De hijos de la crisis a cracks del fútbol

De hijos de la crisis a cracks del fútbol

Artículo publicado por el diario La Nación el 31 de enero de 2013.

Por Néstor Tirri
El boom mediático alcanzado por el histórico cuarto Balón de Oro consecutivo otorgado a Leo Messi reinstaló el caso de aquellos bombers (como se llama en Europa a los artífices de implacables tiros al arco que, como se dice en la Argentina, son “bombazos”) emigrados prematuramente de países del Tercer Mundo y que luego, ya adolescentes, alcanzaron notoriedad con divisas del fútbol internacional. En el ya lejano abandono de su país de la familia Messi no gravitaron apremios económicos, pero sí, en cambio, en otras historias de inmigración de futuros cracks .
El caso reciente más conocido es el de Mario Balotelli, 22 años, negro, nacido en Palermo (Sicilia), hijo de Thomas y Rose Barwuah, un matrimonio de emigrados de Ghana, y adoptado por los Balotelli, una familia italiana de Brescia más o menos acomodada. La suya es una peripecia de fábula, y le ha ido configurando una personalidad díscola y polémica que sigue sorprendiendo con raptos impredecibles: en Italia jugó en primera división en el Inter, y a los 18 años fue incluido en el ranking de los veinte mejores jugadores del mundo under 23. Se reveló como un dotado, pero desafiaba airadamente a la tribuna cuando recibía alguna insinuación racista y fue centro de críticas por sus intempestivas reacciones en pleno juego.
Ahora juega en el Manchester City y cada tanto se pelea con el entrenador, también italiano, Roberto Mancini. Llegó a revistar en la selección italiana. Cuando un gol suyo fue decisivo en el triunfo de su divisa en un encuentro internacional, se quitó la camiseta y, cual King Kong, desde el centro de la cancha exhibió su atlética y altísima figura (es una rara mezcla de Apolo y Dionisos africano), desafiando al mundo con su capacidad futbolística y -de paso- afirmando su identidad. La foto que registraba ese gesto y esa impresionante figura recorrió el mundo.
Después de un reciente gol triunfal en Inglaterra, “Súper Mario” saltó la valla que separaba el campo de la platea y corrió a abrazar a su madre adoptiva, la signora Balotelli, ostensiblemente emocionada por el resultado de aquel gesto con el que había ayudado a una casi indigente familia de inmigrantes negros de Ghana a que uno de sus pequeños hijos, que a los 2 años padecía de graves problemas intestinales, pudiera sobrevivir en un país central, en el que alimentarse y disponer de servicios exige un tributo en una moneda de elevada cotización, el euro. Son las paradojas -y las ironías- de la crisis global, que no han pasado inadvertidas para los ensayistas y filósofos que analizan estos fenómenos actuales de cruce.
Claro que el paso del tiempo -apenas algunos años- ha determinado que Italia, esa nación “fuerte” que cobijaba a emigrados de países pobres, haya caído en una crisis que determina que algunos de sus ciudadanos también emigren, a su vez. Y así se dio el caso inverso de otro futbolista, Nicola Sansone, quien, a pesar de su nombre itálico, nació en Munich, Alemania: sus padres, modestos (des)empleados del Cilento, fueron a trabajar a la meca de la eurozona cuando en los 90 las papas quemaban, y allí creció el pequeño Nicola, a quien, a los once años, su padre incorporó a las divisiones inferiores del Bayern, nada menos.
A los veinte, il ragazzo Sansone pasó del banco del germánico Bayern al del Parma, en Italia. En este equipo emiliano, de media tabla pero entrenado por el ex técnico de la Nazionale italiana Roberto Donadoni, el joven ítalo-germano tuvo la oportunidad de entrar en el segundo tiempo de un encuentro contra el Inter, cuando el partido estaba cero a cero. Una traviesa y prodigiosa escapada del chico, una corridita -inalcanzable- desde el medio campo, un tiro certero y? ¡gol! El modesto Parma acabó ganándole al poderoso Inter con el tanto de un casi debutante jovencísimo, cuyo padre (¡interista y presente en la tribuna, además!) en los 90 había sufrido el doloroso exilio a causa de una de las crisis económicas: no pasa inadvertida la profunda interdependencia que, en el mundo globalizado, existe entre deporte profesional y los altibajos económicos.
