Truffaut: El hombre que amaba el cine

Truffaut: El hombre que amaba el cine

Por Gustavo Castagna
El cine merecía que Truffaut viviera muchos más años. Las películas lo querían así debido a esa manera única y personal con la que acariciaba y protegía a sus personajes. Pero su corta vida fue intensa y apasionada como crítico y director, y por esa particular forma de observar al mundo donde traslucía una fuerte sensibilidad en relación a los afectos, rescata Tiempo Argentino.
Hubo días felices y otros no tanto en sus 52 años, sus films triunfaron y fracasaron en boleterías, ganó un Oscar por La noche americana, dejó 22 largometrajes y un puñado de cortos (el genial Los mocosos de 1957), varios libros y un montón de críticas y artículos teóricos que conforman una obra irrepetible.
Seguramente un día luminoso fue cuando conoció a André Bazin, quien hizo lo posible para rescatar al joven Francois de algún correccional de menores y sentarlo en una de las sillas principales de la redacción de Cahiers du Cinema, la mítica revista que cambió la manera de escribir y analizar al cine.
Otro de esos días fue cuando Bazin, el tutor de una generación única de críticos del mítico mensuario y futuros integrantes de La Nouvelle Vague, que también integrarían Godard, Rohmer, Chabrol y Rivette, recibe un extenso texto de Truffaut, aquella declaración de guerra teórica titulada “Sobre una cierta tendencia del cine francés”, que sería publicada en enero de 1954.
Truffaut solo tenía 22 años cuando divide la historia del cine francés en dos bandos, entre los directores de “calidad” y los “autores”, proponiendo una relectura de la historia del cine, instalando y desarrollando junto a sus colegas y amigos la “política del autor” en las rigurosas páginas de aquel Cahiers dirigido por Bazin.
Ya habían quedado atrás su voluntario reclutamiento y posterior expulsión del ejército debido a un desengaño amoroso, las huidas clandestinas de su casa para concurrir a las funciones de la Cinemateca Francesa de Henri Langlois y sus fallidos intentos por dedicarse a otra actividad que no fuera el cine.
En mayo de 1959 también se lo vio feliz, ya que presentó Los cuatrocientos golpes (1959) en Cannes, donde ganaría uno de los premios principales. Allí se lo ve junto al niño protagonista de 12 años, el extraordinario Jean-Pierre Léaud, sonrientes ambos por haber dado inicio a la saga sobre Antoine Doinel, que continuaría con otros cuatro títulos a través de dos décadas junto al mismo actor. En efecto, Truffaut/Doinel-Léaud se mimetizarán en una sola persona desde las imágenes de la obra inicial y de Antoine y Colette (1963), Besos robados (1968), Domicilio conyugal (1970) y El amor en fuga (1979).
Imposible omitir esas analíticas y felices cincuenta horas de grabación junto a su admirado Alfred Hitchcock durante 1966, momentos en que se gestaría El cine según Hitchcock, un libro esencial para quienes aman al cine, con dos cineastas, uno ya con la aureola de leyenda imbatible y el otro en plena actividad, hablando de películas, de la vida, de una forma de observar al mundo que sigue causando placer aun con las numerosas relecturas del texto.
Fanático del cine de género y con una mirada crítica hacia los directores franceses que se apoyaban exclusivamente en un guión, la cinefilia de Truffaut y su empatía por el cine se darían cita en casi toda su obra como director. Las peripecias que se viven dentro del policial – herencia Hitchcock– sería una de sus obsesiones, siempre mezclando códigos del género con historias de amor.
Disparen sobre el pianista (1961), La novia vestía de negro (1967) y La sirena del Mississippi (1968) condicen en su pasión por los géneros, donde nunca se olvidaban los afectos y las pasiones en medio de una trama policial. Por ese camino se comprende su adaptación de Fahrenheit 451 (1966), sobre el texto de Bradbury, donde se fusionan la ciencia ficción, una historia de amor entre el bombero arrepentido y una mujer y su obsesión por la literatura. Sus personajes leen con el propósito de adquirir conocimientos, como lo hace Doinel con Balzac. O pueden trabajar en una librería o ser editores. Los libros y Truffaut, en ese sentido, establecieron una relación que sería única en la historia del cine, que se afirma al descubrir que más de la mitad de sus largometrajes serían adaptaciones de obras originales.
Esas películas transparentes y cálidas (la saga Doniel, por ejemplo; la combinación perfecta de felicidad y tristeza de Jules y Jim, de 1962 ) no deberían dejar de lado al Truffaut oscuro, al consumidor del melodrama, a sus personajes que coquetean con la locura y la muerte. Uno de sus films malditos es La historia de Adela H (1975), con la bella Isabelle Adjani como la hija del autor de Los miserables, viviendo un “amour fou” que la lleva a la enajenación mental al recorrer las calles de un país africano con la mirada perdida y solo vestida con harapos.
El melodrama en estado puro estalla en su anteúltimo film, La mujer de la próxima puerta (1981) con la pareja de amantes (Depardieu y Fanny Ardant) que no podrá torcer su destino. Pero el Truffaut más oscuro y terminal es el de uno de sus grandes fracasos económicos, aquel de La habitación verde (1977), basada en Henry James, historia de un viudo, encargado de escribir las notas necrológicas en un diario, que montó un altar en recuerdo de su esposa y de sus amigos fallecidos. Obra más que maldita que nadie quiso ver, de una densidad dramática casi insoportable, el mismo Truffaut interpretó el rol protagónico.
Pero claro, otro de esos días plenos de felicidad fue cuando levantó el Oscar por La noche americana (1973), donde se narra el rodaje de una película y los habituales problemas de actores, productores y del director, también encarnado por Truffaut. Día feliz pero triste porque allí se rompería su larga amistad con Godard, ya que la visión de Truffaut sobre el cine sería considerada excesivamente blanda y solo aferrada a problemas caseros que suelen ocurrir en cualquier filmación. Sin embargo, esa mirada no debería sorprender a nadie, ya que para el director el cine siempre fue el paraíso y el lugar de la felicidad.
Debido al éxito en Estados Unidos de La noche americana, Truffaut es convocado por Spielberg para un papel esencial de Encuentros cercanos del tercer tipo (1975), el del científico francés Lacombe, quien conoce al detalle cómo será el inminente aterrizaje de las naves interplanetarias con esos feos marcianos como tripulantes. En una escena, el personaje que encarna Richard Dreyfuss, pregunta quién es ese señor de campera de cuero marrón que no habla inglés. “Es el que más sabe”, se le responde sin dudar.
Ya enfermo filma Confidencialmente tuya (1983), una sabia combinación de policial y romance entre un jefe y su secretaria. ¿Cuántas lágrimas se habrán derramado en su funeral, con la viuda Fanny Ardant vestida de negro, Léaud llorando en Italia y Godard en su mansión suiza arrepentido por la pelea? En el final de otro de sus films olvidados, El hombre que amaba a las mujeres (1976), que transcurre en el cementerio, una fila interminable de mujeres, jóvenes y maduras, espera el momento de tirar un poco de tierra al cajón fúnebre donde está Bertrand (Charles Denner), el Don Juan que amó a cada una de ellas. Ficción y realidad, el cine y la vida. Francois Truffaut, sin dudas.
TIEMPO ARGENTINO

Tags: