07 Aug Petros Márkaris: “La novela policial es ideal para comprender a las sociedades”
Por Luisa Corradini
Un día, mientras trabajaba en el guión de la serie de televisión Anatomía de un crimen, Petros Márkaris advirtió que tomaba forma en su imaginación el perfil de una familia griega típica -pequeñoburguesa y simple- que parecía tener intenciones de existir. Su primera reacción fue mandarla al diablo: “En todos los géneros literarios, ya sea en el teatro o en el cine, todo el tiempo hay historias de pequeñoburgueses. ¿Qué más se puede escribir sobre el tema? Entonces me dije: olvídalo”, relata el célebre autor griego en el film documental Asesinato en el Ágora.
Pero los personajes resultaron ser de una persistente tozudez. Obstinados, lo seguían por todas partes. En cuanto se ponía a escribir, ahí estaban, sentados frente a él, mirándolo. Sobre todo el jefe de familia. “El suplicio persistió hasta el momento en que me dije que, para que hubiera decidido torturarme de ese modo, ese individuo sólo podía ser policía o dentista. Y como los dentistas son probablemente simpáticos, pero no representan ningún interés dramático, deduje que debía tratarse de un policía”, contó.
De ese diálogo interior nació el comisario Kostas Jaritos, un héroe anónimo que aprendió la profesión de policía durante el régimen de los coroneles y se abrió camino en la jungla de la corrupción y la burocracia gracias a un temperamento marcado por la tenacidad, la astucia y la obsesión por descubrir la verdad a cualquier precio. Y que nadie imagine que ese personaje es asimilable a los típicos comisarios que resuelven crímenes en la novela negra tradicional: fracasados, alcohólicos y sin esperanzas. Jaritos es otra cosa. No porque sea abstemio o no le guste comer. Simplemente porque hace todo con moderación.
Una vez que el lector comienza a conocerlo, se da cuenta de que Jaritos vive y respira por su profesión, pero que ésta no le impide ver la realidad. Sobre todo, sabe que el fin no justifica los medios. Quiere hacer lo correcto de acuerdo con sus propios códigos de ética. Y si para lograrlo necesita mirar hacia al costado de vez en cuando? y bien, así lo hará. El personaje creado por Márkaris es una suerte de solitario, pero que nunca olvida al prójimo. Capaz de sentir sus penas y sus agonías, puede describirlas con sus propias palabras.
Pero Jaritos es además mucho más que un pequeñoburgués típico: es el instrumento que utiliza Petros Márkaris para denunciar todos los vicios, infamias y padecimientos de la sociedad griega que, para colmo, hace cuatro años sufre las consecuencias del cataclismo de la crisis del euro. Las interminables disputas del policía con su esposa, Adriani, explosiva pero excelente cocinera, le permiten describir la intimidad particularmente animada de la cotidianidad de los griegos.
“Desde el siglo XIX, la novela policial es el género literario que ha permitido explicar los misterios urbanos. Es una excelente forma de comprender a las sociedades. Para todos aquellos autores, además, la literatura era la prolongación de la idea política -explica a adncultura en una entrevista, poco antes de viajar por primera vez a la Argentina-. Yo pertenezco a la generación de la posguerra civil en Grecia (1946-1949), para la cual todo siempre fue político. Esto quiere decir que hicimos gigantescos errores. Pero lo que quedó, aparte de esos errores, fue una pertinaz costumbre de pensar políticamente.”
En todo caso, Márkaris pertenece sin duda alguna a esa familia de escritores policiales contemporáneos integrada por el catalán Manuel Vázquez Montalbán, el italiano Andrea Camilleri, el francés Jean-Claude Izzo y el sueco Henning Mankell, para quienes contar una buena historia no basta. Todos, además, necesitan sopesar, triturar, trabajar las frases hasta obtener esa mezcla perfecta de ira, violencia, compasión, desesperanza y humor que conseguirá presentar un cuadro particularmente oscuro del mundo.
Digno representante de uno de los pueblos más antiguos del planeta, Petros Márkaris responde con ironía cuando se le pregunta si, a título personal, deposita algún optimismo en el futuro: “Un gran escritor y dramaturgo alemán, Heiner Müller, dijo una vez que el optimismo es sólo falta de información. Y como a mí no me falta información, ya tiene la respuesta”, ironiza.
