Actuar y jugar para la integración

Actuar y jugar para la integración

Sin Drama de Down: un lenguaje propio, se llama la obra, y está protagonizada por jóvenes y adultos con síndrome de Down que pasan sus días en una casona del barrio de Palermo, pero que de pronto reciben una orden de desalojo. En el mes de junio estuvieron en la sala de cine del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini (CCC, Av. Corrientes 1534). Con la participación de Coco Silly, Claribel Medina, Ana Paula Vitelli, Gabriel Fernández y Dan Breitman, Sin drama de down aspira a evitar los golpes bajos ni lugares comunes, y pone de manifiesto un debate urgente: los derechos impostergables por igualdad e integración. “En Argentina no existen estadísticas, ni datos oficiales sobre la cantidad de personas con el síndrome”, dice el licenciado Pedro Crespi, director ejecutivo de la Asociación Síndrome de Down de la República Argentina (ASDRA). “Contamos con los números que publicó el Indec en 2001, pero ahí las personas no están divididas por discapacidad. En España, donde el aborto por estos casos es legal, se dio una notable baja en el número de nacimientos de chicos con el síndrome. Hace diez años, nacía un caso cada 670 chicos, pero en la actualidad la cifra cambió, y hay un solo caso cada 1200 nacimientos”, señala Crespi.
Para Crespi y muchos especialistas, hoy se han derribado los prejuicio en relación a los casos de síndrome de Down.
El objetivo central con esta obra es “promover en las personas con Síndrome de Down un espacio de Desarrollo Expresivo, que contribuye a su bienestar psicofísico, y a la salud de toda una sociedad”, como sostuvo a Tiempo Argentino uno de los directores, Juan Laso. “Hace 20 años que trabajo con la discapacidad, palabra que a algunos les genera miedo, que otros sienten como discriminatoria. Entonces hablamos de capacidades diferentes, o de personas especiales. Será porque en el fondo no nos animamos a encontrarnos con nuestras propias incapacidades, discapacidades. Reconocernos limitados, inexpertos, prejuiciosos, esa es una tarea difícil para la condición humana. Nos resulta difícil ampliar la perspectiva y ver aquello que el otro si tiene para dar; quedamos presos de los miedos, de lo desconocido, de los prejuicios”.
La obra es producto de unos talleres de desarrollo expresivo, que implicó dos actividades: la práctica de movimientos rítmicos expresivos, y actuación. Andrea Doumanian, que trabaja de terapista y es la codirectora de la obra junto a Laso y Paula Delucchi, asegura que “el taller de movimiento permite lograr mayor precisión y destreza psicomotriz. Les da a nuestros actores un registro de su esquema corporal y la capacidad de desarrollar sus posibilidades expresivas dentro y fuera del escenario. Trabajamos mucho en el reconocimiento del cuerpo físico, mental y emocional. El taller de actuación en cambio permite mostrar una galería inmensa de personajes y situaciones, descubriendo las emociones que esto les produce. Adquieren por lo tanto mayor confianza en sí mismos, amplían su capacidad de juego e improvisación, exploran artísticamente distintas situaciones de la vida y generan diferentes vínculos teatrales con los otros compañeros. El taller está coordinado junto a Juan Laso, que es actor y docente de teatro y yoga.”
Analía Mitar, psicóloga y directora de Family Hold, un sistema terapéutico hogareño, agrega: “Lo importante en esos casos es poder darles a todos los chicos, con discapacidad o no, la posibilidad de inclusión. Pertenecer a la misma sociedad, como seres diferentes y distintos, es el primer paso para aceptar nuestras diferencias. Un chico con síndrome de Down puede ser bueno en todo lo que se proponga: desde luego que existe un límite real, que tiene que ver con límites cognitivos. Pero las cosas han cambiado: hace 20 o 25 años, cuando las familias tenían chicos con síndrome de Down, los tenían escondidos.”
TIEMPO ARGENTINO