El caso Messi no es compatible con los precedentes porque ni “la Pulga” ni su familia son exiliados. Más aún, se trata de un trámite inmigratorio inverso: entre los 12 y los 13 años, el pequeño futbolista es observado por un operador de los catalanes y, en el procedimiento de incorporación del chico a las filas del Barcelona (el club se hace cargo de su tratamiento hormonal para el crecimiento, una coincidencia con Balotelli: una institución lo “adopta” y le costea la terapia) es la familia la que sigue al hijo y debe adaptarse a los requerimientos del genio en potencia, y no al revés.
Pero su presencia y su figura directriz, en estos días, han sido asociadas al despertar de una nueva estrella del fútbol italiano, un promisorio bomber , igualmente argentino y fogueado, también él, en las inferiores del Barcelona, al amparo de la invalorable mirada de Leo Messi. Se llama Mauro Icardi y el 19 de febrero cumplirá 20 años. Y, como el ídolo del Barça, es rosarino (¿será por eso que “la Pulga” se mostró particularmente dispuesto a guiarlo?). Juega en la selección sub 20 de la Argentina y -por ahora- en la Sampdoria, uno de los dos equipos genoveses (el otro es el histórico Genoa) que pelean en el actual campeonato del calcio italiano.
Éste sí es, literalmente, un hijo de la crisis global. Arrinconados por problemas económicos en la Argentina, Juan Icardi y su esposa, Analía, los padres de Mauro, emigraron a principios de los años 90 y aterrizaron en las islas Canarias. Unos quince o dieciséis años después, unos cuantos compatriotas de estos exiliados argentinos comenzaban a volver, frustrados, a las playas vernáculas que habían abandonado en busca de un horizonte más próspero; ahora los empujaba, en sentido contrario, la acuciante desocupación que empezaba a azotar a España. Pero los Icardi tenían de qué aferrarse, allá: el adolescente Mauro se perfilaba con un versátil manejo de la pelota, y como atacante, además.
El periodismo deportivo italiano ya lo tenía junado , pero hace unos días sonó el aldabonazo de la consagración. La Sampdoria (“la Samp”, para la afición), que venía mal en los últimos puestos de la tabla, fue a Turín a enfrentar al campeón de Italia del torneo anterior, la Juventus, imbatible squadra que sigue encabezando la tabla de posiciones, con unos cuantos puntos de ventaja sobre sus seguidores. Todo hacía prever una tarde catastrófica para los genoveses…
Pintó peor cuando el árbitro les cobró un penal (que el juventino Giovinco convirtió sin piedad) y sancionó con la roja a un jugador de la Samp: 1 a 0? y con un hombre menos. Cuando todo parecía perdido, Icardi, el pibe rosarino, empató el partido. Después, aprovechando varios errores de la Juve, él mismo marcó un espléndido segundo gol, una pelota al ángulo, imparable para el arquero Gigi Buffon. La poderosa Juve caía en su monumental estadio (el único privado, en Italia), con dos goles del emigrado argentino de la Samp: Icardi había batido dos veces a Buffon, su ídolo.
La fría noche de ese domingo histórico (al menos, para los aficionados de la Liguria), al regresar a Génova desde la cercana Turín, la formación de la Samp tuvo un recibimiento triunfal: un coro de tifosi -hinchas, en la jerga futbolística italiana- inundó las calles de esta tranquila ciudad portuaria para aclamar al flamante ídolo de la Serie A del calcio .
Esa misma noche, Mauro Icardi envió un mail a Leo Messi: “¿Viste que finalmente me ayudó el arcángel Gabriel?” El jovencísimo atacante de la Samp aludía a un tironeo de opiniones que, todavía revistando en el Barcelona, había sostenido con su mentor. El entonces candidato al cuarto Balón de Oro había tratado de disuadirlo de abandonar España y, sobre todo, al Barça. “No estoy hecho para esa manera de jugar”, le respondió con modestia su discípulo. Messi, entre resignado y defraudado, le espetó: “Te arrepentirás”.
Sin embargo, la decisiva performance del chico rosarino, uno más de los que han abandonado un país periférico por causas económicas siendo niños, le abría un insospechado horizonte, en el que destellaba, radiante, la figura exultante de su modelo: Gabriel Batistuta.
A Mauro Icardi lo había ayudado, en efecto, su arcángel Gabriel. Que, por lo demás, también fue un argentino que emigró.
LA NACION