07 Sep Las hijas de la lágrima: películas para deshidratarse
Por Natalia Trzenko
Los ojos rojos e inflamados, la nariz tapada y la boca que no da abasto para dejar ingresar el aire que por la nariz no pasa. Un nudo en la garganta que no se desata y, a tu alrededor, una muralla de pañuelos de papel usados hasta decir basta. Podría ser la imagen de un complicado cuadro de resfrío de esos que tumban hasta al más fuerte. Pero no: se trata de un derrumbe que trae consecuencias físicas comparables, pero de origen emocional, producido por las llamadas películas para llorar. Dramáticos melodramas que no garantizan final feliz. De hecho, prometen todo lo contrario, pero aseguran que hasta el espectador de corazón más duro llore con una congoja indisimulable. Y ése, aunque parezca ir contra toda lógica, es parte de su atractivo.
Será que hay algo de terapéutico en llorar sin límites frente a una historia que usualmente es más trágica y retorcida que la propia. Será que los dramas románticos -porque usualmente de ellos se trata- consiguen conmover al espectador con la repetición de una vieja fórmula: el amor profundo combinado con una enfermedad o accidente potencialmente fatal.
Una ecuación que sumó un nuevo exponente: Bajo la misma estrella. El film, que Fox presentó a fines de junio, está basado en la exitosa novela de John Green dedicada al público adolescente. Allí se cuenta la tierna historia de Hazel (Shailene Woodley) y Gus (Ansel Elgort), jóvenes enamorados que, a diferencia de esos otros trágicos amantes Romeo y Julieta, no son separados por familias rivales sino por el cáncer que ambos sufren. Un cuchillazo al corazón que es también el elemento clave, necesario, para sumar esta película a la larga lista de aquellas que, de ser vistas en continuado, dejarían al espectador deshidratado. Un ejercicio de disfrute masoquista y catártico que tiene inolvidables hitos.
A continuación, una selección de diez de las películas más lacrimógenas, puntuadas según su capacidad de hacernos llorar hasta decir “basta”, pero también de hacernos decir “veámosla de nuevo”, con un hilito de voz.
CASTILLOS DE HIELO
Una chica de pueblo, aspirante a patinadora olímpica, triunfa, se olvida de los suyos y cuando un accidente la deja ciega, se propone vencer todos los obstáculos y regresar al deporte que ama con la ayuda de aquellos a los que alguna vez abandonó, especialmente de ese noviecito que la quiere incondicionalmente. Más allá de los limitados valores estéticos del film, la combinación de drama deportivo y romántico, además de la pegadiza y pegajosa canción himno “Looking Trough the Eyes of Love”, aseguran al menos un par de lágrimas.
LOVE STORY
Basado en una exitosa novela, a su estreno en 1970 provocó un debate entre los críticos -y espectadores- divididos entre quienes rechazaban su clara vocación de desarmar en lágrimas al público y los que efectivamente se desarmaban por la historia de amor y tragedia entre los jóvenes y bellísimos personajes de Ryan O’Neal y Ally MacGraw, enamorados unidos por el destino y separados por el cáncer. Entre sus defensores estuvo el legendario crítico Roger Ebert, que en aquel momento escribió: “¿Pierde su valor esta película, como piensan en Newsweek, simplemente porque fue ensamblada mecánicamente para contarnos este trágico y hermoso relato? No lo creo. No hay nada condenable en sentir la alegría de un musical, en aterrorizarse frente a un thriller o emocionarse con un western. ¿Por qué no deberíamos ponernos un poco sensibles con una historia sobre jóvenes amantes separados por la muerte?”
ALGO PARA RECORDAR
Para muchos alcanzará con decir que los protagonistas de este romance clásico son Cary Grant y Deborah Kerr. Para otros, habrá que detallar que se trata de una historia tan inolvidable y emocionante que hasta inspiró una de las últimas grandes comedias románticas de los años 90, Sintonía de amor. Una de sus escenas clave transcurre en el mirador del Empire State, aquel donde el redimido playboy de Grant espera al amor de su vida, Kerr, a la que conoció casi demasiado tarde. Y, si todavía pueden resistirse al film dirigido por Leo McCarey, conviene recordar que tiene una de las escenas finales más conmovedoras y esperanzadoras de todo el subgénero.
