01 Oct Lucy: rocambolesca, disparatada y profunda
Por Javier Porta Fouz
Productor de más de 100 películas, guionista de unas 50 (algunos de estos créditos son por películas basadas en personajes que él creó), director de 16 largometrajes, Luc Besson es una figura de primer orden en el cine mundial. ¿Eso lo convierte en un director de los mejores? No. ¿Hace un cine con sello personal? Sí, y no sólo por ser director y único guionista de muchas de sus películas (también de esta flamante Lucy) y por trabajar habitualmente con los mismos colaboradores en la fotografía, la música y la edición.
Besson está interesado en la potencia: la potencia, entendida como vigor y como posibilidad. La fuerza, el profesionalismo y la mujer fuerte son otros núcleos recurrentes de sus películas. ¿Esto lo convierte en un autor cinematográfico? No, sus películas no son intransferibles en su forma. Besson filma pero no firma, o al menos no completamente.
Con Lucy, Besson vuelve a un cine de alto impacto, uno que no había explorado como director en el siglo XXI. Lucy es una mezcla, potenciada, de su Nikita y de su Juana de Arco. Lucy tiene fuerza y tiene la capacidad de ver (mucho) más allá. Lucy es ciencia ficción además de acción: explora las posibilidades de desarrollo cerebral por los efectos de una droga sintética, en dosis masivas, en el cuerpo de una mujer.
La mujer es Scarlett Johansson, la estrella de Hollywood puesta en el centro de esta película mayormente actuada por europeos y asiáticos. También está Morgan Freeman, que hace otra vez de científico confiable. Y como villano está Min-sik Choi, el actor surcoreano de Oldboy y tantas otras.
Besson hace un cine global desde las procedencias de sus actores, desde la geografía (Taipei, París), y expande su relato hacia los orígenes de la evolución humana desde ahí empieza y hasta se anima con los dinosaurios. Porque Lucy, desde el principio, cuenta su historia principal, en la que Scarlett Johansson es la chica común metida en circunstancias extraordinarias. Y también cuenta-comenta-explica (mucho) con inserts de la naturaleza y otras intromisiones gráficas, y se desata al proponer derivas visuales de amplitud cósmica y de conexión de todo con todo. Si hasta es comparable por algunas imágenes y por la pretensión de decir algo acerca de lo más profundo, de aquello que nos hace humanos con El árbol de la vida de Terrence Malick. Pero allí donde Malick se perdía en solemnidades, símbolos gastados y un alarmante encierro solipsista, Besson imprime movimiento, violencia, apetito por la diversión y -como su protagonista por absorber el mundo y devolverlo en una película rocambolesca y disparatada.
Un film contundente que, mientras pone en escena de forma visualmente fea la preocupación por el conocimiento absoluto, nos muestra un enfrentamiento a los tiros entre franceses y surcoreanos (quizás una metáfora bestial acerca de dos cines fuertes en su mercado interno). Besson no tiene problemas con mezclar, y de esas combinaciones un tanto irresponsables puede salir una película altamente estimulante como Lucy, en la que asistimos al proceso por el cual Scarlett Johansson pasa del miedo a la acción y de ahí, a meter miedo. Y todo en menos de noventa minutos. Lo breve, si contundente, dos veces impactante.
LA NACION