Adaptarse o morir: el reto de las especies animales en la gran ciudad

Adaptarse o morir: el reto de las especies animales en la gran ciudad

Por Laura Rocha
El avance de las ciudades no se detiene y esa tendencia ya es global. Según las proyecciones de los expertos, en 2030 el 70 por ciento de la población mundial vivirá en conglomerados urbanos. Ante este avance, ¿qué sucede con la biodiversidad? ¿Las especies animales sobreviven? La experiencia señala que algunos grupos se adaptan y otros no. En la ciudad de Buenos Aires y el área metropolitana, ese fenómeno, llamado “urbanización de especies”, ha crecido considerablemente en los últimos 50 años.
La garcita bueyera, el estornino pinto, el geko (una lagartija de hábitos nocturnos), el murciélago moloso, los alacranes, los loros, los mejillones de Taiwán, las ratas y hasta la paloma y la torcaza han conseguido sobrevivir a lugares urbanos que no constituyen su hábitat natural. Y esta habilidad les ha permitido reproducir la especie.
“A lo largo de los últimos 50 años, la expansión de la frontera urbana ha representado un experimento ecológico no planificado a una escala preocupante. Como ignoramos de qué modo los procesos naturales se relacionan con la urbanización, surgen consecuencias inesperadas. El descalabro en el elenco de especies que habitan en la ciudad es sólo un ejemplo, pero podríamos recordar otros fenómenos, como el balance hídrico, de ingreso, retención y egreso de aguas, con violentas y rápidas inundaciones de por medio como la de estos días”, indicó el biólogo y museólogo Claudio Bertonatti, director general del Zoo porteño.

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Hay especies que encuentran mejores condiciones de adaptación en los hogares, como el geko o el murciélago overo. Otras, como las torcazas o los loros, eligen los espacios más abiertos. “Los taparrollos de las persianas recrean las grietas, cavernas, grutas o los huecos que le oferta la naturaleza al murciélago. Hallaron en estos espacios un lugar seguro, con buena temperatura y sin predadores”, apuntó Bertonatti.
Pablo Perepelizin, becario del Conicet, del Laboratorio de Ecología Urbana del Museo de Ciencias Naturales porteño, agregó: “Las especies de aves son un grupo muy cambiante, con gran capacidad de adaptación. Eso se advierte en algunas, como la paloma y el gorrión, que hasta llegan a alimentarse de basura o desperdicios”.
Según Perepelizin, “la mayor cantidad y diversidad de aves está ligada a un remanente de paisaje natural. El primer lugar de importancia es la Reserva de la Costanera Sur, donde se han observado unas 300 especies. Es decir, allí hay un tercio de las 1000 especies que hay en el país. Otra zona importante es la zona de humedales, en caso de que haya vegetación natural. En el Parque Roca, en el lago Lugano, hay registradas 109 especies, entre ellas algunos chorlos que migran desde el Ártico”.
Entre las aves “urbanizadas” están aquellas que se animan a todo, como la paloma doméstica y la torcaza. Esta última ha sido un gran dolor de cabeza para los vecinos de la zona norte de la ciudad. “Han encontrado en los pulmones de manzana un espacio similar a su hábitat y allí anidan y se reproducen. Se trata de unos 20 pulmones distribuidos en el corredor entre las avenidas Córdoba, Libertador, Alem y Pueyrredón”, dijo Enrique Bucher, investigador superior del Conicet que estudia el comportamiento de las palomas desde hace más de 30 años.
También los alacranes se han adaptado. Precisamente, la semana pasada un ejemplar picó a un chico de 15 años en el barrio de Balvanera. Y también se han encontrado varios peligrosos ejemplares en casas del barrio Villa Las Rosas, en el límite entre Quilmes y Bernal, por lo que los vecinos reclamaron a la municipalidad la limpieza de las cloacas, ya que presumen que desde los caños ingresan a las viviendas.
Javier Corcuera, biólogo presidente de la Agencia de Protección Ambiental porteña, indicó: “Las especies invasoras en ciudades suelen ser exóticas, ya que aparecieron como mascotas y luego fueron liberadas por accidente. Éste es el caso, por ejemplo, de las ardillas de panza roja en el delta del Tigre, o de los castores en Tierra del Fuego. En todos los casos, el gobierno de la ciudad monitorea las situaciones cuando la invasión se asocia con una interacción con la gente. La invasión de cotorritas, por ejemplo, no requiere hoy monitores, porque se localizan en parques y zonas abiertas con escaso contacto directo con los vecinos. La de torcazas, en cambio, ha requerido nuestra intervención, y si bien concluimos que se trataba de una situación focalizada, hemos diseñado un plan para evitar que aniden en pulmones de manzanas urbanizadas”.
Comadrejas, zorros y pájaros carpinteros también están entre nosotros. Se han visto en las zonas de countries y chacras del área metropolitana. No representan riesgos ni peligro para los humanos. Pero cada vez se adaptan mejor a nuestro hábitat urbano, que ya compartimos.
LA NACION