Un malón pacificado por un párroco italiano de a caballo

Un malón pacificado por un párroco italiano de a caballo

Por Roque A. Sanguinetti
Situada en el corazón de la provincia de Buenos Aires, 25 de Mayo era en 1859 una pequeña población en la frontera con el indio, más antiguamente llamada Fortín Mulitas.
Por aquellos años posteriores a Caseros, el cacique Juan Calfucurá, de la dinastía de los Piedras y también conocido como Piedra Azul, era el jefe supremo de la Confederación indígena y se lo llamaba el “Emperador de La Pampa”. Durante mucho tiempo saqueó los poblados con sus malones, y fueron incontables las muertes, los cautiverios, las destrucciones y los robos de hacienda que causó. De imponente contextura, temerario y astuto, era admirado por los indios, que lo creían adivino, y provocaba terror en los caseríos cristianos.
El 29 de octubre de ese año los habitantes de 25 de Mayo vieron en el horizonte la amenazante hilera de un malón que se detuvo lejos del poblado. Era el propio Calfucurá al mando de dos mil indios de lanza, cebados en sus habituales correrías.
El pueblo estaba indefenso porque la Comandancia militar se había ausentado, y se sabía que Calfucurá, quien ya lo había arrasado tres años antes, ahora además quería vengarse porque allí un pulpero había matado a un amigo suyo. La desesperación cundía y trataban de esconder a las mujeres y los niños.
Pero desde 1855 tenían un párroco italiano recién llegado al país, llamado Francisco Bibolini. Un personaje pintoresco, que hablaba mal el castellano y escribía peores poesías, y que a su manera oficiaba también de médico y ayudaba como podía a sus feligreses, aunque tenía un carácter impulsivo que le causaba no pocos problemas.
El caso es que el cura tuvo uno de sus arranques, se subió a su bichoco caballo tordillo y pese al miedo y a los pedidos de los pobladores decidió salir solo a enfrentarse con los indios. Lo vieron alejarse con su sotana negra y perderse en la distancia.
No se sabe de qué hablaron, pero al tiempo lo vieron volver… acompañado por el gran Calfucurá y los suyos. Como para creer en milagros. Esa noche los principales caciques durmieron en la casa del párroco y fueron agasa-jados con chocolate, cominillo y tortas fritas. El resto del malón vivaqueó en las afueras y habrá sido una noche larga para los habitantes, pero al día siguiente los indios partieron pacíficamente con muchas provisiones y una numerosa tropilla.
El pueblo se había salvado por la valentía del cura y su raro poder persuasivo.

COMO ATILA
El episodio es poco conocido pero quizás nos pueda resultar familiar. Porque es prácticamente idéntico al famoso que protagonizaron Atila, el rey de los Hunos llamado “el Azote de Dios”, y el papa León I. Después de arrasar con sus hordas media Europa, en el año 452 Atila iba a saquear Roma pero el papa salió desarmado a parlamentar con él e inexplicablemente, después de esa misteriosa conversación, el sitiador se retiró para siempre.
Allá un rey y un papa, acá y más de mil años después un “emperador” y un párroco: la historia se repitió puntualmente.
Tanto Bibolini como Calfucurá murieron nonagenarios. Una estatua lo recuerda al cura en el atrio de la iglesia principal en 25 de Mayo, y aunque no fue canonizado como León I, en cambio y paradójicamente, uno de los muy escasos argentinos beatificados es Ceferino Namuncurá… nieto de aquel temible Juan Calfucurá.
LA NACION