Los restos hallados en un estacionamiento son de Ricardo III

Los restos hallados en un estacionamiento son de Ricardo III

Por Alan Cowell y John Burns
En uno de los hallazgos más resonantes de la arqueología moderna, investigadores de la Universidad de Leicester anunciaron en febrero de 2013 que los restos óseos encontrados debajo de una playa de estacionamiento en esta ciudad británica pertenecen al rey Ricardo III, durante siglos el más vilipendiado monarca inglés, un hecho que abre el camino para una posible revaluación de su breve, pero sangriento reinado.
Richard Buckley, arqueólogo en jefe del proyecto de identificación de los huesos, dijo a los periodistas que los análisis y las investigaciones realizados desde que los restos fueron descubiertos, prueban “más allá de toda duda razonable” que el “individuo exhumado” de una tumba improvisada bajo los cimientos de una playa de estacionamiento pertenecían “a Ricardo III, el último Plantagenet que reinó en Inglaterra.”
Richard Taylor, secretario general de la universidad, que coordinó el equipo de arqueólogos, historiadores, genealogistas y genetistas que trabajaron en la identificación, dijo que la última pieza del rompecabezas científico había encajado en su lugar anteayer, cuando se conocieron los resultados del examen de ADN.
En ese momento, dijo Taylor, los miembros de su equipo supieron que habían logrado algo histórico.
“En ese momento supimos, más allá de toda duda razonable, que se trata de Ricardo III -dijo Taylor-. Ahora estamos tan seguros como se puede estar seguro de algo en la vida.”
El genetista Turi King dijo en la conferencia de prensa que las muestras de ADN tomadas de dos descendientes actuales de la familia de Ricardo III concordaron con las de los huesos encontrados en el lugar. Uno de los descendientes, Michael Ibsen, es hijo de un sobrino de 16ta. generación de Ricardo III. El segundo familiar prefirió permanecer en el anonimato.
El esqueleto, además, tiene un gran orificio en el cráneo, que concuerda con los relatos de la época, que afirman que el monarca murió tras recibir un golpe en el campo de batalla, hace más de 500 años.
Según dijeron Taylor y otros miembros del grupo, habían reunido un enorme catálogo de evidencias que indicaba, sin lugar a dudas, que los restos pertenecían al monarca. Entre esos indicios estaba la confirmación de que el cuerpo pertenecía a un hombre en los finales de la veintena o principios de la treintena, y que su dieta había sido rica en carne y pescado, característica de una vida privilegiada en el siglo XV.
Más inconfundible aún, señalaron los científicos, fue el examen de carbono realizado en dos costillas del esqueleto, que indicó que la persona en cuestión había muerto entre los años 1455 y 1540. Ricardo III murió en la Batalla de Bosworth Field, a 40 kilómetros de Leicester, en agosto de 1485.
Igualmente concluyente era la ubicación de los huesos, que fueron hallados exactamente donde el historiador Tudor del siglo XVI, John Rouse, había identificado el lugar en que fue enterrado, en la esquina de la capilla del priorato Greyfriars, y con una distintiva curvatura de la columna vertebral típica de quienes sufren escoliosis, una enfermedad que genera una joroba, rasgo físico característico que a lo largo de la historia se ha atribuido a Ricardo III.
La sensación de que se trataba de un momento bisagra de la historia de la realeza británica quedó de manifiesto cuando los reporteros fueron invitados a ver los restos óseos, que yacían en una cuarto cerrado en el tercer piso de la biblioteca de la universidad, depositados sobre un almohadón de terciopelo negro, dentro de una caja de vidrio.
No se permitió el ingreso de las cámaras, según lo expresamente acordado con el Ministerio de Justicia de Gran Bretaña, y también por respeto a la dignidad de un rey. Dos miembros de la capellanía de la universidad, uno de ellos vistiendo el hábito negro y rojo de los sacerdotes de la Iglesia Católica, permanecían sentados a los costados del cuerpo, mientras los reporteros desfilaban, todo lo cual teñía el aire de mayor solemnidad y reverencia.
Según dijeron los científicos, los restos mostraban gran cantidad de heridas coincidentes con los relatos históricos sobre los fatales golpes recibidos por Ricardo III en el campo de batalla, y otros golpes que probablemente haya recibido a manos de los vengativos soldados del ejército de Henry Tudor, vencedor de la batalla de Bosworth y sucesor de Ricardo en el trono, con el nombre de Enrique VII, mientras el cuerpo del rey muerto era llevado a caballo hasta Leicester, incluidos varios puntazos de daga en la mejilla, la mandíbula y la parte inferior de la espalda. El esqueleto exhibe evidencias de 10 heridas, 8 de ellas en la cabeza, alguna de las cuales podría haberle causado la muerte, posiblemente por un golpe de alabarda, un tipo de arma medieval con una cabeza de hacha en el extremo de una lanza.
Los académicos han discutido si Ricardo no fue víctima de una campaña de difamación por parte de los Tudor, que lo sucedieron. Sus defensores argumentan que era un buen rey, duro como lo imponía su época, pero impulsor de medidas de avanzada para ayudar a los pobres y de flexibilizar la prohibición de imprimir y vender libros.
Pero sus detractores describen los 26 meses de Ricardo en el poder como uno de los períodos más oscuros de Inglaterra, y los excesos del monarca quedarían resumidos en su supuesta participación en el asesinato, en la Torre de Londres, de dos jóvenes princesas -sus propias sobrinas- para deshacerse de potenciales rivales al trono.
Shakespeare contó la historia del rey Ricardo III y lo describió como un hombre ruin e intrigante con joroba, cuya muerte a los 32 años puso fin a la Guerra de las Rosas y a más de tres siglos de reinado de los Plantagenet, final de la Edad Media en Inglaterra.
En el relato de Shakespeare, Ricardo muere tras caer de su caballo en el campo de batalla, al grito de “¡Un caballo, un caballo! ¡Mi reino por un caballo!”.
Los huesos fueron localizados por primera vez cuando los arqueólogos utilizaron radares de alta penetración en el lugar donde antiguamente se encontraba el priorato, y descubrieron que no se encontraban debajo de un banco del siglo XIX donde supuestamente estaban, sino bajo una playa de estacionamiento, cruzando la calle.
LA NACION