Fieles a Catedral

Fieles a Catedral

Por Soledad Maradona
Una leyenda del Cerro Catedral da una vuelta con el futuro de la montaña. Esa es la imagen al ver a un histórico de la montaña, que con 89 años sigue en las pistas, junto a una pequeña que da sus primeros pasos. Minutos antes, Roberto y Martina se sumaron al heterogéneo grupo para esta producción en el Catedral, con amantes del esquí, del snowboard y de la nieve en general, que posaron juntos a 2000 metros sobre el nivel del mar. Hubo risas, elogios, recuerdos y las charlas habituales entre los entendidos del cerro. Porque, aunque muchos no se conocían entre sí, todos son referentes y fieles a este centro invernal, que una vez más despierta para vivir una nueva temporada.

ROBERTO ASENJO. LA LEYENDA
El emblemático Roberto Negro Asenjo anuncia su paso con un grito característico. Ya todos los conocen en el cerro. Su historial es extenso, fue uno de los operarios que instalaron el cablecarril, el primer medio de elevación de Catedral en 1939. “Tuvimos que hacer la picada para instalar todo, llevábamos los materiales a lomo de caballo porque no había máquinas en ese entonces. Un año estuvimos trabajando”, recuerda esta institución del cerro que con 89 años aún sigue dictando clases de esquí, con la piel curtida por el viento patagónico que pega en la silla y el reflejo de la nieve. “Cuando aprendí me di cada golpe… Me largué solo y una persona me vio y me enseñó a dar algunas vueltas. Esto fue en 1944 y a los dos años ya corría en el Campeonato Argentino de Esquí.” Asenjo tiene miles de anécdotas y una memoria increíble. Recuerda fechas, nombres y situaciones como si hubiesen ocurrido ayer. “El cerro es parte de mi vida”, dice al hacer su primer ascenso del año en la telesilla Séxtuple, que también vio instalar como al resto de los 40 medios de elevación de Catedral.

DIEGO BLOTTO. EL GUÍA
Cuando pisó Bariloche para estudiar el profesorado de educación física con orientación en montaña, Diego Blotto, de 34 años, tenía la vaga idea de trabajar en el centro de esquí. Llegó desde Plottier, una localidad pegada a Neuquén, a sólo 430 kilómetros de acá. “Nunca había esquiado, pero aprendí en la Facultad”, resume Diego, que con esos recursos comenzó a trabajar en el cerro, donde hoy es un acompañante y guía en las pistas. Diego es uno de los cuatro snow tour que enseña a conocer nuevos sectores de la montaña, a recorrer otras pistas y hasta los puntos panorámicos para tener la mejor vista. “Mucha gente acude a nosotros porque no quiere esquiar sola o simplemente por el hecho de no decidir qué pista tomar”, cuenta en un intervalo de su tarea, que lo tiene todo el día paseando por las pistas. “Vine a vivir en 2000 y ya no me voy más. Me quedé con la nieve.”

MARTINA LATTANZIO E IGNACIO SLEMENSON. LOS EX POLLITOS
Su amplia sonrisa y una cabellera larga rubia sobresalen detrás de las antiparras y el casco rojo. La pequeña Martina Lattanzio es entusiasta. Empezó a esquiar a los 3 años en primavera, cuando por primera vez el Ski Club Bariloche -adonde sus hermanos mayores Franco y Dante, que ahora integran la Federación Rionegrina de Esquí, la llevaron muchas veces- la incluyó en la categoría Pollitos. Hoy, Martina Lattanzio tiene 10 años y se destaca en esquí en la categoría Infantiles. Va a clases todo el invierno, cada día lleva en sus bolsillos almendras, nueces y barritas de cereales para alimentarse mientras se desliza por el Cerro Catedral. Cuenta su mamá, Jacqueline, que cuando vio por primera vez nevar dijo: “Me parece un sueño poder ir a esquiar”. Pero cuando pudo hacerlo “estaba cansada, siempre encontraba algún dolor y se hacía bajar en camilla”. Martu, como le dicen en el club y en casa, dice estar feliz de levantarse temprano cada día para ir al cerro a esquiar, porque siente que es su segundo hogar.
Ignacio Slemenson, con sólo 8 años, ya es un fanático del esquí. Cuenta los días para ir al cerro y cuando el invierno se instala y se habilitan las pistas, va a dormir temprano para tener energías al día siguiente. “Muere por poder esquiar solo, siempre dice que le gustaría estar solo en la montaña”, cuenta Laura, la mamá de Ignacio Slemenson, el pequeño inquieto que comenzó a los 4 años con los pollitos del Ski Club Bariloche adonde asiste este invierno a su primer año de Infantiles. En la escuelita empiezan con la competencia que se fusiona con la parte lúdica del deporte invernal para niños. Para Nacho, el Cerro Catedral es la colonia de vacaciones donde no se pierde un solo día de temporada. Su incentivo mayor es su papá, Andrés, que años atrás fue instructor, por eso la montaña nevada es algo natural para él y para su hermano, dos años mayor, que también practica esquí en el club.