ETERNAMENTE AMIGAS
No siempre se trata de un romance. A veces, la historia de amor que emociona hasta las lágrimas puede ser la de dos amigas de la infancia, muy distintas, pero unidas por una relación a prueba del tiempo, la distancia y sí, la inevitable enfermedad mortal. El veterano director Garry Marshall (Mujer bonita) supo sacar lo mejor de sus protagonistas, Barbara Hershey y Bette Midler, quien entre otros temas incluidos en el film interpretó el melodrama hecho canción “Wind Beneath My Wings”.
LOS PUENTES DE MADISON
¿Puede una película para llorar ser además un gran film? La respuesta es un enfático sí cuando se trata de esta adaptación de y con Clint Eastwood. A partir de una discreta novela de Robert James Waller, el director consigue contar el nacimiento e imposible supervivencia de un amor maduro, que el propio Eastwood interpreta junto a una Meryl Streep en la cúspide de su oficio y sensualidad. Puede que no haya escena más desgarradoramente romántica que ésa del cruce de caminos bajo la lluvia. Nunca un plano de una mano a punto de abrir la puerta de un coche estuvo tan lleno de sensibilidad y sentimientos.
DIARIO DE UNA PASIÓN
Tal vez sea el descubrir a un actor, Ryan Gosling, con pasta de torturado héroe romántico. Tal vez sea la gran pareja -que terminó por traspasar la pantalla-, que hacía con Rachel McAdams. O quizás sean -seguro que son-, esos pasajes en los que los maravillosos James Garner y Gena Rowlands consiguen transmitir que a veces, aunque usted no lo crea, el amor puede ser eterno.
FLORES DE ACERO
Todo empieza con un casamiento, pero el nuevo matrimonio no será la pareja protagónica de la gran historia de amor en el centro del relato. Allí estarán la mamá que interpreta Sally Fields y la hija jugada por una Julia Roberts que ya insinuaba el carisma que explotaría apenas un año después, con Mujer bonita. Con un grupo de amigas integrado por Shirley MacLaine, Dolly Parton, Olympia Dukakis y Daryl Hannah, el relato funciona como un tren siempre a punto de descarrilar -o más bien descarrilarnos- hasta que finalmente lo hace en una secuencia en la que el duelo de una madre consigue romper todas las esclusas de contención. Y llega la inundación. Saquen los pañuelos.
EL CAMPO DE LOS SUEÑOS
Otra vez un hijo y un padre. Otra vez el deporte como catalizador de un encuentro imposible y de una emoción que nos agarra desprevenidos. Porque pensábamos que estábamos mirando a Kevin Costner ser como sólo él puede serlo, el gran intérprete del hombre extraordinariamente común, pero resulta que estábamos viendo en realidad una película sobre la infancia, el paso del tiempo y las cuentas pendientes saldadas en un campo de béisbol construido dónde solía y debía haber uno repleto de trigo.
LA FUERZA DEL CARIÑO
Para cerrar la trilogía no oficial de películas lacrimógenas entre padres e hijos aparece este drama de James L. Brooks, tal vez uno de los mejores exponentes del género comedia dramática y ciertamente la película con más premios Oscar de esta lista. Consiguió cinco y tres de ellos se los llevó Brooks (mejor película, director y guión adaptado). Nunca antes había dirigido y para su ópera prima no tuvo mejor idea que juntar a Debra Winger y a Shirley MacLaine, dos de las más talentosas y conflictivas actrices de Hollywood, a las que se sumó un Jack Nicholson inspirado. Más allá de los premios -MacLaine y Nicholson también se ganaron sus estatuillas doradas-, el triunfo de Brooks fue llenar de acidez y humor una historia que, en manos de otras protagonistas y otro realizador, habría rebozado de dulzura hasta empalagarnos. Ésta, en cambio, tiene la justa medida de ambos para permanecer en la memoria y activar los lagrimales siempre que aparece en pantalla.
NUESTROS AÑOS FELICES
El póster original de 1973 lo resumía todo en una línea marketinera: “¡Streisand y Redford, juntos!” Faltaba agregar que el personaje que interpretaba la actriz, cantante, directora y productora parecía -y seguramente fue- diseñado a su medida: una mujer con el justo balance de arrogancia, inseguridades, neurosis e integridad que se enamoraba perdidamente del perfecto ejemplo del niño dorado norteamericano. Un dios en su pedestal al que Robert Redford le insufló la vida necesaria para no perder terreno frente al carisma de su compañera de escenas. Una vez más, una canción -que además ganó un Oscar- capaz de estrujar hasta al ojo más reseco completa la fórmula infalible.
LA NACION