La sentida despedida que don Segundo Sombra tributó a su creador, Ricardo Güiraldes

La sentida despedida que don Segundo Sombra tributó a su creador, Ricardo Güiraldes

Por Carmen Verlichak
Estoy hecho para irme, había dicho don Segundo Sombra. Pero esta vez resulta distinto: es Ricardo Güiraldes quien se va. Y de manera increíble, es su propio personaje quien lo despide. Tal como lo dijo Leopoldo Lugones en esa ocasión “es posible que éste sea el único caso en el mundo en que el personaje entierra a su autor”.
Don Segundo Ramírez, el gaucho de San Pedro que inspiró a Güiraldes para su D on Segundo Sombra, estaba allí en el momento en que el escritor volvió a San Antonio de Areco para quedarse por los siglos de los siglos.
Güiraldes había muerto en París y sus restos fueron repatriados en el vapor Ávila a Buenos Aires. Luego, desde la estación Retiro salió un tren especial, escoltado por ciento cincuenta paisanos de a caballo que lo siguieron a través de los 120 kilómetros que lo separaban del pago. Otros centenares de gauchos lo esperaron en la estación de Areco mientras “doblaban las antiguas campanas y los arados estaban a media asta”, según la frase de González Tuñón. Primero entre los paisanos se veía a don Segundo. Y estaba el entonces presidente de la república, Marcelo Torcuato de Alvear.
Ricardo Güiraldes había honrado a su pago como ningún otro escritor. Fue un hombre que supo y narró lo que sucedía en las estancias y en el poblado. Fue gaucho en Buenos Aires y en París. Y de la misma manera como desde pequeño dominó el francés y el alemán, y nunca dejó de pensar en criollo, así al momento de autorretratarse se mostró con boina y camisa paisana. Y puesto a escribir, don Ricardo presentó el campo argentino en una prosa tan austera como el propio vivir gaucho.
Mientras desanduvo en huellas interminables su alma de horizonte junto a reseros, domadores, cencerros y yeguas madrinas, se sirvió de matras, cinchas y peguales, de riendas y parejeros. Todo lo recordó: las mañanitas alborozadas, los fogones, las huellas y las espuelas; las luces malas y los gualichos; el jinete, el rebenque, las botas y los ponchos. No olvidó la antigua iglesia de San Antonio ni el puente viejo, dos símbolos de Areco.
A su vez, se detuvo en las sutilezas y en las mañas del gaucho y en los méritos y decires que el paisano más aprecia.
Señor de las metáforas, Güiraldes amó las comparaciones criollas y le gustó escribir frases como “el sueño cayó sobre mí como una parva sobre un chingolo” o “una luz fresca chorreaba de oro el campo” y “el pueblo dormía aun a puño cerrado”.
Al momento de irse, en 1927, Güiraldes había escrito casi una veintena de obras, entre ellas Raucho (1917), Rosaura (1922) y Don Segundo Sombra . Había nacido el 13 de febrero de 1886.
¿Sabía don Segundo que lo que había escrito Ricardo con su nombre y bajo su inspiración era la más bella narrativa gaucha que hubo en muchísimos años? Es posible que no pensara en eso en aquel momento. De lo que no cabe duda es de que esa vez le tocó a don Segundo irse como quien se desangra.
LA NACION