Innovaciones que producen tensión y ansiedad

Innovaciones que producen tensión y ansiedad

Por Ana María Vara
Los grandes cambios tecnológicos producen tensiones y ansiedades. En especial, las tecnologías intelectuales, las que expanden y modifican nuestro pensamiento y nuestra sensibilidad. Las que nos transforman.
Platón critica la escritura, la primera tecnologización de la palabra, para atenernos a la terminología de Walter Ong. Como le hace decir a Sócrates en el Fedro, la escritura es inhumana porque pone fuera de la mente aquello que sólo puede estar en ella. Un libro, cualquiera sea su formato, es un objeto fijo, inerte, mientras que nuestras ideas y sentimientos, manifestados oralmente, vuelan y se acomodan a nuestros cambios de humor. Agrega Sócrates que la escritura arruina la memoria: ¿por qué recordar aquello que puedo encontrar una y mil veces en un texto? Por eso, también debilita la mente. Y finalmente, un texto no responde. A diferencia de la palabra hablada, que supone un interlocutor que reacciona ante nuestras críticas, un libro repite incesante, estólidamente lo mismo, no importa cuántas veces haya sido refutado.
Platón vivía en una Grecia donde la escritura era un desarrollo reciente; es decir, en un momento de transición entre una era, la de la oralidad primaria, y otra, la del texto manuscrito. Y observaba la nueva tecnología con los ojos recelosos de quien lamenta todo lo que se va con su llegada.
Estamos hablando de cambios que llevan siglos, hasta milenios. En esta escala, la segunda revolución fue la imprenta de tipos móviles de Gutenberg, que hizo de los libros objetos portables y económicos, que podía poseer casi cualquiera. Y en cantidad. Ya no se trataba de bienes suntuarios, casi sagrados, protegidos en abadías o castillos inaccesibles. Ya no eran libros enormes y bellísimos, que el profesor leía en voz alta desde el estrado.
Primero se imprimió la Biblia, después los clásicos y luego se encargaron obras nuevas para alimentar a ese público recién creado de la nada. Por primera vez, comenzamos a leer en silencio, en la sole¬dad de un cuarto, nuestros propios libros entrañables. Y al terminar uno, queríamos otro. Surgieron escritores que respondían a nuestra voracidad con la exuberancia de su imaginación.
Leíamos a media luz aunque afuera estallara el mediodía. Padeciendo o saboreando vidas ajenas. Enamorándonos, luchando por causas nobles o perdidas, sufriendo sed o lanzazos, recorriendo distancias infinitas, encontrando lo exótico… sin abandonar la biblioteca. En la mudez, en la perfecta clau¬sura de nuestros sentidos, en la absoluta quietud de nuestros músculos. Muy extraño. De la ansiedad en esos precisos años de la segunda transición mediática, nació el Quijote. Como en la sentencia de Marshall McLuhan, “El arte es un sistema de alerta temprano en el que podemos confiar para que le diga a la vieja cultura lo que está co¬menzando a ocurrir”, el libro de Cervantes es un divertimento, pero también un modo de procesar lo nuevo.
Y ahora llegó Ella. El film de SpikeJonze en que un hombre se enamora de un sistema operativo no es comedia ni drama ni ciencia ficción y es, a la vez, todo eso. Tiene la belleza visual de una publicidad y la aci¬dez velada de una parodia que se resiste a decir su nombre. Pero es en serio: es la gran pregunta por la interactividad, el pavor an¬te la vida virtual de las pantallas y los audí¬fonos, en un futuro próximo mínimamente imaginado.
La propuesta parece forzada, pero el guión va avanzando de a poco, volviendo admisible lo descabellado. Una escena es clave para aceptar lo que vendrá: Theodore, el protagonista, que acaba de divorciarse de su amor de juventud, se conecta desde la cama con una sala de chat. Usando su audífono, tiene relaciones sexuales virtua¬les con una mujer de gustos singulares. El intercambio es desopilante y desesperado. Es el perfecto desencuentro entre perfectos desconocidos.
Enamorarse de un sistema operativo de voz sensual, ingenio chispeante y disponibilidad full time es apenas el siguiente paso: ¿qué nos impide prescindir de la persona del otro lado de la línea? Samantha, el sistema operativo, es pura empatia y eficiencia. Es la amante, la amiga, la novia, la secretaria, la maestra. Pero Ella no es una película sobre la problemática de género. En todo caso, trabaja con los estereotipos y fanta¬sías de un protagonista masculino para res¬ponder a la pregunta sobre las seducciones de la tecnología.
Que Spike Jonze o alguien de su equipo tenía en mente un planteo mcluhanista queda de manifiesto en el trabajo de Theodore, que escribe al dictado cartas para otros en computadoras que imitan la letra manuscrita: tres vueltas de tuerca ostensibles en torno a la reflexión sobre los medios. También al elegir el sentido del oído, más íntimo y vital, en lugar de la vista, que distancia y cosifica, para la comunicación entre los extraños amantes. Ong hablaría de oralidad secundaria, la que regresa con los medios electrónicos, y McLuhan de implosión: las tecnologías eléctricas que extienden nuestros sentidos ponen todo a nuestro alcance, hasta el amor.
“Damos forma a nuestras herramientas, y luego ellas nos dan forma a nosotros”, decía también Marshall McLuhan. Lo siniestro no es que la tecnología falle: Ella no es una distopía al estilo de Terminator, en que las máquinas se rebelan contra los humanos, ni al estilo de Brazil, en que se muestra cómo la sociedad del control puede atraparnos en un error kafkiano. El verdadero riesgo es que responda exactamente a nuestras necesidades, a nuestros sueños. Que nos capture con su perfección. Es Platón, que critica la escritura por escrito, y Cervantes, que enjuicia la afición por la lectura escribiendo la primera novela. El riesgo es que la tecnología, como Samantha, sea todo lo que queremos que sea.
LA NACION