De padre armenio y madre griega, Márkaris nació en 1937 en Estambul, hizo su secundario en Viena, donde también estudió economía, y habla perfectamente cinco idiomas: griego, turco, alemán, francés e inglés. Cosmopolita que se reivindica como tal, fue libretista durante años del recientemente desaparecido director de cine Theo Angelopulos, tradujo a Goethe y a Brecht al griego y es autor en todos los géneros literarios imaginables, pero comenzó a dedicarse a la novela policial a los 57 años. Sus libros fueron traducidos a 14 idiomas y se venden en más de 20 países.
En Noticias de la noche (1995), Jaritos tiene que investigar la muerte de una pareja de albaneses que parece ser un asesinato ordinario, hasta que también matan a la periodista que cubre noticias policiales en la televisión. El minucioso trabajo del comisario lo llevará a descubrir el mundo del tráfico de órganos y de niños, donde ex comunistas, atraídos por la ganancia fácil, no dudan en traicionar sus antiguos ideales, aprovechando la miseria de otros.
La vida nocturna constituye el telón de fondo de la segunda novela de la serie, Defensa cerrada (1998), donde siniestros personajes circulan en pleno día, sin temor a ser reconocidos. La acción se sitúa en el período 1985-1996 y evoca un populismo basado en la redistribución de los fondos europeos y la formación de una nueva clase media. Dinos Koustas, self made man a la cabeza de un pequeño imperio de boîtes nocturnas, es asesinado de un disparo a quemarropa. Investigando la familia de Koustas, Jaritos descubre una vasta red que conecta elementos insospechados: el mundo de los restaurantes y las boîtes nocturnas, los negocios dudosos y el blanqueo de dinero, e incluso la manipulación de los índices de popularidad de los políticos. El comisario intentará en vano perforar ese muro de silencio.
La tercera novela policial de Márkaris, El Che se suicidó (2003) -inexplicablemente traducido al español como Un suicidio perfecto-, es una inmersión en las consecuencias de la irrupción de la inmigración en Grecia y las desviaciones de la llamada “generación de la Escuela Politécnica”, esos jóvenes que contribuyeron a la caída de la junta militar de los coroneles en 1973. El suicidio en directo ante las cámaras de televisión de tres altas personalidades griegas que pertenecían a esa generación provoca una agitación sin precedente en los medios de comunicación. Movidos en sus orígenes por ideales de rebelión y justicia social, los tres habían traicionado esas ideas para convertirse a la gauche caviar de la Grecia actual.
Verdadero opositor al régimen de los coroneles, Márkaris no tiene palabras demasiado duras para condenar, cada vez que puede, a muchos protagonistas de aquella generación de socialistas que llegaron al poder en 1981 con la intención de construir una nueva Grecia y que -afirma- fracasaron en forma lamentable. “Mientras los íntegros se retiraron para protegerse, los corruptos entraron en política. Algunos se hicieron ricos aprovechando el sistema. Otros se contentaron con un puesto bien remunerado en la burocracia del Estado.”
-¿Para usted, entonces, el principal culpable de la situación actual del país es la izquierda del Pasok (el partido socialdemócrata)?
-El verdadero culpable es el sistema político griego. No se olvide de que la derecha se hizo cargo del poder antes de los Juegos Olímpicos del año 2000 que marcaron, en realidad, el comienzo del derrumbe griego.
Márkaris suele afirmar que “el Estado griego es la única mafia del mundo que consiguió quebrar”. “Es un monstruo que no consigue funcionar. La única forma de cambiarlo es destruyéndolo -sentencia-. Ese sistema, que desde comienzos del siglo XX se caracteriza por el clientelismo, se amplificó hace treinta años estructurando toda la sociedad. A cambio de apoyo y financiación, tanto socialistas del Pasok como liberales de la Nueva Democracia, ingenieros, médicos, abogados, arquitectos, periodistas? en resumen, gran parte de las élites griegas actuales no sólo obtuvieron puestos en la función pública para sus hijos y familiares, sino también exoneraciones fiscales. ¡Vitalicias!”, precisa.
En El accionista mayoritario (2006), Jaritos se sumerge en las aguas turbias del mundo de la comunicación. Y dos años después, en Muerte en Estambul -probablemente su obra más personal-, investiga las intrincadas relaciones entre griegos y turcos.
