Experiencias en Jamaica, más allá de los all inclusive

Experiencias en Jamaica, más allá de los all inclusive

A primera vista, pareciera que los all inclusive en Jamaica lo acaparan todo. Tanto que no pocas veces los viajeros ni siquiera se asoman más allá de las instalaciones del hotel. Pero hay algunos buenos panoramas que justifican dejar un rato las piscinas, las playas y los restaurantes privados. Recorrimos sus tres ciudades más turísticas, Ocho Ríos, Montego Bay y Negril, en busca de experiencias.

INGREDIENTES JAMAIQUINOS
Cuando esperábamos encontrar a alguien como Bob Marley -es decir, un tipo con dreadlocks, siempre sonriente, siempre relajado: lo que todos imaginamos cuando pensamos en Jamaica-, apareció Donald Brown y nos dijo:
“Every time, every time”.
Donald Brown, 50 y tantos, flaco, moreno, turbante de género en la cabeza, piel curtida, manos de campesino, trabajaba en la Prospect Plantation -una antigua plantación de pimientos y limas en las afueras de Ocho Ríos, costa norte de Jamaica, hoy reconvertida al turismo-, y decir “every time, every time” (tradúzcase: “Cuando quieran, cuando quieran”) era algo así como su mantra. Lo decía en un tono y con una laxitud que, claramente, nos hacían recordar cada uno de los éxitos reggae de Bob Marley: la música que en Jamaica suena desde que uno abre los ojos hasta que los cierra.
Donald era el encargado de mostrar a los visitantes que llegaban aquí (un campo de 40 hectáreas que se ha transformado en un ejemplo de conservación: la mayoría de los árboles que se ven hoy fueron plantados por personalidades que van desde Winston Churchill y Charlie Chaplin hasta Kofi Annan y Drew Barrymore, como lo acredita un cartel puesto en cada tronco) cuáles eran algunos de los frutos típicos de Jamaica y el Caribe.
Donald tenía sobre una mesa, en pleno campo, productos como el ackee (la fruta nacional, una especie de pequeña manzana roja y amarilla, con un gran cuesco, que debe cocinarse antes de comerse porque, de no hacerlo, resulta tóxica), nuez moscada, varios tipos de plátanos, mangos, papayas y, por cierto, cocos.
Hasta la mesa de Donald llegamos arriba de un Segway, esos modernos vehículos eléctricos de dos ruedas, que manejamos durante una hora a través de la plantación y que, en definitiva, nos terminó mostrando una isla más salvaje y natural. La que no todos ven. Menos los que deciden quedarse sólo dentro de un todo incluido. El recorrido por la Prospect Plantation también incluyó una clase de cocina en el patio de una casona histórica, sobre una colina, con vista inigualable al inmenso mar Caribe. Allí, una cocinera local y su ayudante -que hablaban patuá entre ellas, el incomprensible dialecto local- nos hicieron ponernos un delantal y, con la misma cadencia del reggae, nos explicaron cómo se adobaba un “jerk chicken”, la gran especialidad de Jamaica, un picante pollo con especias que se asa en la parrilla. Entonces, nos indicaron cómo se amasaba y freía un “festival” -una especie de torta frita con forma cilíndrica-, y qué era el “calaloo”, parecido a la espinaca y a la que se le pela el tallo, luego se corta en pedazos y se cuece junto con cebollas, tomates, ajo y aceite de oliva. Puros sabores locales y preparados con nuestras propias manos. Como para sentirse un poco jamaiquino.
Dónde:5 kilómetros al este de Ocho Ríos.www.prospectoutbackadventures.com

