03 Sep Con un nuevo enfoque pedagógico, el juego-ciencia gana en las escuelas
Por Gustavo Sarmiento
El ajedrez no es solo un deporte. Puede ser utilizado en neurociencias, en economía, en filosofía, y sobre todo en los colegios. Así piensan especialistas, educadores y profesionales argentinos y extranjeros que se congregaron en la Universidad de Tres de Febrero, donde se realizó el Primer Congreso Nacional de Ajedrez, en el que abordaron el papel de este juego en el desarrollo de la inteligencia, y promovieron estrategias para aplicarlo en el aula. Desde la Secretaría de Extensión Universitaria de la UNTREF, organizadora del evento, anunciaron que en el segundo semestre comenzará la flamante diplomatura en enseñanza del ajedrez, inédita en el país.
“La idea fue debatir los beneficios que trae su práctica. No sólo verlo desde la teoría y la estrategia, sino en un enfoque más amplio y comunitario”, cuenta a Tiempo Argentino la coordinadora del congreso, Carolina Luján, gran maestra internacional de ajedrez, que trabaja en la UNTREF y la representa en sus competencias. “Yo creo que no necesitás ser inteligente para jugar. Eso es un mito. El ajedrez estimula la memoria, la asociación, la concentración. A mí me pasó”, acota.
El ajedrez también tiene su relación con la filosofía. Martín Labollita, maestro internacional de ajedrez y en pocos meses licenciado en Filosofía, disertó sobre los entrecruzamientos entre este juego y la ética, entre las decisiones de cada movimiento de las piezas y la casuística. “Antes estaba la idea de que el ajedrez tenía una lógica matemática, como si la decisión de cada movimiento se tomara por un árbol de variantes que se iba abriendo –destaca Labollita–. Ahora, en cambio, se piensa más que nos salta de la mente una jugada. El inconsciente tiene un rol más importante del que se creía. El Gran Maestro no es el que logra pensar más jugadas, sino el que asocia y elige mejor. Muchas veces, ni siquiera se plantea todas las opciones disponibles en ese movimiento. No es un tema cuantitativo sino cualitativo”.
El especialista da una clave: para ganar hay que saber ocupar el centro, o ir controlándolo en vistas a una futura arremetida, como es el estilo del actual campeón, el noruego Magnus Carlsen (ver recuadro). Labollita, de 33 años, empezó a los 7. De chico, su pieza favorita era el caballo, “por el movimiento extraño que tiene”, pero con el correr de los años pasó a interesarle más el alfil, que con una misma valoración que el caballo “es más fuerte en posiciones abiertas”.
En la toma de decisiones, como en economía o en neurociencias, el ajedrez “puede ser una herramienta para maximizar calidad y tiempo”, explica María Juliana Leone, doctora en Ciencias Básicas y Aplicadas del laboratorio de Neurociencia Integrativa de la UBA. Jugó al ajedrez en torneos internacionales, y luego se distanció del deporte, pero la ciencia los volvió a unir. “El ajedrez puede ser un modelo para entender los procesos en la toma de decisiones complejas en entornos controlados. Para eso estudiamos qué característica define a expertos y principiantes: los primeros tienen una visión integrada, identifican mejor las jugadas, y los segundos se guían más por los movimientos cercanos. También vemos qué cambios experimenta nuestro cuerpo, como es la frecuencia cardíaca”, especifica.
En el ajedrez escolar no se busca un campeón del mundo. Luján cita ejemplos de historia y geografía contándole a los chicos los orígenes de este “juego ciencia” en Egipto y en un valle de la India, donde descubrieron piezas que reproducían el enfrentamiento de ejércitos, y que llegó a Europa en el año 700. Figura en poemas, novelas, incluso en el cine, como en la célebre escena de El Séptimo Sello, de Ingmar Bergman, en la que un caballero medieval pone en juego su destino al desafiar a la Muerte en una partida de ajedrez. “También ayuda a la memoria visual, al calcular las posiciones previendo las jugadas de uno u otro. Aunque las piezas estén quietas, tenés las imágenes memorizadas en la cabeza”, enfatiza Luján.
En la UNTREF, su práctica tiene dos ramas: la deportiva y la educativa, que tendrá su institucionalización con el lanzamiento de la diplomatura en enseñanza del ajedrez. Empezará en el segundo cuatrimestre y durará un año. En 2015, se sumará la posibilidad de hacerlo en forma virtual, en el marco de una creciente acepción del ajedrez en la vida cotidiana a través de juegos por celulares y computadora.
La tecnología ayuda a que más chicos lo aborden en la escuela. En el país, su práctica crece año a año, y los distritos de San Luis y la Ciudad de Buenos Aires están a la vanguardia. En Capital, lo juegan 17.000 alumnos de todos los niveles. Javier Caramia, coordinador pedagógico del programa porteño Ajedrez Escolar, explica que funciona desde 1990, bajo la idea de “promover distintas operaciones del pensamiento, además de un espacio lúdico”. En los torneos no puntúan con 1, ½ y 0, sino con 3, 2 y 1, “para que ningún chico se vaya con cero”. Y trabajan con narraciones que aprovechan la “riqueza de sentidos” del ajedrez y cada una de sus piezas.
En San Luis, el programa de ajedrez en las escuelas lleva nueve años, coordinado por la Universidad de La Punta, con diferentes ejes, desde varias primarias que lo tienen como materia hasta una “escuela de talentos”. Actualmente, en esa provincia lo practican 30.000 chicos, que representan a un 70% de las escuelas.
Luján apunta que, de acuerdo a un informe reciente de la Secretaría de Deportes de Nación, el segundo deporte más practicado por los aficionados del país, detrás del fútbol, es el ajedrez. El por qué le parece obvio: “Abarca a las tres edades, de chicos hasta ancianos, y lo pueden jugar los de cualquier nivel socioeconómico y en cualquier lugar”.
TIEMPO ARGENTINO