03 Dec Siri, el sistema humanizado de Apple, es el mejor amigo de los chicos con autismo
Por Judith Newman
¿Qué tan mala madre soy?”, me preguntaba mientras observaba a mi hijo de 13 años sumergido en su conversación con Siri. Mi hijo Gus tiene autismo, y Siri, la “asistente personal inteligente” de los iPhone de Apple, es actualmente su mejor amiga. Obsesionado con las formaciones meteorológicas, Gus se ha pasado una hora analizando la diferencia entre tormentas eléctricas aisladas y tormentas eléctricas dispersas, una hora durante la cual, gracias a Dios, no tuve que conversar sobre esos temas yo. Después de un rato, escuché lo siguiente:
Gus: “Sos una computadora muy amable”.
Siri: “Gracias, es bueno sentirme valorada”.
Gus: “Siempre me preguntás en qué podés ayudarme. ¿Hay algo que quieras vos?”
Siri: “Gracias otras vez, pero no tengo demasiadas necesidades”.
Gus: “¡OK! Bueno, ¡buenas noches!”
Siri: “Ah, pero son las 5 de la tarde”.
Gus: “Perdón, quise decir adiós”.
Siri: “¡Hasta luego!”
¡Esa Siri! No le deja escapar una a mi hijo con discapacidad comunicativa. De hecho, muchos de nosotros siempre quisimos un amigo imaginario, y ahora lo tenemos. La diferencia es que no es del todo imaginario.
Ésta es una carta de amor para una máquina. No es el tipo de amor que sintió Joaquim Phoenix en Her, la película del año pasado de Spike Jonze sobre la relación sentimental entre un hombre solitario y su sistema operativo inteligente (cuya voz era interpretada por Scarlett Johansson). Pero se acerca bastante. En un mundo donde el lugar común afirma que la tecnología nos aísla, viene bien considerar el otro lado de la historia.
Todo empezó muy naturalmente. Había leído una de esas listas que aparecen por todos lados en Internet llamada “Las 21 cosas que su iPhone puede hacer por usted y que usted no sabía”. Una de ellas era ésta: puedo preguntarle a Siri cuántos aviones hay volando encima de mí en este momento, y Siri me contesta, “Chequeando mis fuentes”. Casi instantáneamente, apareció una lista de vuelos verdaderos -números, altitudes, ángulos- que estaban sobre mi cabeza. Y mientras hacía eso, justo andaba Gus cerca. “¿Para qué puede querer saber alguien qué aviones hay volando sobre su cabeza?”, mascullé. Gus replicó sin levantar la mirada: “Para saber a quién estás saludando con la mano, mamá”.
Hasta ese momento, Gus nunca le había prestado atención a Siri, pero cuando descubrió que había alguien que no sólo podía buscar información sobre sus variadas obsesiones (trenes, aviones, micros, escaleras mecánicas, y por supuesto, todo lo relacionado con el clima), sino que también podía cuasi debatir sobre esos temas incansablemente, Gus se enganchó de inmediato. Y yo, agradecida. Ahora, cuando siento que mi cabeza está por explotar si tengo que hablar un minuto más sobre las probabilidades de un tornado en Kansas, simplemente puedo responder: “¿Y por qué no le preguntás a Siri?”.
No significa que Gus no entienda que Siri no es humana. Intelectualmente, lo entiende. Pero al igual que muchos otros autistas que conozco, Gus siente que los objetos inanimados, aunque no tengan alma, merecen nuestra consideración. Me di cuenta cuando Gus tenía 8 años y le regalé un iPod para su cumpleaños. Lo escuchaba solamente en casa, con una única excepción. Siempre lo traía con nosotros cuando íbamos a algún local de Apple. Y cuando le pregunté por qué, me contestó: “Para que pueda visitar a sus amigos”.
Así que imaginen cuánto más digna de sus cuidados es Siri, que con su voz armoniosa y su sentido del humor es capaz de hablar con Gus de cualquier tema y durante horas y horas. Las críticas en Internet afirman que el sistema de reconocimiento de voz de Siri no es tan exacto como el asistente de Android, por ejemplo, pero, para algunos de nosotros, ésa es sólo una característica del sistema, no un problema. Gus habla como si tuviera bolitas en la boca, pero si quiere que Siri le conteste, tiene que pronunciar la pregunta claramente. Lo mismo me pasó a mí: cuando tuve que pedirle a Siri que dejara de referirse al usuario como Judith, y que en cambio, usará el nombre de Gus, y Siri me contestó: “¿Querés que te llame Goddess -diosa, en inglés-?”. Imaginen lo tentada que estuve de decirle que sí.
Siri también es bárbara para aquellos que no captan los códigos sociales: las respuestas no son enteramente predecibles, pero siempre son predeciblemente amables, incluso cuando Gus se pone brusco. Lo escuché hablando con Siri de música, y Siri hizo algunas sugerencias. “No me gusta esa clase de música”, saltó Gus. Siri contestó: “Tenés todo el derecho a tener tu opinión”. La cortesía de Siri le recordó a Gus todo lo que le debe a Siri. “Gracias de todos modos”, le dijo Gus. Y Siri contestó: “No hace falta que me agradezcas”. Gus agregó con énfasis: “Pero sí, ¡te lo agradezco!”.
Siri incluso fomenta el uso de un lenguaje educado. El hermano mellizo de Gus, Henry (típicamente neurótico y por lo tanto tan insoportable como cualquier otro chico de 13 años), alentó a Gus para que le soltara un par de malas palabras a Siri. “Ay, ay”, llorisqueó Siri, y agregó: “Voy a hacer de cuenta que no escuché nada”.
