18 Oct Marta Minujín: “Me apura y divierte sentir que me queda poco tiempo”
Por Loreley Gaffoglio
Días atrás, un cartonero le gritó a Marta Minujín: “¡Voy a ir a tu casamiento!”. El hombre había visto en Facebook la tarjeta de invitación con la que el Malba la agasajará hoy, a las 19, por su cumpleaños número 70. No soplará velitas. Minujín oficializará su vínculo con el arte y el museo se convertirá en un altar. Ella bajará de un mateo blanco, vestida de novia, lista para casarse con el arte. Algo que, en realidad, ya había hecho a los 16, pero no de blanco inmaculado, cuando falsificó su documento y contrajo matrimonio en México con su marido desde hace 52 años.
Entonces, como ahora, “amor y arte” van unidos, según confía a la nacion horas antes de estrenar su happening de bromarte . O de chiste-arte, como lo llama Minujín, cuyos archivos de obras, como baluartes documentales, ya están siendo codiciados por museos e instituciones del exterior. ¿Próximas marcas? Una muestra en Suiza y la retrospectiva de su obra en Nueva York, mientras su Torre de Babel se enclavará en el ombligo del mundo: Times Square.
-¿Te afecta la edad?
-No, me siento de 25, joven como Mick Jagger. Aunque me apura y me divierte sentir que me queda poco tiempo. ¡Diez años más y ya está! Hice muchísimo. Ahora todo viene solo, como este festejo.
-Hablar tanto de tu propia genialidad, ¿puede significar que para vos misma no lo seas?
-No. Estoy segura de que entré en la historia del arte universal. Es muy difícil plasmar las obras que yo he imaginado. Nadie hizo un obelisco de pan dulce, una Torre de Babel de libros, quemó colchones, hizo esculturas ecológicas. Dalí también lo decía y lo tildaban de payaso. Yo lo digo en serio y al mismo tiempo hago cosas que son un chiste, como el casamiento. Me gusta que mi arte no sea solemne.
-Sos excéntrica, pero tu ámbito privado es conservador. ¿Llevás una vida dual?
-Soy múltiple. Por eso hago las caras fragmentadas: soy de maneras distintas con mi familia, mi trabajo, mis amigos y conmigo misma. Pero el arte lo envuelve todo. Es como una religión. Lo que no muestro jamás es mi intimidad. Los medios se meten tanto en tu vida privada que terminan reventándotela. Yo la preservé desde el vamos, cuidé mis vínculos, mi matrimonio, y fui siempre muy libre.
-¿La clave?
-Amor y arte son muy parecidos. Mantengo el arte igual que mantengo el amor. Me muero si no soy querida. Tuve suerte, mi marido nunca se aburrió de mí. No conozco a sus amigos, él tampoco a los míos. Pero predomina el amor por sobre todo.
-En 2004 tuviste en Ezeiza un problema por drogas. ¿Qué te pasó?
-Padecí una esclavitud espantosa de 20 años con la coca. Nadie sabía ni se daba cuenta. Eso lo destapó. En los 60, Facundo era chiquito, y yo todos los días me tomaba un LSD, algo defendible para ésa época. En los 80, cuando empecé con el Partenón, estaba mucho en la noche. La única libertad en el Proceso estaba en las discos como New York City, con Javier Lúquez, gran amigo mío. Y ahí todos estaban en ésa. Así empecé. Después, sola, escondida. Muy desagradable. Alucinaba, veía gente al lado mío. Durante diez años había tratado de parar yendo a todas las clínicas. Pero fue el susto de la detención lo que me curó. Hoy estoy feliz y con mucha más energía que antes. Con la droga perdés el tiempo brutalmente.
-¿Dejaste el alcohol?
-Cuando me hice esclava del champagne, fui a Alcohólicos Anónimos y me dije: “Para ganarme la libertad y tener acceso a todo en Nueva York, empecé con el alcohol. Para ganarme la libertad ahora, tengo que dejarlo”. Nunca más tomé ni fui. Me volví alcohólica en las inauguraciones. Ibas al MoMA, la gente tomaba whisky y al minuto todos eran amigos. Así fui a las fiestas de Rauschenberg, de Lichtenstein. Después, siguió 30 años.
-¿Cómo lidiás con las opiniones de aquellos que dudan de tu salud mental?
-No me importa nada. Cuando hice La Menesunda, en 1965, Gente tituló: “¿Es loca u oligofrénica? ¡Era una obra site-specific cuando eso no existía! Soy capaz de todo por el arte. Dormí tres años en una bolsa de dormir dentro de una carpa, en París, en un lugar horrible, sin baño ni calefacción. En Nueva York fui una pobre total y me gasté la Beca Guggenheim en la cabina de teléfono. El único sentido de mi vida es el arte, todo lo demás está adentro: la familia, el amor, los amigos, la fiesta, la diversión, la vida, la locura, los dramas. Me lo sacás y me convierto en cenizas.
-Hablás de una gran apertura de la gente hacia el arte y, sin embargo, señalás un retroceso cultural grande en la Argentina. ¿Cómo se entiende?
-Es que lo noto. La cultura, el pensamiento y las palabras ayudan al hombre a reflexionar y a decidir sobre sí mismo. Pero el nivel intelectual decayó. La gente está mucho más primitiva y atroz. Antes, todos leían y en todos lados. El iPad no es lo mismo que el libro. No hay grandes filósofos. Pero, simultáneamente, el espectro del arte se amplió y ahora el arte está en todos lados. Si hasta venden arte en los aviones. Vamos a ver lo que queda. Lo grave es que el mercado del arte copó a los artistas.
-¿Sos una militante de lo intelectual?
-Me horroriza la globalización de lo banal, la banalización de las relaciones humanas y el soslayo hacia lo profundo que tiene el hombre adentro. Hoy todo está mezclado. Interesa más la vida privada de las personas que expandir el conocimiento. Se impusieron la frivolidad y la pavada. Pero el arte zafa porque está arriba de todo. Tiene la habilidad de rescatar tu grandeza oculta, como dijo Malraux. Y yo creo que todos somos grandes por dentro.
-Cuando le contás la idea de tu obra cúlmine a un psiquiatra, aquella de morirte en vivo en una silla con cianuro mientras tus obras se queman detrás, ¿qué te dice?
-Nada. Que está bien. Que está dentro de mi forma de ser. Pero me falta hacer obras más terrenales: la pelota de fútbol de dulce de leche, la mujer del tercer milenio y las torres de Babel por todo el mundo, mi arte-delirante… Cuando no esté, creo que trascenderé como una Victoria Ocampo del arte.
LA NACION