EN TRINEO, CERRO ABAJO
Jamaica se llama así por la palabra arahuaca y taína “xaymaca”, que significa tierra de madera y agua. Un nombre comprensible: si hay algo que caracteriza a la isla -incluso más allá de sus playas- son sus verdísimas montañas (hay seis cordilleras; las Blue Mountains son las principales) y ríos (120 en total, aunque muchos de ellos son subterráneos).
La zona de Ocho Ríos, en el norte de la isla (que se llama así no porque tenga ocho ríos sino por una deformación del nombre Las Chorreras, que se refiere a las famosas cascadas del río Dunn, que sí están aquí), es particularmente verde y lluviosa. Ahí está otro buen lugar para salir de los resorts: la llamada Mystic Mountain.
A primera vista, Mystic Mountain luce como un parque de diversiones. Y, de hecho, lo es. Tras cruzar una pasarela de madera metida entre la vegetación, se llega hasta un teleférico de cuatro asientos que en 15 minutos deja en la cima.
Al llegar a la parte alta, un grupo de jamaiquinos toca tambores y hace bailes tribales. O sea, aunque sea para turistas, algo de genuina atmósfera local hay. Aquí se encuentra un pequeño museo con paneles explicativos donde se cuenta la historia del país, por qué se llama así, y que dice cosas como que Colón llegó en 1494; que los españoles esclavizaron a los aborígenes arahuacos y que luego trajeron africanos; que en 1655 fue invadida por los ingleses; que el comercio y la explotación de esclavos fueron álgidos durante el siglo XVIII, cuando la caña de azúcar era el sustento de la isla, sistema que colapsó con la abolición de la esclavitud, en 1838; que Jamaica se independizó del Reino Unido en 1962, y que Jamaica es tierra de grandes deportistas.
Cierto. Están los atletas Usain Bolt, Asafa Powell y Shelly-Ann Fraser-Pryce, pero también hay otros deportistas menos conocidos, como los miembros del equipo local de bobsled (o deslizamiento rápido en trineo por la nieve), que se hizo famoso aquí desde los Juegos de Invierno de Calgary en 1988, cuando los jamaiquinos terminaron en el lugar 29 (puesto que años más tarde superarían, hasta ganar la medalla de oro en 2000), y cuya historia inspiró la película Cool Runnings.
En su momento, a nadie le cabía en la cabeza: ¿cómo era posible que unos jamaiquinos fueran tan buenos para el bobsled, siendo que en la isla -no está de más recordar- no hay nieve, sino todo lo contrario: mucho, pero mucho calor?
Cuento corto: la disciplina tiene sus antecedentes en las carretas que tiraban los vendedores ambulantes de fruta, y en la adaptación que hacían los niños de estos vehículos para lanzarse por las laderas de los cerros. Y con esa tradición en mente, en la Mystic Mountain hicieron una sorprendente instalación en el cerro para que uno, simple mortal, pueda sentirse como estos dioses jamaiquinos del trineo. Así es que subimos a un bobsled y nos tiramos cerro abajo a toda velocidad por un riel como sacado de una película de Indiana Jones.
Dónde: al lado de la zona hotelera de Ocho Ríos. www.rainforestadventure.com

RAFTING A RITMO DE REGGAE
Podría decirse que el río Martha Brae, en el distrito de Trelawny, en las afueras de Montego Bay, se navega a ritmo de reggae. Aquí le llaman “rafting”, pero no espere rápidos ni adrenalina, sino más bien una experiencia romántica tipo canales de Venecia. Claro que sin monumentos o iglesias, sino pura vegetación selvática y muchos árboles de bambú. De hecho, las balsas en las que se viaja -capitaneadas por artesanos locales, con sus infaltables dreadlocks en el pelo- están hechas con estos troncos, siguiendo la tradición centenaria de la zona: durante la época en que Jamaica era una gran plantación de caña de azúcar, el río Martha Brae era la arteria que conectaba todos estos campos con el puerto de Falmouth. Y la mercadería que luego se iba a Europa, por cierto, circulaba en estos barquitos. “Nosotros hacemos nuestras propias balsas de bambú. Duran alrededor de 6 a 8 meses”, explicó Delroy Williams, el atento capitán de nuestra balsa, un ex carpintero y pescador de 50 años que murmuraba un inglés casi incomprensible, lo que sumado al calor nos causó un sueño terrible que sólo terminaba con las picadas de los mosquitos.
Aunque Delroy no nos contó, supimos que cerca del río Martha Brae y su villa de rafting está Sherwood Content, el pueblo donde nació Usain Bolt. El distrito de Trelawny, de hecho, es cuna de corredores: de allí no solo es Bolt sino también Ben Johnson (quien luego se nacionalizaría canadiense). Dos nombres que son el contraste perfecto para la lentitud con que navegamos las verdes aguas del Martha Brae.
Dónde:9,6 kilómetros al sur de Falmouth. www.jamaicarafting.com