En 2010, todo iba bien para Kostas Jaritos y para su padre literario. El comisario había casado a su turbulenta hija, apreciaba a su yerno, tenía un auto nuevo y su jefe lo dejaba vivir en paz. El problema es que el país acababa de ser sumergido por la crisis de la zona euro. Un tsunami que comenzó como una gigantesca estafa financiera en Estados Unidos y replicó en Europa, golpeando a Grecia con una rara violencia.
Después de mucho dudar, para evitar que el cataclismo alcanzara a Portugal, España y al resto del bloque, el FMI y los miembros de la eurozona decidieron ayudar a Atenas y le otorgaron un préstamo de 110.000 millones de euros, condicionados a la adopción de un ajuste estructural tan draconiano que sus ciudadanos pagarán las consecuencias durante generaciones. Desde entonces, hace ya más de cuatro años, Grecia se encuentra al borde de la bancarrota, bajo tutela de las instancias europeas; las empresas caen una tras otra como las piezas de un dominó, la emigración de los jóvenes y la pobreza aumentan y, dramático símbolo de la depresión nacional, se multiplican los suicidios. Observador y analista político respetado, a los 77 años Márkaris afirma que la situación actual es culpa del sistema político instalado hace tres décadas en su país.
“Durante los últimos treinta años, el sistema político consiguió sobrevivir y mantener su posición privilegiada mediante la distribución de dinero y pidiendo créditos sin invertir un centavo. Seamos francos: desde que entramos en la Unión Europea, el país recibió tanto dinero como nadie podría haberlo imaginado jamás. Fue la primera vez en la historia de Grecia. Pero el Estado, en lugar de utilizarlo en forma racional, comenzó a distribuirlo. El país entró entonces en un círculo vicioso, en el cual recibía y pedía cada vez más dinero prestado. El paroxismo se produjo con los Juegos Olímpicos. Desde el comienzo dije que los JO del años 2000 eran el comienzo del desastre.”
“En Grecia cada uno favorece a su clan”, constata con amargura. Durante mucho tiempo presidente de la Sociedad Griega de Gente de Letras, se dice “profundamente de izquierda y europeo”, pero no se reconoce ni en el Pasok ni en Syriza, la izquierda radical liderada por Alexis Tsipras. Según Transparencia Internacional, antes de la crisis, los ciudadanos griegos solían pagar más de mil euros por año en sobornos por razones personales. Cuando la crisis comenzó, esas prácticas aumentaron drásticamente.
“La corrupción es endémica en la sociedad griega. Si la única forma de recibir tratamiento en un hospital es darle dinero a alguien, el problema es del Estado. Incluso los ciudadanos respetables han dejado de creer y están convencidos de que evadir impuestos es justificable. Para esa gente, ésa es la única forma de recibir algo a cambio. El resultado es una sociedad en la cual cada uno de nosotros tiene un poco de culpa. La mentalidad de los griegos necesita ser reformada de modo radical. Lo que me temo es que, con este remedio para caballos que nos administran, se resuelvan sólo los síntomas de la enfermedad y no las causas.”
-¿Usted cree que, ante la crisis griega, los grandes países europeos reaccionaron correctamente?
-Los europeos cometieron tres grandes errores con nuestro país. Primero, jamás quisieron chequear la utilización del dinero que enviaban a Grecia o saber qué hacíamos con los subsidios. Jamás vinieron al país para decir: “Miren, queridos, este dinero pertenece a los contribuyentes europeos ¿cómo lo están utilizando?”. El segundo error fue que, desde el principio, pensaron que era una crisis central y no sólo griega. Entonces les llevó mucho tiempo para reaccionar. El tercer problema fue que todos esos países del sur que estaban en la misma situación, como España, Portugal o Irlanda, tuvieron una sola respuesta: austeridad sin ninguna perspectiva. Resultado de esa política: en todos esos países la clase media fue destruida.
-Los medios de comunicación europeos afirman que, entre otras cosas, Grecia está vendiendo sus islas para hacer frente al vencimiento de sus deudas y al ajuste exigido por sus acreedores internacionales.
