con más de ochenta años de edad. En 1964, además de los Cardinals campeones de Curt Flood y Bob Gibson, Cassius Clay, campeón mundial a los 22 años, renuncia a su “nombre esclavo” y decide llamarse Muhammad Alí. El paralelismo con Mississippi lo hace el periodista de The New York Times William Rhoden, entusiasmado porque cada vez más deportistas levantan hoy sus manos como Michael Brown o dicen “No puedo respirar” como Erin Garner. En la Argentina, ni siquiera hubo un minuto de silencio por la muerte de Franco Nieto, futbolista amateur de una Liga afiliada a la AFA, víctima de la violencia naturalizada en nuestras canchas. La lista en Estados Unidos incluye tuits de apoyo de astros como Kobe Bryant, que tiene 5,5 millones de seguidores, y de Allen Iverson, con 780.000. Los jugadores de la NBA ya habían forzado meses atrás la salida de Donald Sterling, el patrón racista de Los Angeles Clippers. En 1990, Michael Jordan se declaraba “apolítico” y se negaba a criticar a un político racista. “Los republicanos -decía el ídolo de los Chicago Bulls- también compran zapatillas.” El propio Rhoden escribía en 2006 Esclavos de 40 millones de dólares, un libro crítico de los ídolos con dinero pero sin voz propia. “El deporte -admite hoy Rhoden- ya no es más una intersección de la cultura americana, sino que es una autopista llena de peligro.”
Por primera vez hay un presidente afroamericano en la Casa Blanca. Y, también por primera vez, el campeón de la Serie Mundial del béisbol de menores es hoy un equipo de Chicago formado enteramente por afroamericanos. Etan Thomas, ex NBA, también símbolo contra el racismo, “la voz poética de nuestra generación”, como lo definió Kareem Abdul Jabbar, admite también que Obama y Di Blasio han trabajado para cesar la brutalidad policial. Thomas recuerda que en los 60 formó parte de las Panteras Negras, autodefensa en su barrio de Oakland después de que la policía mató a un niño de 12 años que iba en bicicleta. Lamenta la represión en Ferguson (“parecía Siria”). Y pregunta, irónico, por qué el ex alcalde Rudolph Giuliani, que dice que el 93 por ciento de los negros mueren a manos de negros, no dice también que el 83 por ciento de blancos muere a manos de blancos. Pero, ante todo, Ethan lamenta el modo en que buena parte del establishment reacciona ante las revueltas. Recuerda que Martin Luther King criticaba a quienes privilegiaban “el orden” a “la justicia”. Y que decía: “Una protesta es la voz de los sin voz”. John Carlos, el atleta símbolo del Black Power de México 68, recuerda que a él lo trataron como a un villano. “Respondí que esperaran a que llegara una nueva generación. Creo que esa generación -dice Carlos- ya está aquí.
LA NACION