26 Aug La doctrina pro-diplomacia se le vuelve en contra a Obama
Por Edward Luce
Desde la antigua Grecia, los médicos juran, ante todo, no hacer daño. Esto constituye también un gran principio para una superpotencia. ¿Por qué intentar por la guerra lo que puede lograrse con diplomacia?
Por desgracia, la versión del presidente Barack Obama del juramento hipocrático-“no hacer cosas estúpidas”-es ridiculizada incluso dentro de su propio partido. Cada avance de los islamistas en Irak, y cada misil disparado por los separatistas rusos en Ucrania, se toma como una crítica a su cautela. Es bastante factible que una ventana se esté cerrando en la breve era de contención de Estados Unidos. Obama tiene dos años para hacer palanca y abrirla de nuevo.
La tragedia es que Obama ya no es capaz de convencer incluso a amigos de la sabiduría de su doctrina. Vale la pena recordar que ganó la nominación en 2008 por oponerse a la “guerra tonta en Irak. (Hillary Clinton, por supuesto, había votado a favor.) Los votantes estadounidenses estaban cansados del militarismo ambicioso. Obama les dio la oportunidad de sentirse mejor consigo mismos.
Ahora, si hay que creer a las encuestas y opiniones de expertos, Obama hace que se sientan peor. Apenas un tercio de los votantes estadounidenses aprueba su manejo de la política exterior. El peligro es que la doctrina de Obama caerá con él. Por eso es que Obama debe asumir parte de la culpa.
Evitar decisiones estúpidas es un gran punto de partida. Pero lo contrario de un error -en este caso, la invasión de Irak en 2003 por parte de George W. Bush- no siempre es una acción correcta. El principio fundamental de Obama fue evitar poner más soldados estadounidenses sobre el terreno. Pero no tiene mucho sentido telegrafiar semejante reticencia a los enemigos de Estados Unidos. Tampoco es lo que debe hacerse siempre. Si Obama hubiera luchado más para mantener las fuerzas estadounidenses residuales en Irak en 2011, por ejemplo, la catástrofe de hoy no se estaría produciendo.
En los últimos meses también habría sido inteligente reforzar la presencia de Estados Unidos en los países bálticos y otros miembros de la OTAN que limitan con Rusia. En cambio, Obama la redujo al mínimo, algo que no podría haber hecho otra cosa que envalentonar a Vladimir Putin, presidente de Rusia. Como dijo Clinton la semana pasada: Cuando uno se atrinchera y tira hacia atrás, nunca va a tomar mejores decisiones que cuando se ponía al frente con actitud agresiva y beligerante.
Lo contrario de una guerra tonta es la diplomacia inteligente, que implica empoderar a funcionarios experimentados. Sin embargo, Obama ha despreciado habitualmente los servicios de diplomáticos experimentados a favor de iniciados junior. El ejemplo más famoso es el fallecido Richard Holbrooke, a quien de mala gana Obama nombró como su asesor especial para Pakistán y Afganistán, pero desde entonces suprimió sin piedad. Hay otros enviados potenciales, como Thomas Pickering y Frank Wisner, ambos diplomáticos aguerridos, a quien Obama apenas utilizó. Sabiendo cuán escaso será su margen de maniobra, otros lo rechazaron. La prioridad de la Casa Blanca es el control de mensajes. La diplomacia a menudo ocupa el segundo lugar en la estrategia de prensa.
Los diplomáticos extranjeros se quejan de lo difícil que es captar la atención del consejo de seguridad nacional de Obama, que vive en modo extinción de incendios. El papel del Consejo de Seguridad Nacional es coordinar estrategias en una administración poco manejable. Nadie podría describir al consejo de seguridad nacional de Obama en esos términos.
Mientras tanto, John Kerry, el secretario de Estado, se pasea por el mundo como si cada día fuera el último. En los últimos 10 días, visitó Afganistán, India, Myanmar, Australia y las Islas Salomón y, al mismo tiempo, se ocupó del manejo de las crisis en Iraq, Ucrania y Gaza. También está llevando las conversaciones con Irán. De camino a casa, dio un discurso en Hawai sobre la política exterior de Estados Unidos en Asia. Ni siquiera Henry Kissinger supo mantener tantas bolas en el aire.
¿Podría Clinton liderar mejor? Ella encarna todas las debilidades de Obama, salvo una. Cuando asumió el cargo, Obama no tenía experiencia alguna en el gobierno. Clinton habría tenido de sobra. Por lo demás, son sorprendentemente parecidos.
Clinton también prefiere a los fieles al régimen por sobre los talentos externos… aferrarse a su círculo íntimo fue lo que hizo caer su campaña de 2008.
También tiene antecedentes en lo que respecta a poner en primer lugar la conveniencia. Es por eso que votó a favor de la guerra de Irak en 2003. También es por eso que ahora suena más entusiasta que Obama sobre Irak y Siria. La sabiduría convencional le dicta que debe correrse a la derecha de Obama en las elecciones generales de 2016. Al igual que Obama, Clinton se opone a las grandes apuestas. Su mandato como Secretaria de Estado fue notable por su prudencia.
También comparte algunos de los puntos fuertes de Obama. Seis años después de que Obama prometiera hacer que los estadounidenses se sientan mejor, estos se sienten cada vez más a la deriva. Clinton tiene las habilidades para ofrecerles un nuevo comienzo. Como le dijo a The Atlantic Monthly, No hagas cosas estúpidas no es un principio organizador de una superpotencia. En cambio, sugirió, Estados Unidos debe recuperar la costumbre de contar su historia al mundo. Eso implica liderazgo, derrotar el fascismo, hacer retroceder el comunismo, y forjar un frente unido contra el ascenso del islamismo en Oriente Medio y más allá.
Es un relato coherente, que le valió a Clinton la ovación de la revista neoconservadora The Weekly Standard. También es un relato preocupante. Este es el ala que animó a Estados Unidos a invadir Irak en 2003, que ayudó a desatar las fuerzas que ahora dicen que exigen una respuesta militar más fuerte por parte de Estados Unidos.
Obama aún tiene que dar rienda suelta a lo que prometió. Eso significaría la contratación de las mejores personas para dedicarse a intereses estratégicos de Estados Unidos y darles todo el apoyo que necesitan.
Es posible que el reloj le corra en contra. Pero todavía tiene margen para demostrar que no hacer daño es sólo el principio de la medicina eficaz.
EL CRONISTA