-Eso no es verdad, tampoco hay que exagerar. Pero los impuestos aumentaron a un nivel tan increíble que los griegos no los pueden pagar. Es tan simple como eso. Hoy, los griegos están pagando más del 42 por ciento de sus ingresos en impuestos. Cuando esto sucede, no queda nada. No sólo para invertir, sino tampoco para vivir. Ése es el problema. Grecia no es un país grande. Jamás tuvo una economía de grandes empresas. Nunca tuvimos Siemens, Chrysler o Total. En este país, la fuerza económica siempre fue la clase media. Si usted la destruye, no queda nada.
Sin esperanzas, habiendo él mismo perdido más del 30 por ciento de sus ingresos debido al doble aumento del IVA, los impuestos normales que siempre pagó, las tasas y sobretasas de solidaridad, el aumento del precio del combustible, el desempleo de sus hijos, la ola de suicidios de allegados y amigos, la escasez de medicamentos, el cierre de comercios y pequeñas empresas y la delincuencia que avanza, Márkaris espera, resignado, lo peor: “Hasta hace unos años, los griegos decíamos: ?Una situación que se agrava mejora’. Ya nadie cree en esa máxima”, advierte.
En un artículo publicado en el diario El País en 2012, Márkaris ofrecía un relato desolador de su país, inmerso en la ruina y el desánimo: “En Grecia, además de nuestro Parlamento con sus siete partidos políticos, existe un sistema no parlamentario que forman cuatro partidos: son los cuatro pedazos en los que se ha quedado dividida nuestra sociedad después de dieciocho meses de crisis económica”, escribía.
En primer lugar -decía- está el “partido de los beneficiarios”, al que pertenecen todos esos empresarios que se han beneficiado con el mercantilismo político durante los últimos treinta años, especialmente las empresas de construcción. A ese partido también se lo podría denominar partido de los defraudadores, pues todos ellos lo son sin excepción, especialmente los trabajadores autónomos con ingresos elevados, como médicos o abogados.
El segundo partido de esa Grecia sería, para Márkaris, “el de los honrados”: “Yo prefiero llamarlo el partido de los mártires -afirmaba-. A este partido pertenecen los dueños de pequeñas y medianas empresas, sus trabajadores y los pequeños autónomos, por ejemplo los taxistas o los técnicos. Ellos rebaten la opinión, tan extendida en Europa, de que los griegos son unos comodones y se zafan del trabajo. Trabajan duro y pagan religiosamente sus impuestos. Todos sus integrantes han perdido el ánimo y la esperanza”.
El tercer grupo es “el partido de los Moloch”, cuyos miembros fueron reclutados entre las filas del aparato estatal y sus empresas. “El partido se divide en dos grupos. Al primero pertenecen los funcionarios y los empleados de los servicios públicos y las empresas estatales. En el segundo se encuentran los sindicatos”, afirmaba. Por fin -anotaba- “el cuarto y último partido de la sociedad griega es el que más me preocupa. Es el partido de los desesperanzados: los jóvenes griegos, sentados todo el día frente a la computadora, desesperados buscando en Internet un trabajo, sea donde sea. No son emigrantes como sus abuelos, que en los años sesenta llegaron a Alemania desde Macedonia y Tracia para buscar trabajo. Estos jóvenes han ido a la universidad, algunos incluso tienen un doctorado. Sin embargo, cuando terminan la carrera caen directamente en el desempleo”.
-¿Qué pueden esperar los griegos del futuro?
-En Grecia, ya sea a causa de la recesión, de las medidas de contención del gasto, del recorte de la deuda o de las reformas, el caso es que vamos a sacrificar a tres generaciones en nombre de la crisis. Hoy son los jóvenes los que más pierden. Pero mañana seremos nosotros, porque en algunos años nos faltarán las fuerzas para seguir luchando. Para salvarnos, necesitamos un nuevo aparato estatal, un servicio público que funcione y leyes anticorrupción que sean aplicadas. De lo contrario, en cinco años más llegará una nueva crisis.
-¿Qué puede hacer entonces un autor de novelas policiales más que impulsar algunas peticiones?
-Escribir sobre la vida cotidiana de los griegos durante la crisis, contar su verdadera historia y cómo afecta a la gente común.
