Políticamente incorrecto

Políticamente incorrecto

Por Hernán Ferreirós
En la Argentina existe una larga tradición de humor político, cuyo origen se remonta a la fundación del periódico satírico El Mosquito, en 1863. En la TV, tuvo un ilustre representante en Tato Bores, cuyos monólogos fueron, por más de 35 años, los más mordaces comentarios de los desmanes de nuestros funcionarios. Actualmente, cuando el impulso a la militancia y a la participación política es uno de los ejes del discurso oficial y el desencuentro entre partidarios y detractores del gobierno llegó a su punto más alto desde el peronismo histórico, el humor político está, sin embargo, anémico.
A la fecha, en televisión, quedan solo dos programas que pueden ser encolumnados bajo esta etiqueta aunque la utilizan de modos distintos. Está claro que varios de los personajes presentados en Peter Capusotto y sus videos son avatares de la política actual. Sin el triunfo del PRO en la ciudad, probablemente Micky Vainilla (artista pop de bigote hitleriano) no habría existido. Así como tampoco Bombita Rodríguez (el Palito Ortega montonero) habría llegado a la pantalla sin la continua reivindicación de la “lucha armada” de los años 70. Pero estos personajes son apenas un comentario oblicuo sobre nuestra realidad.
Primero aparecieron los imitadores en el segmento “Gran Cuñado” de ShowMatch; luego el programa de Jorge Lanata, Periodismo para todos, que a su modo intentó tomar la posta de Tato y es el único que ejerce la sátira del modo tradicional (haciendo humor con el diario del día), y finalmente, se incorporó CQC, cuyo ciclo concluyó hace poco más de un mes.
El problema que le presenta el humor al poder político es que es muy difícil de desactivar. A una argumentación crítica se le puede oponer una argumentación favorable (aunque sea falsa), pero como el humor no se rige por criterios argumentativos o de verdad y falsedad, sino de efectividad, a una parodia lograda no hay con qué darle. Dado que el campo de batalla que eligió el Gobierno no es las condiciones de vida de los ciudadanos, sino el discurso, el humor se vuelve intolerable.
Ni la figura más poderosa de nuestra televisión escapó a estos designios: cuando Marcelo Tinelli anunció que en 2013 iba a reponer “Gran Cuñado” empezó un tsunami de versiones de ventas y pases de canal cuyo último acto fue la adquisición por parte del empresario kirchnerista Cristóbal López de la mayoría de la productora Ideas del Sur. El segmento nunca se hizo. Evidentemente, que en la TV local haya tan poco humor político nos sale carísimo.
Si se exceptúa a Lanata (y los momentos de enojo de Tinelli cuando recuerda que lo dejaron fuera del negocio del fútbol, dado que la promesa de manejar el Fútbol para Todos fue una de las zanahorias que lo mantuvieron fuera del aire hasta abril de este año) hoy, la principal fuente de humor político en nuestra televisión está en las señales de cable extranjeras, donde no para de florecer. Actualmente, HBO ofrece al público local la posibilidad de descubrir dos extraordinarios programas del género: Real Time with Bill Maher y Last Week Tonight, con John Oliver. Ocasionalmente, también pudieron verse, en distintas señales (como CNN International) The Daily Show, con Jon Stewart y su desprendimiento The Colbert Report, con Stephen Colbert, quien satiriza a la perfección a un periodista conservador y, gracias a la popularidad de este personaje, fue seleccionado para ser el reemplazo de David Letterman, el decano de los late shows, quien anunció su retiro.