RODRIGO AMADEO. EL RIDER DEL PATIO
Rodrigo sale de su casa, mira cómo está el cerro y decide subir. Vive todo el año a sólo dos cuadras de la base de la montaña, en la Villa Catedral. “El cerro es el patio de mi casa”, bromea el popular Rodrigo Amadeo, uno de los pioneros del snowboard en Bariloche, que comenzó a practicarlo cuando tenía 16 años, a poco de llegar a vivir a la ciudad con su familia. Hoy tiene 40 y realiza los mejores saltos del cerro con su tabla. “Siempre tengo esa ansiedad por la nieve, eso es lo bueno de depender de la naturaleza, que dispone si podés salir con la tabla o no”, reflexiona el Pelado, como es conocido en todos los ámbitos. Rodrigo se mueve como en su casa en las pistas del Catedral. Acá aprendió, se formó, fue instructor durante 20 años y compitió; incluso cruzó el Atlántico y logró buenos resultados en campeonatos europeos de snowboard. Ahora se retiró de la enseñanza, pero siempre está listo para salir a la montaña, sobre todo en las zonas fuera de pista: “La libertad que da la tabla es impagable”, sintetiza.

JOSEFINA ACHAVAL RODRÍGUEZ. LA CORDOBESA DEL LYNCH
Tiritando de frío, con los dientes apretados, indumentaria y gorro chef, Josefina posa en medio de la nieve con una cazuela de goulash. Su tono cordobés parece haberlo dejado en la entrada a Bariloche, pero no olvida su origen: la cálida La Cumbre, en las sierras de Córdoba. Josefina Achával Rodríguez es la joven de 26 años que encanta el paladar de los turistas en el refugio Lynch, en la cima del Catedral, adonde llegó por primera vez cuatro años atrás y cada invierno repite la tradición de hacer temporada en la nieve. “La vista que tengo al trabajar me fascina y además veo el amanecer desde la cumbre todos los días, eso es lo mejor”, dice sonriente la cocinera especialista en pizzas gourmet y platos regionales que ofrece el parador a 2000 metros sobre el nivel del mar. Hasta allí llega cada día bien temprano por el cablecarril, con la tabla de snowboard a cuestas para aprovechar a deslizarse por la nieve y hacer algunos saltos cuando termina el horario laboral, antes de volver a casa de su hermana, que vive en la ciudad.

MAURO URRA. EL PATRULLERO
De chico, su papá cada tanto lo traía al cerro para que aprendiera a esquiar. No era una actividad habitual para una familia de trabajadores, por su elevado costo. Pero Mauro Urra encontró el modo de disfrutar del cerro cuando de joven comenzó a trabajar como sillero en los medios de elevación. Hasta que en 1999 se capacitó para incorporarse a la patrulla de rescate de la que hoy es segundo jefe. “Somos los primeros que subimos a recorrer cada pista, detectamos posibles zonas de riesgo, las demarcamos y elaboramos un informe antes de que lleguen los esquiadores”, explica Mauro, de 38 años, que además se confiesa un “apasionado de la patrulla”. La tarea de Mauro y los 40 patrulleros de la montaña es amplia, abarca desde el valizado de pistas, la prevención de avalanchas hasta la tarea más compleja como una evacuación ante accidentes. Algunos llegan a ser trágicos y se pasan horas con una tarea meticulosa para rescatar esquiadores bajo una placa de nieve. “Sin vocación de servicio no se podría soportar”, dijo Mauro al exponer el lado malo de la tarea.

WALTER SOTO LÓPEZ. EL SILLERO
Walter Soto López, de 39 años, es operador de la silla Lynch en la cima del cerro. Hasta él llegan esquiadores y snowboardistas, pero también peatones de todas las edades, a los que tiende la mano para ayudar a bajar y saluda, siempre cordial. Para todos hay una sonrisa de su parte. “Lo bueno de este trabajo es que todos tienen buen humor, están predispuestos porque vienen a pasarla bien. Vivimos otra realidad”, dice Walter, entre risas, sobre su misión en la altura. La telesilla está en el último tramo del sector Norte y desde su puesto tiene un deslumbrante paisaje, por eso todos quieren llegar hasta allí arriba. “Desde acá nos reencontramos con los turistas que siempre eligen cierta fecha para venir y hasta somos testigos del crecimiento de sus hijos”, comenta. Walter trabaja desde hace 12 años en el cerro y acá aprendió a esquiar de grande, a los 27: “Tuve que aprender por necesidad. Costó al principio, pero todo el mundo puede hacerlo”, aasegura.
LA NACION