COCINA E HISTORIA
Ya casi llegando a Montego Bay, en plena carretera costera, apareció Scotchie’s, uno de los restaurantes más tradicionales de Jamaica, especializados en jerk chicken. Aunque tiene locales en Ocho Ríos y Kingston, el de Montego Bay es el original.
Scotchie’s es una picada local, está construida con madera y paja, y en eso radica gran parte de su gracia. Al ingresar vimos una humeante parrilla con trozos de pollo asándose, y a un tipo a cargo que transpiraba más que Usain Bolt en los 100 metros planos. Hubo que esperar unos 20 minutos para que la comida estuviese lista, excusa perfecta para pedir un par de cervezas frías Red Stripe -la más famosa marca local- e inyectárselas directo en la vena. Hacía un calor del demonio, pero estábamos en Scotchie’s, a metros del mar -cruzando la carretera estaba el agua- y la sensación era grata: esta picada tenía un auténtico encanto local. La comida llegó en su punto: los trozos de pollo y cerdo envueltos en papel alusa, más yuca cocida, arroz blanco, porotos negros, una porción de festivals y otra de breadfruit, una fruta local de textura esponjosa.
Tras el almuerzo estaba para quedarse a dormir la siesta, pero había que seguir a un lugar histórico, muy cerca de allí: la Rose Hall Great House, una mansión construida en 1770. La casona es famosa por una leyenda: fue el hogar de Annie Palmer, conocida como “la Bruja Blanca de Rose Hall”, una poderosa hechicera que nació en Inglaterra, luego fue adoptada por una criada haitiana que le enseñó vudú y que, más tarde, llegó a ser la mujer más rica de la zona. En su ascenso, asesinó sádicamente a dos de sus tres esposos y fue el terror de los esclavos que trabajaban en la plantación. El mito dice que su fantasma aún ronda la casa.
Dónde: Scotchie’s, en Falmouth Rd.; Rose Hall Great House, a 12 kilómetros de Montego Bay.
www.rosehall.com

CLAVADISTAS VOLADORES
Y finalmente llegamos a Negril, antiguo refugio hippie donde, para muchos, está la playa más bonita de Jamaica: Long Bay Beach.
Llegamos justo a la hora de almuerzo y nos sentamos en el Margaritaville, un clásico restaurante-cadena de comida gringa y tex-mex que está en otras ciudades de la isla, pero que aquí tiene su gracia: fue el primero que el músico Jimmy Buffet, su dueño, abrió en Jamaica, y uno puede comer con los pies en la arena, la quintaesencia de todo gran bar playero. En Long Bay Beach, turistas y locales compartían relajadamente. Bastaba caminar unos minutos por la playa para comenzar a recibir todo tipo de ofertas, desde una cabalgata por el mar hasta la famosa ganja local (es ilegal fumar marihuana en Jamaica. A los rastafari se les permite: es parte de su religión).
Los atardeceres son famosos en Negril y, para observarlos, el lugar más famoso de todos es el Rick’s Café. Abierto en 1974, está construido sobre unos acantilados que baña un mar de profundo color azul, donde todos los días se tiran clavadistas y turistas (estos últimos caen como sea).
Allá fuimos. Eran cerca de las seis de la tarde y el lugar estaba repleto. Sonaba reggae de fondo, obvio, y en la plataforma de salto, una voluptuosa chica en bikini acaparaba las miradas entre los musculosos clavadistas que controlaban el acceso. Al otro lado del acantilado, unos tipos fumaban marihuana, por el olor inconfundible. Y desde una tarima aún más alta, otro clavadista se preparaba para saltar, siempre y cuando se juntaran 20 dólares de propina, que había que depositarle a un tipo en una cesta. La caída fue espectacular, y al poco rato, tras los aplausos del respetable, una banda comenzó a tocar “One love”, de Bob Marley. Era tiempo de volver.

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