En otras palabras, las repercusiones de esa crisis y la regresión social terminaron por obligar al comisario Kostas Jaritos a trabajar más. En medio de las manifestaciones cotidianas, con Atenas paralizada por huelgas, explosiones de cócteles molotov y enfrentamientos de los ciudadanos con la policía, un individuo comienza a decapitar banqueros, dirigentes de agencias de calificación y otros usureros. Al mismo tiempo, una campaña salvaje de afiches incita a la gente a dejar de reembolsar sus créditos: Con el agua al cuello (2010) es el primer libro de una trilogía donde Márkaris arregla cuentas con los responsables de la situación de su país.
Se trata de una novela sólida, bien escrita y construida, cuya lectura procura un auténtico placer. Sus dardos son demoledores y sus descripciones de la situación tienen una precisión de cirujano. Sobre todo cuando se relata el resentimiento de la población hacia ese norte de Europa que le da lecciones con arrogancia, cuando se habla de los aprovechadores del sistema o de la exasperación de aquellos que lucharon contra la dictadura militar y se ven ahora tratados como niños por los funcionarios de Bruselas. Pero Jaritos -como su autor- nunca olvida señalar las responsabilidades locales de aquellos que creyeron que el dinero caía del cielo de un día para otro y sacrificaron todos los principios en aras de un enriquecimiento inmediato y sin esfuerzo.
En La liquidación final (2011), el comisario tiene que ocuparse de un asesino que mata a los ricos que evaden sus obligaciones fiscales. Un asunto que alcanza proporciones nacionales cuando la gente comienza a considerar al criminal una suerte de héroe popular, que consigue restablecer la dignidad de las finanzas públicas en el país en forma mucho más eficaz que el Estado mismo. El primer capítulo de ese libro comienza con el suicidio de cuatro ancianas que no pueden pagar sus medicamentos. “El título en griego significa ?fin de vida’, ?liquidación final’. Pero su sentido actual evoca un método de retención fiscal: a cambio de un pago mensual a los servicios fiscales, el Estado amnistía a aquellos que no pagaron sus impuestos”, explica Márkaris durante la entrevista. En una página preliminar, el editor indica: “Esta novela es una ficción y no debe ser imitada”. Poco después de ser publicada, La liquidación final agotó más de catorce ediciones en poco menos de un mes.
En Pan, educación y libertad, el eslogan del título evoca nuevamente el año 1973 cuando, durante la dictadura de los coroneles, una insurrección agitaba la Escuela Politécnica de Atenas. Aparecido en Grecia en 2012, Márkaris lo sitúa sin embargo en 2014. Precisamente el 1° de enero, día de su cumpleaños, en momentos en que Grecia restablece? el dracma. En el libro, Italia y España hacen lo mismo con sus antiguas monedas, como una forma de rechazar el euro, la famosa troika (FMI, Unión Europea y Banco Central Europeo-BCE) y todos los eurócratas que asfixian el país. El autor confiesa que fue el libro que más le costó escribir: “Nada de lo que aparece es imaginación. Intenté ver las cosas con mis propios ojos y me provocó mucho sufrimiento porque hablo del dolor de la gente. Y, sobre todo, de la desesperación de los jóvenes. Tenemos una tasa de desempleo del 60 por ciento”.
Para el padre literario de Jaritos, quienes gobiernan y los partidos políticos sólo saben hablar de economía y de finanzas. No ven a la gente que hay detrás de las cifras, lo que sufren, lo que han perdido. “Esto me congela la sangre. Europa tiene que despertar y hacer política”, dice.
La situación del país, sin embargo, no mejora y Jaritos se entera de que los salarios de la función pública no serán abonados durante tres meses. En su cocina, Adriani limita la carne y se dispone a negociar el precio del pescado. Katerina, la hija del comisario y brillante jurista, participa en el esfuerzo familiar: con su marido viene cada noche a comer a la casa paterna. Según afirma, “eso reduce los gastos de todo el mundo”. Pan, educación y libertad cerró la trilogía de la crisis. No obstante, dándole razón a su premonición, Márkaris acaba de publicar un cuarto libro, epílogo de una situación que no parece tener visos de solución en un futuro inmediato.
“Cuando empecé en 1995 la serie de novelas de Kostas Jaritos, mi proyecto era crear un personaje, un policía, para usarlo como punto de partida que me permitiera hablar de la sociedad y la política en Grecia. Cuando comenzó la crisis en 2008, decidí que escribiría una trilogía sobre la cuestión. Entonces una periodista me dijo: ?¿Cómo hará para terminar esa trilogía? ¿Usted cree que la crisis durará lo suficiente como para escribir tres novelas?’ Ahora la trilogía está terminada, la crisis continúa y hace una semana publiqué una nueva novela con el epílogo de esta pesadilla. Lo que no quiere decir que terminaremos de padecerla en un futuro próximo. Como tampoco dejaremos de soportar las otras consecuencias de los errores políticos de la construcción europea.”
