27 Jul Fragmentos de un discurso amoroso
Por Sebastián Feijoo
No es una película fácil ni fue un éxito avasallante. Su título antimárketing, los saltos temporales recurrentes y los múltiples símbolos que componen el relato demandan de una atención profunda que rivaliza con los grandes fenómenos de taquilla. Sin embargo es considerado uno de los films fundamentales de la última década.
Ese resplandor –seguramente no eterno, pero sí sorprendentemente persistente– se sostiene en que la mejor obra de Charlie Kaufman (guión) y Michel Gondry (dirección) trabaja sobre esa entidad tan universal como inasible a la que comúnmente se denomina “amor”.
La verdadera clave de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos está en el tratamiento de fondo y de formas. Kaufman-Gondry no sólo pulverizan la idea romántica y hollywoodense del amor, una plenitud rosa capaz de depositarnos en un sendero de felicidad sin fin. Trabaja sobre una relación, patologías y fantasías contemporáneas con una originalidad y belleza que atrapan.
La historia es sencilla, aparentemente. Un gris y rutinario empleado administrativo Joel (Jim Carrey) se conoce con la lúdica e inestable Clementine (Kate Winslet). En principio, el agua y el aceite. Pero la relación prospera y dura dos años, aunque en realidad la película poco cuenta de ese período, porque lo importante es lo que sucederá después de la ruptura tan temida. Porque en la vida de Joel aparece la empresa Lacuna Inc., que garantiza a sus clientes borrar todo vestigio de una experiencia amorosa traumática. No se trata de una multinacional de oficinas relucientes y tecnología de punta. Es más bien un pequeño departamento oficina de tonos sepia, dirigido por un supuesto médico que algo sabe del asunto, y tres asistentes que alternan incompetencia con descuidos.
Una vez que Joel decide someterse al “tratamiento”, el film se desarrolla casi exclusivamente en su mente, mientras sus recuerdos se van desvaneciendo y él toma la decisión de luchar por salvarlos. Como telón de fondo, emergen relaciones caóticas y/o fallidas –del personal de la empresa– que profundizan la idea de la complejidad del amor y los efectos no deseados del servicio de Lacuna Inc.
El film tiene un gran elenco. Desde los actores secundarios –Kirsten Dunst, Elijah Wood y Mark Ruffalo– hasta los principales. Carrey y Winslet se muestran convincentes e inspirados. Ella encarna con carisma a la –cuando menos– bipolar Clementine, y confirmó lo gran actriz que siempre fue. Carrey muestra su costado más melancólico y sombrío, que de alguna manera terminó de ratificar que está para mucho más que películas que lo provean de una interminable sucesión de morisquetas. Esas actuaciones se alimentan y adquieren otra dimensión por la potencia del guión.
La comunión entre el vuelo y la profundidad del film y su atractiva estética ofrecen un lienzo singular que Carrey y Winslet supieron aprovechar al detalle. El juego con la temporalidad del relato –atentos a los cambios en el color de pelo de Clementine, son una clave que facilita su comprensión– le dan un valor agregado a la historia. Eterno resplandor de una mente sin recuerdos fue la segunda película del tándem Gondry-Kaufman y acaso el punto más alto de sus carreras, que tuvo y tiene un extenso desarrollo por separado.
Desde hace miles de años, la raza humana intenta develar de qué se trata el amor. Y quizás nunca termine de comprenderlo. Mientras tanto, entre melancolía, cinismo, belleza y humor, esta obra clave de Michel Gondry y Charlie Kaufman se desentiende de los clichés de la industria cinematográfica y se permite algunas preguntas incómodas que no pierden actualidad. En el camino adscribe a una verdad científica, pero ante todo una refutación poético/ideológica de gran valor: el amor se aloja y se discute en la mente. El corazón está para otras cosas.
TIEMPO ARGENTINO