14 Nov Los tatuajes y otras marcas de la vida
Por Miguel Espeche
“Todo pasa, y todo queda, pero lo nuestro es pasar”, decía el poeta. Y en gran medida tenía razón, salvo por los tatuajes, que quedan en la piel para no irse más.
Para muchos, la vida se presenta como un eterno fluir sin caminos, sin Dios y sin puertos, por lo que, en ese paisaje, los hijos y nietos de quienes décadas atrás disfrutaban la dupla Serrat-Machado, hoy, para compensar realidades perdurables como una “pompa de jabón”, se tatúan? y mucho.
Todo hoy parece relativo e inasible, como ese amor líquido del que tanto se habla y que, a la hora de buscar eternidades, tanta angustia produce por aquello del relativismo posmoderno. Un efecto de lo antedicho es que los consultorios de psicoterapia se llenan de jóvenes que se duelen porque todo se va y nada se queda. Se duelen, y mucho, porque las cosas de la vida parecen ser, tan sólo, “estelas en la mar”. Sienten no poder descansar en una certeza, un valor permanente, un atisbo de lo eterno que permita algún sosiego.
Los tatuajes no serán la eternidad, pero se le parecen. La palabra que jura amor eterno es llevada por el viento, junto a las certezas y las grandes causas. Por eso, al menos allí, en la piel, algo perdura y trasciende al tiempo.
Salvo que el carísimo láser diga lo contrario, el tatuaje, además de perdurar, marca un antes y un después. Es real que en la piel de quien se tatúa se juega una apuesta de “coraje” respecto de una decisión irrevocable. El que se anima a marcar así su piel se juega por eso que lo acompañará el resto de sus días. De alguna manera, quema las naves, en tiempos en los que nadie se juega demasiado porque, en el afán de no perderse nada, tampoco nadie se juega por nada. Quizá no se marque el corazón, ni la ética sea un valor por el cual dar algo de vida, o la especulación termine reemplazando a la espiritualidad? pero la piel? la piel sí, se marca for ever.
Madres e hijas pueden compartir el gusto por tener en su epidermis complejos y significativos signos orientales o? corazoncitos. Padres e hijos también tienen lo suyo, y el equipo de sus amores puede marcar con colores su piel y su pertenencia tribal/futbolera. Tinelli, cincuentón y todo, marca tendencia con esos contundentes dibujos en su cuerpo, los que ya no encuentran más espacio para desplegarse, mientras Icardi nombra a su nuevo y mediático amor en el antebrazo, haciendo que miles de personas se pregunten al unísono: ¿Qué va a hacer cuando se termine ese romance?, porque, digámoslo, cuesta vislumbrar una eternidad en los romances muy tamizados por los medios.
El tatuaje, a su vez, es un territorio de batallas familiares. La búsqueda de la libertad de muchos hijos adolescentes, a veces, parece pasar por el hacerse o no el tatuaje. El buen juicio habla de la conveniencia de “no sólo cambiar de amo, sino dejar de ser perro”, es decir: no sirve mucho salir de la “dictadura” parental si, para hacerlo, tan sólo se troca un imperativo por otro? en este caso, el imperativo de la moda.
“Bien” y “mal” son categorías pobres a la hora de pensar y evaluar la cuestión de una piel tatuada por propia decisión.
El sentido que tenga para quien se lo hace, lo que busca o encuentra a través de eso que ubica en su cuerpo, el tipo de eco que desee generar en los otros, si lo hace por sí mismo o para seguir una moda imperativa? son todos elementos que permiten entender si lo que se hace tiene un sustento genuino, perdurable, feliz, o es tan sólo una reacción inmadura o esnob.
De cualquier manera, la vida nos va marcando, con tatuajes o sin ellos. Que sea o no con tinta esa marca, tanto da. Mejor vida, mejores marcas. Será cuestión de ver si lo que imprimimos en nuestra piel honra lo mejor de nosotros? o no.
LA NACION