28 Sep Siete días a bordo del crucero más grande del mundo
Por Soledad Vallejos
Es tan descomunal que parece ficticio, como salido de una fábula. Y al ensayar algunas equivalencias para darme una idea de su tamaño, la cuestión se vuelve casi absurda. Un barco de 362 metros de eslora -tan largo como casi cuatro canchas de fútbol-, y una altura de 65 metros desde la línea del agua -algo así como los 20 pisos del edificio en el que vivo- ha sido construido para batir récords. No hay duda. Y algunos días antes de embarcarme en el Allure of the Seas, de la naviera Royal Caribbean, me divierto con las comparaciones y las comparto con mi hija de 7 años. Ella no me cree. “Mamá, eso es imposible”, sentencia. También a mí me cuesta imaginarlo.
Jamás vacacioné en un crucero. Si es cuestión de preferencias, me inclino por otro tipo de viajes que no impliquen cenas de gala, casino, shows y animadores. Aunque las experiencias pueden contradecirnos, y por ser la primera de este tipo, la idea de dormir siete noches en el buque más grande del mundo y navegar por el Caribe no resultaba nada mal. La ruta propuesta es la siguiente: embarque en Fort Lauderdale, Florida, y tres escalas durante el recorrido, en Haití, Jamaica y México. Finalmente en el puerto, somos algo más de 5000 pasajeros, de 83 nacionalidades, los que embarcamos ese día (aunque la capacidad total del buque es de 6318 huéspedes). También hay otros 2150 tripulantes que están trabajando a bordo del transatlántico. El número apabulla. Pero la organización es tan rigurosa que el check in demoró mucho menos que en cualquier vuelo del Aeropuerto de Ezeiza. Sin retrasos ni imprevistos.
Finalmente a bordo. Quiero detenerme a observar, pero la marea humana continúa llegando detrás de mí. Mejor seguir avanzando. ¿Estoy en un barco? Tal es el cuadro: me veo parada en el Royal Promenade, en el nivel 5, una especie de avenida central rodeada de tiendas, restaurantes y bares. También hay un Mercedes Benz antiguo y el Rising Tide del que había escuchado hablar y que luego veré en acción: un bar-plataforma que desciende cada noche del 8° al 5° piso. Pero esto es sólo la carta de presentación del buque, ya que las atracciones del barco están repartidas en sus 17 niveles. Y si por fuera sus dimensiones impactan, por dentro desconciertan. El primer día, la oferta de entretenimiento puede resultar abrumadora. Sin embargo, no hace falta más que una noche para adoptar el compás de la vida a bordo.
Ocio, deportes, excelentes propuestas gastronómicas y producciones teatrales de primer nivel. También campeonatos de surf en cubierta en una pileta con olas artificiales, patinaje sobre hielo, golf, cancha de básquet, de voley, paredes de escalada, tirolesa, cine, gimnasio, spa, clases de baile, biblioteca, un carrusel, noches de casino, encuentros para solteros y seminarios tan diversos como descubrir los secretos para tener un estómago plano, preparar el mejor Martini o… ¡aprender las estrategias para anudar la corbata! Leer el Cruise compass (una edición que se recibe en el camarote con todas las actividades y shows de la jornada) resulta tan útil como desopilante.
Pero si se trata de sorprender al huésped hay más. Cuando el sol y las palmeras del piso 15 agobian, se puede visitar el primer parque natural a bordo: el Central Park en el deck 8, que descubro recién en el tercer día de viaje. Allí hay más de 12.000 plantas y 56 árboles que cuidan diariamente un equipo de jardineros. Me acerco a una flor y toco sus pétalos. Fantaseo con The Truman Show, pero todo es real, y apuesto que las personas que caminan a mi alrededor tampoco son extras. En el parque también hay cafés, más restaurantes, bancos para sentarse a leer y la galería del artista Romero Britto. De repente se escuchan (luego descubro que se reproducen por altoparlantes) distintos cantos de pájaros. Y si cruzo de noche, allí están los grillos.
