Salir al encuentro del otro

Salir al encuentro del otro

Por Luis Aubele
En uno de mis viajes mágicos por la India, Nepal y el Tíbet, me encontré con un monje budista y le pregunté: ¿Hermano, qué es el desapego? Me miró y me dijo: ¿Usted es budista? No. ¿Su padre es budista? No. ¿Su madre o su abuelo son budistas? No. ¿Usted nació en la India o en China? No. Entonces, desapego es sólo una palabra más. Y me puse muy contento porque significaba que podía extrañar sin complejos, preocuparme y alegrarme plenamente por los seres que quería”, recuerda el doctor Hugo Finkelstein, psicólogo y creador de una terapia que denominó clínica de la afectividad.
Emociones. Para el terapeuta hay que comprender que en una sociedad consumista, de marketing, donde la preocupación es ganar dinero, como la nuestra, se inventan e importan palabras para crear sensaciones pseudoespirituales. “Todos son gurúes, todos tienen el pasaporte a la felicidad, la piedra filosofal, cuando la realidad es que esos sentimientos se pueden conseguir de muchas otras maneras. Se logran con oración, con el baile de los derviches voladores, con la preocupación de una madre por la salud de su hijo, incluso leyendo una novela de suspenso o viendo una película atrapante.”
La vida, una experiencia que va más allá de cualquier rótulo. Finkelstein vivió la aventura de su vida con una sensación de que el mundo era tan pero tan rico, que cualquier rótulo, calificación o título que le pusiese a su existencia iba a ser totalmente limitado. “Entonces, cuando me preguntan si tengo algo que decir, respondo que no tengo nada que decir. Y si me preguntan qué hice en mi vida, contesto que nada. ¿A qué me dedico? ¡No sé! En que creo?, no tengo idea. ¿Quién soy? Menos que menos. En cuanto a mi profesión: no soy psicólogo ni neuroinmunoendocrinólogo ni escritor. ¡Yo soy nada! Sólo un hombre que está sentado aquí y que siente.”
Bastardear un sentimiento noble. “Hay un tema misterioso para mí que es el tema de las emociones, que en realidad es como la ampliación de otro tema esencial que comenzó a preocuparme desde los 15 años, y que es el tema del amor. Y una pregunta que me hice entonces es, ¿por qué termina por destruirse a sí mismo el más noble de los sentimientos? Viviendo y buscando entendí que el amor era algo que se bastardeaba continuamente. Algo que fácilmente afloraba en los labios y así, en nombre del amor se mataba, en nombre del amor a Dios se perseguía al que no creía como uno, en nombre del amor se dominaba y se sometía al otro.”
Una creación de todos los días. El amor, una tarea. “Comprendí que el amor era el sentimiento más difícil de sentir porque es necesario salir de la jaula del sí mismo y abandonar la idea de que el otro es lo que me pueda dar. Que la capacidad de amar está muy cerca de la incapacidad de amar. Que la única solución era salir hacia el otro, crear un espacio para él. Que la frase el amor a uno mismo era patética. Que era imposible amarse sin crear ese lugarcito para el otro. Sentirlo, escucharlo? Que sentir el amor era una tarea, una construcción profunda, una creación de todos los días”, continúa.
Creer en algo, hacer que exista. “Con los años fui atesorando algunos principios que me ayudaran a vivir. Por ejemplo, que en la vida todo es posible, pero también que todo es posible de otras maneras. Que es suficiente que alguien crea en algo para que ese algo ya exista. Que ese alejamiento entre el cuerpo y el espíritu imaginado por Descartes ya no se puede sostener. Hay un acercamiento entre la medicina, la teología, las emociones y lo espiritual.”
Esfuerzo. “¿Qué desean las mujeres?”, se preguntó Sigmund Freud hace muchos años. “La gran cuestión que nunca ha sido respondida y a la cual no he podido responder, a pesar de 30 años de investigación sobre la mente femenina, es ¿qué desean las mujeres? Tuve más suerte que Freud y pude encontrar la respuesta a la gran pregunta. Creo que lo que las mujeres quieren es ¡poder elegir! Después de años forzadas a vivir debajo de la suela del zapato y depender de los deseos y las necesidades de los hombres, lograron de a poco y duramente rescatar sus derechos para ser libres, para poder elegir según sus sentimientos más profundos, sus urgencias, su originalidad.”
LA NACION

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