La triste historia de Saul Bellow y su hijo Greg

La triste historia de Saul Bellow y su hijo Greg

Por Livia Manera
Parece que en el año 2005, poco antes de morir a la edad de 89 años, Saúl Bellow le habría confiado a un amigo la duda que lo atormentaba: Was I a man or a jerk? Si nos permitimos traducirlo literalmente como “¿Fui un hombre o una mierda?”, es porque se trata de una pregunta justificada, al menos según su hijo mayor, Greg Bellow, autor del libro Saúl Bellow ‘s Heart (El corazón de Saúl Bellow), publicado en 2013 en Estados Unidos y Gran Bretaña por la editorial Bloomsbury, y que llega rodeado de un aura de controversia: defenestrado por los campeones defensores del autor de Herzog como un montón de indiscreciones que hubiese si¬do mejor no ventilar fuera de la familia, pero interpretado por la mayor parte de la crítica y los lectores como el retrato ambivalente, confuso, lleno de rabia y de amor no correspondido de un escritor, padre y marido serial, que se sintió autorizado por el éxito para dar rienda suelta a su egoísmo y vanidad.
Greg Bellow es psicoterapeuta, pero sería una ingenuidad pensar que su profesión lo ha vuelto más idóneo para enfrentar los conflictos con su padre y resolverlos con un libro escrito para reconciliarse con su memoria: si su intención fue ésa, Saúl Bellow’s Heart no sólo es testimonio indudable de su fracaso, sino también de otras cosas.
El mayor de los cuatro hijos que Bellow tuvo con cuatro mujeres diferentes retrata de hecho al padre como un hombre de una personalidad escindida: un escritor que en el lapso de doce años transcurridos desde la publicación de su primer éxito, Herzog (1964), y la obtención del premio Nobel, en 1976, “pasó de ser un joven lleno de preguntas a ser un viejo lleno de respuestas”. Mientras que el “joven Saúl” era un idealista, un socialista, un rebelde enamo¬rado de las ideas de Wilhelm Reich, capaz de reírse del mundo y de sí mismo, él “viejo Saúl”, nacido en Estocolmo el día de la ceremonia de entrega del Nobel, era un reaccionario satis¬fecho de que se lo considerara un pensador afín a Ronald Reagan, y al mismo tiempo, un padre frío y un marido egoísta, que había renunciado al calor humano y a la autoironía por “el pesimismo, la rabia, la amargura, la intolerancia y el miedo a la muerte”.
Y eso por no hablar de cómo el “viejo Saúl” vivió como una afrenta personal la oleada de “corrección política” de los años 80, que llegó acompañada de una creciente influencia de las mujeres y los negros en el mundo académico. “¿Habrá algún Tolstoi entre los zulúes?”, solía decir para provocar a los negros. Y a las feministas les lanzaba: “¡Dentro de diez años, lo único que tendrán para mostrar de su movimiento son unos senos calientes!” En la Universidad de Chicago, donde hasta entonces había sido una flor en el ojal del Departamento de Pensamiento Social, el profesor Bellow pasó a convertirse en una figura vergonzosa. Cabe entonces preguntarse: ¿será por eso que, a pesar de la indudable estatura de Bellow como escritor, en los últimos años su fama se ha ido apagando y sus libros son cada vez menos utilizados en las universidades anglosajonas? Ésa parece ser la verosímil hipótesis de Greg Bellow, quien, separado de su padre a la edad de 5 años, recuerda que hasta los 20 años se formó no bajo la sombra de un escritor rico, célebre y adulado, sino de un intelectual sin un centavo, que dependía del trabajo de su mujer y que deseaba darle a su hijo lo que no había recibido de su propio padre, violento y autoritario. “Ya soy un hombre casado, papá.
No podes seguir pegándome es la frase de Sau1 Bellow a su padre Abraham que el nieto Greg recuerda con una pena infinita.
¿Pero quién está dispuesto a sentir pena, en cambio, por el hijo de un gran hombre? No los agentes literarios, consigna Greg, si se tiene en cuenta que cuando Bellow murió, su agente, Andrew Wylie, habría transformado sus exequias en “una oportunidad de marketing”, invitando a hablar en los homenajes a jóvenes escritores de su escudería, como Jeffrey Eugenides, y negándoles ese honor-y ese derecho-a los hijos. Y también a las esposas: después de casarse con la radical Anita Goshkin, madre de Greg; con la infiel Sasha Tschacbasov, madre de Adam; con la bellísima y caprichosa Susan Glassman, madre de Daniel, y con la matemática rumana Alexandra Bagdasar, Bellow se ca¬só con Janis Janis Freedman, su ex secretaria, 40 años más joven que él, quien organizó un “golpe de Estado”, despidió a la agente literaria que acompañaba a Bellow desde siempre y en su puesto colocó a Wylie, contrató a un nuevo abogado, un nuevo asesor financiero y hasta un nuevo cementerio, que no era el de la familia, para sepultar, en 2005, al fragilísimo y viejísimo marido que había consentido en darle una hija a sus 83 años, con ayuda de inseminación artificial. Según consigna su hijo Greg en su libro, gracias al nuevo testamento redactado antes de morir, Janis Freedman es ahora la guardiana exclusiva de la herencia literaria del autor de El regalo de Humboldt, a los hijos del escritor no se les permite el acceso a los archivos de su padre, y el reparto de su riqueza fue revisado, en detrimento de los hijos varones.
En este contexto deprimente y tristemente humano, Saúl Bellow’s Heart no será recordado como un hermoso libro o como un libro necesario para apreciar mejor y relanzar la obra de Bellow, sino como el libro donde pue¬de leerse que cuando murió “el más grande escritor estadounidense de la segunda mitad del siglo XX” -ajuicio de Philip Roth-, el abogado de Bellow, en vez de informarles la luc¬tuosa noticia a los hijos, llamó a la prensa, y la familia debió enterarse a través de los medios. “Como dijo amargamente mi hermano Dan unos días después de la muerte de Saúl -escribe Greg-, hasta la policía demuestra más sensibilidad frente a los hijos de una víctima que la demostrada por el abogado frente a los hijos de Saúl Bellow.”
LA NACION

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