Confieso que me costó aprender dónde estaba cada espacio. Es un ejercicio que hasta puede demorar unos días para los desorientados como yo. Dentro de este gran condominio flotante hay un total de 2706 camarotes. Según el piso, el tamaño y la vista varían los precios por persona, aunque el costo promedio del crucero durante los siete días ronda los 10.000 pesos, más propinas. Todo está incluido, excepto el alcohol y algunos restaurantes que tienen un costo adicional.
Soy afortunada, mi camarote balconea al océano, y cuando el cansancio físico o la necesidad de encontrar silencio me reclaman voy directo a mi refugio: deck 11, cabina 142. Reposera en el balcón, refresco en una mano y un libro en la otra. Enfrente no tengo otros vecinos más que el mar y la brisa marina. Casi una obviedad, pero allí está la composición más bucólica del Allure of the Seas.
Aunque acaso el rasgo más sobresaliente de cualquier crucero se reduce a la gastronomía. Comenzando por el desayuno, luego el almuerzo, los bocadillos de la tarde y la cena a la carta. El personal de cocina no tiene una tarea sencilla. Debe darle de comer a toda una ciudad con paladares tan diversos como el de un argentino, un japonés o un viajero del Mediterráneo. Nos cuentan que todos los alimentos y las bebidas suben a bordo el primer día del viaje, en el puerto de Fort Laudardale. Me intriga saber cuántos kilos de carne se consumen en una semana. Respuesta: unos 7100 kilos. ¿De pollo? Otro tanto. ¿Huevos? 86.400 unidades. ¿Fruta fresca? Algo más de 20.000 kilos. Y se venden en promedio unas 10.200 botellas de cerveza. Al igual que su tamaño, todos los números del crucero son excesivos. Claro que con mi colega y compañera de viaje no queríamos darle lugar al exceso en la balanza. Había entre ambas un pacto que cumplir: bajar del barco con la misma cantidad de kilos. Y aunque la variada y deliciosa oferta gastronómica atenta contra la figura, las posibilidades de hacer ejercicio físico para contrarrestar el magnetismo gourmet están a la mano. Una rutina diaria de 50 minutos fue parte del viaje. Y no éramos pocos los del escuadrón que alternábamos entre la pista de atletismo en la cubierta 5 y el gimnasio, también con vista al mar.
Entre otros datos curiosos, el buque demandó una inversión de unos 2 millones de dólares, se necesitaron unos 5.310.822 metros de cables de electricidad y casi 600.000 litros de pintura. Aunque el mantenimiento es constante y es muy común toparse con algún tripulante en pleno trabajo de reparación o mejora.
A diferencia de otros cruceros, en el Allure of the Seas no sólo hay lugar para viajeros en sus años dorados. Parejas jóvenes y familias con chicos en edad escolar son cruceristas frecuentes. No es mi caso esta vez, yo estoy sola. Toda mi familia quedó en tierra, pero cada vez que paso por la sección de piletas destinada a los niños imagino a mis hijos disfrutando del lugar. Claro, ironías del destino, descubrí el Adventure Ocean el penúltimo día de la semana… Todo un mundo destinado a los más chicos con talleres de arte, laboratorio para experimentos científicos, cine, teatro, peloteros y decenas de actividades recreativas se escondían en el sector de proa del deck 14. Tal vez por eso es que no había visto a tantos niños dando vueltas en la cubierta. Es una huésped venezolana con la que compartimos las playas de Cozumel la que revela el secreto. “Los niños pueden quedarse allí todo el tiempo. Y si tienes un pequeño de menos de 3 años, te dan un handy para ubicarte rápidamente.” Es su primera experiencia en un crucero, y me asegura que no sería la última.
Temía que el vaivén en medio del océano me jugara una mala pasada. Pero a bordo de semejante monstruo es casi imperceptible.
Llega una vez más Angelo a la mesa, nuestro simpático mozo filipino. How was your trip?, pregunta a modo de despedida. Volver a tierra firme ya se siente casi como un cachetazo. Pero quedarán los buenos sabores de alta mar.
LA NACION