17 Sep Alfonsín: mitos y verdades del padre de la democracia
Por José María Tartabul
Hay figuras políticas que crecen con el tiempo de manera exponencial, por obra y gracia de la comparación y la retrospectiva. La figura de Raúl Ricardo Alfonsín es, sin dudas, una de ellas. El contraste con la infamia de sus predecesores y la infelicidad de sus sucesores lo cristaliza, a treinta años de una democracia que abre con su victoria sobre el peronismo en las urnas, como adalid de un republicanismo liberal y democrático centrado sobre valores éticos y humanistas inclaudicables.
El valor consensuado de ese semblante dispone su actualidad. Pero también lo convierte en objeto de deseo y lo devuelve una y otra vez al tironeo interesado del debate político y mediático del presente. En esa inestable arena, desde perspectivas ideológicamente diversas –y aun adversas–, no se vacila en ensayar apropiaciones estratégicas de su figura, de su discurso y su herencia mediante recortes oportunos y oportunistas.
Alfonsín. Mitos y verdades del padre de la democracia, el libro de Oscar Muiño busca, al contrario, neutralizar los efectos de la simplificación y presentar una figura compleja, activa y a veces inevitablemente contradictoria. En función de ello, el autor, que supo trabajar en revistas como Siete Días, Panorama, Humor, Confirmado y en el diario Tiempo Argentino, despliega una extensa y minuciosa investigación periodística apoyada sobre un importante acervo documental, complementado con diálogos y testimonios de amigos, familiares, funcionarios, conocidos y adversarios de ese personaje que llegó a ganarse el mote de “El padre de la democracia”.
De prosa escarpada (por la polifonía de voces en que se articula) pero gentil y generoso en su elaboración estilística, el relato de Muiño reconstruye el itinerario vital y político del líder radical mostrando aspectos casi desconocidos de su difícil y fascinante personalidad. De ese modo, consigue dar cuenta de la complejidad y la dimensión real de una figura política que supo mostrar autoridad sin ser autoritario, que pudo cambiar –y aun negociar– sin resignar sus valores éticos y que trabajó con eficacia pero también con humildad como puntero y como estadista, es decir, en los límites mismos de la política.
CLARIN