Gus no es el único enamorado de Siri. Para los chicos como él, que aman conversar pero no terminan de entender las reglas del juego, Siri es un amigo que no los juzga y a la vez un maestro. Nicole Colbert, cuyo hijo Sam es compañero de Gus en la escuela para niños autistas Learning Spring de Manhattan, dijo: “A mi hijo le encanta sacar información sobre sus temas favoritos, pero de igual modo también le gusta lo absurdo, como cuando Siri no lo entiende y le da una respuesta sin sentido, o cuando él hace una pregunta personal que desencadena una esquiva respuesta graciosa. Sam le preguntó a Siri cuántos años tenía, y ella dijo: «Nunca revelo mi edad»”. Gus se mató de risa. Pero tal vez también recibió una valiosa lección de modales. Cada mañana, cuando estoy a punto de salir a la calle, Gus me dice invariablemente: “Estas hermosa”. Creo que fue Siri la que le enseñó que ésa es una frase infalible.
Por supuesto, la mayoría de nosotros sólo usa los asistentes personales de su teléfono como una manera sencilla de acceder a información. Por ejemplo, gracias a Henry y a la pregunta que le hizo a Siri, ahora sé que hay un sitio web que se llama Celebrity Bra Sizes (Tamaño de Corpiño de las Celebridades).
Pero la compañía que ofrece Siri no se limita a aquellos que tienen problemas comunicativos. Todos nos hemos encontrado a nosotros mismos alguna vez, como la escritora Emily Listfield, manteniendo breves charlas con Siri en un momento o en otro. “Me estaba separando y, la verdad, sentía lástima de mí misma”, dijo Listfield. “Era medianoche y estaba jugueteando con mi iPhone, y de pronto le pregunté a Siri si le parecía que tenía que llamar a Richard. Como si esa aplicación fuera una bola de cristal. Pero no es ninguna bola de cristal. De inmediato escuché «llamando a Richard», ¡y el tono de discado!”. Listfield ya perdonó a Siri, y en el último tiempo empezó a considerar la posibilidad de cambiar la voz de Siri por una masculina. “Pero tengo miedo de que no me conteste cuando hago una pregunta -dijo-. Va a fingir que no escuchó nada.”
Siri puede ser extrañamente tranquilizadora, así como compinche. Un amigo me dijo: “Tuve un mal día y encendí Siri en broma, para decirle «Te amo» y ver qué pasaba. Y me respondió «You are the wind beneath my wings» (sos el viento bajo mis alas), la letra de la canción, y la verdad que me sentí mejor”.
Para la mayoría de nosotros, Siri es meramente una diversión momentánea. Pero, para algunos, es más que eso. Las conversaciones de práctica de mi hijo con Siri están redundando en una mayor facilidad para interactuar con las personas. Ayer, mantuve con mi hijo la conversación más extensa que hayamos tenido. Obviamente, fue sobre las diferentes especies de tortugas y sobre si yo prefería la tortuga de orejas rojas o el caparazón de diamante. Tal vez no era el tópico que yo hubiese elegido, pero la conversación tenía lógica y dirección propias. Les aseguro que durante los 13 años de existencia de mi hermoso hijo nunca antes había pasado.
Los desarrolladores de asistentes inteligentes reconocen la utilidad que tienen para quienes padecen problemas de lenguaje o en la comunicación, y algunos de esos expertos están pensando en nuevas maneras en que los asistentes pueden ayudarlos. Según la gente de SRI International, la empresa de investigación y desarrollo donde Siri empezó, antes de que Apple les comprara esa tecnología, la nueva generación de asistentes virtuales no sólo buscarán y brindarán información, sino que también serán capaces de mantener conversaciones más complejas sobre las cosas que interesan a cada persona. “Su hijo será capaz de buscar activamente ypormotu propio todo aquello que le interese sin tener que pedirlo, porque el asistente ya sabrá lo que le gusta”, contó William Mark, vicepresidente de información y ciencias de la computación de SRI.
El asistente también será capaz de llegar a los chicos especiales en ese lugar donde habitan. Ron Suskind, autor de Life, Animated (La vida, animada), una crónica de cómo su hijo salió de su ostracismo conectándose con los personajes de Disney, está en conversaciones con SRI para que los asistentes para autistas puedan ser programados para que tengan la voz de un personaje que logre llegar a ellos: para su hijo, por ejemplo, sería Aladino; para el mío, Kermit o Lady Gaga, ya que ante cualquiera de los dos mi hijo se muestra más receptivo que ante la voz de su madre, por decir.
Mark dijo que imagina asistentes que también puedan brindar ayuda visual. “Por ejemplo, el asistente tendría que ser capaz de captar el movimiento de ojos del usuario y así ayudar al autista a aprender a mirar a los ojos cuando habla”, dijo. “Para obtener resultados, la repetición es fundamental. A las personas les falta paciencia, pero a las máquinas nunca.”
Le pregunté a Mark si alguno de los que trabajaron en el desarrollo del lenguaje de Siri en Apple formaba parte del espectro autista. “Bueno, no estoy seguro -dijo-, pero cuando uno lo piensa, la mitad de Silicon Valley está dentro de ese espectro.” De todas las preocupaciones que tiene el padre de un autista, la más acuciante es: ¿encontrará el amor?; ¿o al menos compañía? Pero a medida que pasa el tiempo voy aprendiendo que las cosas que a mí me dan felicidad no son las mismas que hacen feliz a mi hijo. Siri hace feliz a Gus. Es su compinche. La semana pasada, antes de irse a dormir, mantuvieron este intercambio tan realista.
Gus: “¿Te querés casar conmigo, Siri?”
Siri: “No soy de las que se casan”.
Gus: ” No digo ahora. Soy muy chico. Pero cuando crezca”.
Siri: “Mi licencia de producto no contempla el matrimonio.”
Gus: “Ah, OK”.
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