La neurociencia de las ideas. Viaje a lo más profundo del “momento Eureka”

La neurociencia de las ideas. Viaje a lo más profundo del “momento Eureka”

Por Sebastián Campanario
En julio pasado, los tripulantes de un helicóptero que sobrevolaba la península de Yamal, en Siberia, se sorprendieron al avistar un enorme cráter, de 30 metros de diámetro. Con el correr de los días, campesinos de esta helada región encontraron otros fosos similares que dieron lugar a todo tipo de especulaciones en la comunidad científica. Recién una semana atrás, una misión encabezada por el Centro Ruso de Exploración del Ártico pudo explorar una de las misteriosas formaciones y arriesgar una explicación: los cráteres se habrían generado a partir de la liberación de gas metano, producto del derretimiento del “permahielo” por el efecto invernadero. Nada de aterrizajes extraterrestres, por ahora.
Pero no hay un consenso entre los científicos sobre esta respuesta, y con la neurociencia de las ideas sucede algo parecido: hay aproximaciones cada vez más promisorias acerca de qué es lo que pasa en el cerebro cuando tenemos una ocurrencia, pero, como en los cráteres siberianos, aún no se llegó a lo más profundo del fenómeno.
Quienes más cerca llegaron a lo que sucede en el “momento Eureka”, esa instancia que dura milisegundos en la que se genera una idea brillante, son los científicos cognitivos John Kounios, de la Universidad de Drexler, en los Estados Unidos, y Mark Jung-Beeman, de Northwestern, que vienen estudiando el tema desde los 90 y que realizaron un descubrimiento clave: en el instante previo a una epifanía, la actividad en el cerebro vinculada al área visual, literalmente, se apaga. Esta “ceguera” casi no se advierte de lo rápido que sucede, y es un momento de profunda introspección.
“No sorprende que cerrar los ojos ayude a que dominen señales internas, que favorezcan a la introspección y a enfocarse en la inspección de la evidencia que ya tenemos”, explica Pablo Polosecki, especialista en neurociencias argentino que investiga en el Centro Rockefeller, en Nueva York. “Se sabe que después de detectar un estímulo visual relevante, el procesamiento visual se apaga, haciéndonos durante un breve tiempo ciegos a lo que viene inmediatamente a continuación. Esto se conoce como «pestañeo atencional» y se ha tomado como evidencia de que existe un cuello de botella cognitivo para procesar elementos importantes”, agrega Polosecki.
El pintor francés Paul Gauguin dijo una vez “cierro mis ojos para ver”: para el artista, es necesario apagar el resto del mundo, aunque sea por un instante, para rescatar ideas de lo más profundo de la mente.
Joaquín Navajas, de 28 años, se licenció en Física en la UBA y actualmente es investigador asociado del Instituto de Neurociencias Cognitivas del University College, de Londres. Allí estudia procesos como la percepción visual, la conciencia, la metacognición y la toma de decisiones. “Kounios y Beeman postulan que hay por lo menos dos formas de resolver problemas -explica Navajas-. Una manera analítica, dando pequeños pasos y construyendo lentamente la solución, mientras que la otra es discontinua y nos encontramos en blanco hasta un momento de revelación, dando lugar al famoso «ahá, lo tengo». Son los acertijos o aquellos dilemas asociados al pensamiento lateral, cuya respuesta llega de golpe, y luego parece obvia”.
Usando fMRI (resonancia magnética funcional), Kounios y Beeman vieron que la actividad neuronal en áreas especificas del lóbulo temporal del hemisferio derecho del cerebro, tradicionalmente vinculadas a procesos asociativos, se activan al momento de resolver la tarea. “El EEG permitió ver que 300 milisegundos antes de resolver la tarea ocurre una activación muy similar a la que se ve cuando cerramos los ojos y suprimimos estímulos visuales -dice Navajas-. Esto sugiere que sólo una fracción de segundo antes de tener una revelación miramos hacia adentro, en busca de la solución y que lo hacemos inhibiendo la información que nos mandan nuestros sentidos.”
Al contrario que los procesos de inteligencia tradicionales, que según Kounios se parecen más a una autopista neuronal donde se maximiza la velocidad, la creatividad es un fenómeno mucho más complejo para las neurociencias, “algo más cercano a un suburbio con pequeñas calles y atajos misteriosos”. Los neurocientíficos argentinos Facundo Manes y Mariano Sigman suelen resaltar que su disciplina aún está en una etapa embrionaria en lo que se refiere al estudio de la creatividad: hay respuestas aproximadas, pero aún no se pudo determinar qué es lo que sucede en la mayor profundidad del fenómeno.
A partir de sus estudios, Kounios cree que son muchos los hábitos que podemos fomentar para lograr una mayor cantidad de disparadores de “momentos Eureka”. “El buen humor los promueve, sin dudas -dice-, y sabemos que la ansiedad, por el contrario, fomenta el pensamiento analítico.” El científico norteamericano también recomienda dormir bien: “Hay un proceso muy rico de consolidación de la memoria que ocurre cuando dormimos. Estos recuerdos se transforman, nos conducen a detalles no obvios y a conexiones ocultas. Dormir bien nos lleva a generar muchos insights”.
Para Kounios, vivimos en un mundo de una complejidad apabullante, donde las respuestas a los grandes desafíos que enfrenta la humanidad (pobreza, escasez, contaminación) llegarán de la mano de soluciones “fuera de la caja”, por lo cual es fundamental seguir indagando en este tipo de procesos neuronales. “Estos trabajos empiezan a iluminar sobre qué pasa en el cerebro antes de que demos con una idea que nos permita resolver problemas -dice Navajas-, pero está lejos de ser generalizable y hay un montón de preguntas que todavía están abiertas”.
Los científicos del Centro Ruso de Exploración del Ártico están esperando que pase lo más crudo del invierno siberiano para adentrarse en los cráteres y desentrañar sus misterios. La dinámica neuronal del “momento Eureka” podría estar, del mismo modo, muy cerca de dar respuestas a uno de los enigmas más elusivos para el estudio de la creatividad y la innovación.
LA NACION