Esa novela que acaba de ser publicada se llama Créditos, en la acepción cinematográfica del término. Márkaris se ríe cuando se le habla de la ambigüedad del vocablo. “Sí, es algo voluntario”, afirma. El libro comienza con un atentado del grupo de extrema derecha neonazi Aurora Dorada contra Katerina, la hija abogada de Jaritos. De hecho, el tema ya se anuncia en Pan, educación y libertad, cuando los ultras le dicen al comisario que saben quién es su hija -defensora de inmigrantes y sin papeles- y que la tienen fichada. También hay asesinatos que llevan la firma Los Griegos de los Años Cincuenta. En este epílogo novelístico, Jaritos sobrevive a la crisis gracias al sentido común de su mujer, Adriani, aunque nunca volverá a recuperar el sueldo que tenía.
-Será mi última novela sobre la crisis. Desde 2010 hasta hoy, cuatro años de mi vida, estoy viviendo la crisis y escribiendo sobre ella. Estoy harto, harto, harto.
-Ese comentario me permite preguntarle qué piensa de los recientes resultados de las elecciones europeas y el avance de la extrema derecha. Hay quienes afirman que es consecuencia de la crisis y la desaparición de la clase media a la que usted aludía hace un momento.
-Yo no lo creo. No voy a mencionar a Francia, pero Austria tiene el desempleo más bajo de la Unión Europea. Tiene uno de los ingresos per capita más importantes del bloque y la extrema derecha representa en ese país el 30 por ciento. Desde luego que la crisis favorece el discurso de esos extremismos. Pero para mí, el gran problema reside en que la Unión Europea siempre tuvo un discurso económico en lugar de político o cultural. Cuando uno margina el discurso político o cultural, es imposible establecer una relación de proximidad con la gente.
-¿No cree entonces que los europeos sienten que están perdiendo su identidad y que por esa razón “compran” el discurso de la extrema derecha, que les dice: “Vamos a cerrar nuestras fronteras, basta de inmigrantes, conservemos nuestra especificidad cultural”?
-Justamente, la extrema derecha tiene un discurso político. Ése es un discurso político. Puede ser horrible, pero nadie puede contrarrestar ese discurso con argumentos económicos. Ése es el problema de la Unión. Hace años que digo a los dirigentes que conozco en Alemania, Francia o donde sea: “Se están equivocando. Europa se niega a hablar de política y la extrema derecha lo aprovecha”.
En una reciente visita a Madrid, Márkaris afirmó que Europa “es como Laocoonte, que se comió a sus hijos: Nos comemos unos a otros”. El creador de Kostas Jaritos tampoco descarta que el bloque caiga en una crisis mayor. Para él, son premonitorias las conversaciones cada vez más frecuentes que escucha a la gente preguntarse “¿qué sentido tiene trabajar?” o “¿para qué trabajar hasta los 65 años y terminar cobrando una pensión que no permite vivir?”.
-¿Qué piensa de esos jóvenes cuyo futuro parece cada vez más incierto?
-Los jóvenes europeos crecieron con la absoluta certeza de que “mother Europe” se ocuparía de ellos y de sus problemas. Ahora, cuando Europa no puede hacerlo, le dan la espalda a la política. Ése es el problema. Es terrible, pero es la verdad. Las generaciones nacidas después de 1981 no han crecido en una época de verdadera miseria sino de falsa riqueza y les entra un ataque de pánico cuando tan sólo se insinúa la palabra “lucha”. La pobreza les resulta tan ajena como el desierto.
En esas condiciones, parece difícil imaginar que Petros Márkaris esté pensando en jubilar a Jaritos, como decidió hacer unos años atrás su homólogo sueco Henning Mankell con su personaje, el comisario Kurt Wallander.
-¡Jamás! No imaginará usted que, en estos tiempos de crisis, estoy planeando sacrificar mis ingresos. Por otra parte, si no fuera por Jaritos jamás me habrían invitado a la Argentina.
LA NACION