AGENTE PROVOCADOR
Desde mediados de los 90 y hasta 2001, el humorista de stand up Bill Maher condujo un talk show de la cadena norteamericana ABC llamado Politically Incorrect, en el que famosos debatían temas de actualidad. Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, Maher respondió a un comentario del entonces presidente George W. Bush acerca de la supuesta cobardía de los terroristas que estrellaron los aviones contra las Torres Gemelas diciendo que los verdaderos cobardes eran los soldados norteamericanos, dado que atacaban poblados indefensos con misiles desde miles de kilómetros de distancia. Este comentario le valió críticas indignadas, la pérdida de sus anunciantes y, finalmente, el levantamiento del programa.
El final feliz de esta polémica fue que Maher no escarmentó. Al año siguiente, en 2002, comenzó un nuevo programa en HBO (que ya lleva doce temporadas en el aire) llamado Real Time, en el que no sólo no moderó sus opiniones, sino que evitó cualquier concesión al público que buscaba entretenimiento ligero. Maher descartó a los invitados famosos y se concentró en especialistas que rara vez son célebres, pero tienen mucho más para decir.
El programa es un talk show con monólogos de humor, pero la solidez del conductor lo convierte en un refugio de racionalidad ante las falacias del poder, que aspira a demostrar que el estado de cosas es el único posible, o ante los medios periodísticos que ceden a la presión política y comercial, y nunca se atreven a llamar a las cosas por su nombre. Los principales enemigos de Maher son la charlatanería, la estupidez, la avivada o el antiintelectualismo populista, en suma, lo que los norteamericanos resumen bien como bullshit (algo que los demócratas no echan en falta, pero que abunda sobre todo del lado de los conservadores). El conductor tiene tolerancia cero para con la irracionalidad y la mentira. En cada intercambio con un charlatán, Maher suele ejercer una victoria tan demoledora que, si en vez de ser un combate verbal fuera uno de box, los jueces deberían pararlo.
Tiene chistes para ofender a todos y cada uno: a su público liberal (“Según las estadísticas, México es ahora el país con más mayor índice de obesidad del mundo. Los republicanos siguen con su idea de construir un muro en la frontera. Sólo que ahora no hace falta que sea demasiado alto”) y a sus enemigos conservadores (“En Arkansas aprobaron la ley antiaborto más estricta del país. Allí, son tan pro vida que la ley establece que la vida humana empieza en el momento en que la chica se emborracha”). También lleva adelante una cruzada contra la religión -contra todas las religiones- algo que le valió el mote de islamófobo entre el progresismo norteamericano. Maher es un liberal (en el sentido norteamericano, más o menos equivalente a nuestro “progre”) que molesta tanto a los demócratas liberales como a los republicanos conservadores.
El plato fuerte de Real Time es su monólogo final, en el que analiza el tema de la semana con tal inteligencia que siempre aporta una perspectiva novedosa y ajena al sentido común. “Los norteamericanos estamos aterrados con la aparición de EI -afirmó en medio de la explosión mediática de los videos con decapitaciones de rehenes occidentales- ¿Realmente alguien cree que corremos riesgo de ser decapitados? Un día pasa algo así en el desierto de Mosul y, al día siguiente, mientras estás haciendo la fila para comprarte el nuevo iPhone, ¡zak! El nombre de EI suena cool y, al mismo tiempo, parece representar al mal absoluto. Como Monsanto. Recientemente se descubrió que Monsanto pone químicos en sus herbicidas que resultaron mucho más tóxicos de lo que se pensaba. Gente, tranquilícense: no es el EI quien va a asesinarlos. Es Monsanto.”

EL NUEVO DE LA CUADRA
John Oliver es un humorista y actor inglés que se hizo un nombre en los Estados Unidos por su papel del profesor Ian Duncan en la serie Community y también por reemplazar cada tanto a Jon Stewart en The Daily Show. Oliver cubrió tan bien ese lugar que sólo era cuestión de tiempo hasta que obtuviera su propio ciclo. Ese momento llegó en mayo último, cuando HBO estrenó Last Week Tonight. El programa reproduce el formato del Daily Show, pero sin la obligación de tener un entrevistado por programa. Básicamente, es un monólogo de 22 minutos en el que, con el ingenioso apoyo de imágenes, Oliver repasa los principales temas de la semana y dedica los diez minutos centrales a un tópico que analiza en profundidad.
Aunque el ciclo empezó tibiamente, tuvo su espaldarazo cuando se ocupó de la organización del Mundial de fútbol de Brasil. Su diatriba contra la FIFA se volvió un video viral instantáneo, en parte por el desparpajo y el gran histrionismo de Oliver y en parte por su implacable retrato de la organización: “En 2003, Brasil aprobó una ley que prohibía la venta de alcohol en los estadios a causa de la cantidad de muertes entre los fans. Parece una legislación razonable, capaz de salvar vidas. Pero Budweiser es uno de los espónsores de la Copa del Mundo y la FIFA estaba muy preocupada por proteger a Budweiser de una ley pensada para proteger a las personas. Así que presionó a Brasil para que cambiara la ley y vendiera cerveza en los estadios. Uno puede horrorizarse por esto o sentirse aliviado de que la FIFA no esté esponsoreada por vendedores de motosierras y de cocaína”.
Los libelos de Oliver se centran tanto en problemas de la sociedad norteamericana (como la militarización de la policía o la privatización del sistema penitenciario) como en causas globales como la creciente brecha entre ricos y pobres, el tratamiento de los homosexuales en algunos países de África o el default de la Argentina (su monólogo al respecto puede verse, como todos los demás, en YouTube). Siempre es posible identificarse con su punto de vista, ya que no reduce los problemas a una pugna entre malos y no tan malos, sino que suele denunciar la falta de control y respuesta de las instituciones ante los excesos del poder económico y político, un tema que conocemos bien.
John Oliver es más histriónico que Maher, pero igualmente sólido. En manos de ambos, el humor es un arma poderosa para exponer arbitrariedades, privilegios e injusticias que el poder quiere hacer pasar por normalidad. Sus intervenciones son atrapantes porque logran combinar el sinsentido del chiste con la lógica estricta de una argumentación bien pensada.
Tal vez ésta sea la mejor forma de llevar la política a la generación Y: usar la comedia para convertir la crítica a las instituciones en un video viral. Muchas veces, la honestidad, la racionalidad y los buenos chistes son todo lo que se necesita para ganar una batalla que se da, cada vez más, fuera de los medios tradicionales.
LA NACION

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