09 May Ricardo Bartís reflexiona sobre los discursos
Por Carlos Pacheco
El deporte, la política y el teatro vuelven a cruzarse en escena en la nueva experiencia de Ricardo Bartís. En El box , extrañamente, el rol protagónico lo tiene una mujer: María Amelia, la “Piñata” Leguizamón, la boxeadora. Y en tiempos del Bicentenario, ella no hace más que exponerse como una metáfora de la Argentina, vista desde este presente convulsionado por múltiples avatares políticos. La realidad expresa algo de inestabilidad y el arte no puede quedar ajeno a ello.
El mismo Bartís observa, como una marca de la actualidad, “cierta falta de intensidades, de energías. Los espectáculos, la literatura, la pintura, contienen en el procedimiento creador lo que sería la potencia de opinión, la sensibilidad de opinión que una persona tiene. En el teatro, concretamente, veo una escena lánguida, solamente paródica, supuestamente inteligente en la burla”.
No es eso lo que busca en su teatro y, por eso, sus investigaciones llevan tiempo, sus estrenos se demoran y, antes de pautar una primera función para el público, concreta ensayos abiertos en los que la opinión de quienes asisten se tiene notablemente en cuenta.
El box debería haber inaugurado el Centro de Experimentación del Teatro Colón en los días de la celebración del Bicentenario. Múltiples problemas de producción hicieron que el equipo saliera de la sala oficial y ahora, finalmente, la propuesta llega al escenario del Sportivo Teatral, el espacio de pertenencia de Bartís, su ámbito de obligada reflexión y donde siempre la crítica expuesta con lucidez promueve interés.
En El box, si bien la trama expone personajes por momentos desopilantes, ellos están cargados de un mundo grotesco, siguiendo la mejor tradición del teatro nacional. El patetismo que portan es grande y se hace más elocuente cuando asoman algunas referencias a discursos políticos conocidos o a acontecimientos de la historia que no pasarán inadvertidos. La “Piñata” Leguizamón, una boxeadora que de niña se travestía de hombre para poder boxear, cumple 50 años y la fiesta que organiza incluso termina teniendo visos de tragedia.
“Es que hay un conflicto irreductible en la Argentina -dice Bartís-que no cesa y que a nosotros, como tesis teatral, nos sugiere que dentro de poco volverá la tragedia. Habrá hechos trágicos a los cuales el país es adepto y adicto. Cada tanto, en la Argentina se hace necesaria la entrega de ciertos cuerpos en un ritual sangriento para que, sobre ese mantel de muerte, la política funde nuevos discursos.”
-En general, en tus obras la política siempre atraviesa la escena, pero bajo una multiplicidad de lecturas que nunca posibilita que el teatro deje de estar en primer plano.
-No sería crítico si tuviera las características subsidiarias de la política. Esto se vio en la celebración del Bicentenario a través de Fuerzabruta. Por esos días, lo musical fue muy importante, por ejemplo; pero ahí no ganó el gobierno, ganó el teatro. Fue la ejemplificación gráfica de cómo un arte de altísimo impacto, de inmediatez, de gran conexión y sumatoria de adhesiones e intensidades, ocupa un espacio de importancia. Lo del teatro fue ostensible. Ahí quedó claro cómo se construye, desde siempre, un relato desde el poder que es casi teatral, un relato de historia, de acontecimiento, de sucesos.
-En los años 90, cuando montaste Hamlet, la guerra de los teatros comenzabas expresamente a ser muy crítico con la política…
-Es que en esa época los medios de comunicación, de construcción de sentido, ficcionalizaban la realidad de tal manera que ya no había realidad. Todo era ficción, todo era teatralidad. Entonces, lo decíamos con angustia, con la sensación de que no nos quedaba espacio para nosotros y nos daba vergüenza actuar ante una ficcionalidad desatada en todo terreno.
-¿Eso se ha profundizado hoy? ¿Cómo analizás los discursos de la política actual?
-Hay una excepción. La Presidenta es una excepción. Es un cuadro. Lo que se diría una extraordinaria actriz, en el sentido de un manejo y de una capacidad de raciocinio y de discurso sorprendentes. Hay pocos antecedentes en la historia política argentina. Ninguno, desde que yo tengo uso de razón (tengo 61 años) ha tenido la capacidad de articular campo conceptual con discurso espontáneo. En general, hay chatura manifiesta. El discurso político es un discurso elemental, patotero, chicanero. Pongamos como ejemplo, como si fuera la resonancia de lo teatral: uno podría tener derecho a seguir haciendo teatro aunque hiciera cosas espantosas y nadie viniera a verte y todo el mundo te cuestionara. Nadie negaría que pudieras seguir produciendo pero, sería difícil que se aceptara que vos pudieras tener discurso. En este país, la idea de que no se resiste el archivo es real. Hay una cantidad de políticos de primera línea cuyos antecedentes en la gestión son dudosos. Que Duhalde sea una alternativa de poder en la Argentina habla de un nivel de degradación de lo que sería el pensamiento político muy manifiesto. Y después me parece que, como todos, la política se ha atontado. Todos nos atontamos después de Menem y de De la Rúa, después de la cantidad de experiencias negativas que hemos tenido.
-Por eso, en El box, asoma esa idea de que después de un discurso aparentemente sólido se puede terminar en una masacre.
-La política se ha acostumbrado a no tener interlocución crítica, como no hay canales ni espacios de discusión lo único que hay es que sus decires se convierten en discursos huecos, sin ningún tipo de resonancia. Los políticos se la pasan en los programas de televisión. Vos decís: “No deben pensar”, “No deben poder estudiar”, “No deben poder hacer política”, “¿Cuándo ensayan?” “¿Cuándo producen sus objetos?” “¿Cuándo investigan?”. Todo es una construcción absolutamente ficticia, independientemente de la buena fe o de la mala fe. La época tiende a nivelar todo para abajo, a crear como un sentimiento de que nada vale la pena.
LA NACION