Entre la letra y el cuerpo

Entre la letra y el cuerpo

Por Soledad Quereilhac
El idioma de los argentinos (1928), Borges ensayaba una de sus tantas, y aleatorias, taxonomías del mundo, en este caso sobre los escritores: están aquellos “soslayados y chúcaros (Swinburne, Evaristo Carriego, Rafael Cansinos-Assens) cuya total aventura humana es la de su obra”; y aquellos otros de “vida cargada, cuya escritura es apenas un rato largo, un episodio de sus pobladísimos días. Eduardo Wilde fue uno de ellos”. Atenta al caudal de esa vida, que de a ratos decantó en lo mejor de la literatura argentina del siglo XIX, la abogada Maxine Hanon escribió una monumental biografía de dos tomos sobre este original representante de la generación del ochenta, médico, escritor y político, involucrado en empresas tan cruciales para la secularización de la cultura como la Ley 1420 de Educación y la Ley del Matrimonio Civil. Si en su ensayo, Borges reprochaba a Wilde no haber “barruntado que la posmuerte es vida”, esto es, no haber escrito lo suficiente para pervivir en sus libros, Hanon parece haberse propuesto subsanar esa ausencia con el fervor de las devotas: en sus más de mil páginas, la autora copia sin ningún complejo de síntesis las numerosas cartas personales, discursos parlamentarios, artículos periodísticos, manuscritos inéditos y aun partes de libros ya publicados, que a lo largo de los años ha hallado en las bibliotecas, hemerotecas y archivos. Todo ello intercalado con el relato de la vida de Wilde, que comienza de hecho con la historia de sus abuelos y luego de su padre, y que finaliza con su muerte en Bruselas en 1913.
Misceláneo, difícil de clasificar, huidizo del unívoco rótulo de “biografía”, el libro de Hanon es un buen ejemplo tanto de la pasión por la investigación historiográfica y de la exhaustividad en la búsqueda de fuentes, como de cierta inmadurez metodológica y acaso, también, de pretensiones de narradora. A los numerosos pasajes ficcionalizados, en que los actores dialogan y emiten sus opiniones de manera algo acartonada, se suman asimismo diálogos que la propia autora mantiene con el espíritu de Wilde, y en los que se tratan respectivamente de “doctor” y “doctora”; hacia el final, de hecho, el propio Wilde le agradece a Hanon el haber intentado “comprenderlo”. Pero en otros momentos, la escritura adquiere formalidad y es lo fáctico, lo documentado, lo que prevalece, intercalado con la reproducción de valiosos documentos personales, entre los que se destacan los intercambios con Julio Roca (amigo de Wilde desde los años del Colegio de Uruguay) y las encarnizadas tensiones con los católicos a propósito de la enseñanza laica. No obstante, este fervor por incluirlo todo, por no dejar pasar ni el más mínimo detalle de una polémica periodística o de un debate parlamentario, termina creando un efecto adverso: al no haber énfasis ni jerarquización de la información, los acontecimientos relevantes quedan igualados con lo anecdótico. En dirección contraria, no hay mención en el cuerpo del libro de otros estudios sobre Eduardo Wilde (si bien se los cita al final como consultados), a excepción de Soy Roca, de Félix Luna, con quien Hanon polemiza brevemente.
Con todo, ambos volúmenes hacen honor al subtítulo que los acompaña (Una historia argentina?, con inefables puntos suspensivos), dado que al tiempo que focalizan en la vida de Wilde, retratan asimismo momentos representativos de la historia argentina, sobre todo en lo relativo al complejo proceso de organización del Estado Nacional. Entre ellos, los años de formación de muchos futuros exponentes políticos de la generación del ochenta, contrarios al mitrismo, en el Colegio de Uruguay (Entre Ríos), original proyecto de Urquiza que tuvo su auge durante el gobierno de Sarmiento; también, un riguroso paneo de las orientaciones políticas de publicaciones satíricas como El Mosquito y Don Quijote, y de los periódicos La Nacion, La Prensa, El Diario, El Nacional, etc.; por último, las profundas tensiones entre las fracciones modernizadoras y laicas, y los católicos, siempre conservadores y contrarios a la separación entre la Iglesia y el Estado.
Mimetizada con el tono entre solemne y moral de muchas de sus fuentes del siglo XIX, que abusa tanto del panegírico, la idealización del individuo y la ponderación de valores abstractamente “republicanos”, pero evidenciando, no obstante, la investigación más completa que se haya realizado sobre la figura de Eduardo Wilde, la biografía de Hanon será sin duda, de ahora más, una referencia obligada para quienes exploren la obra de este singular “hombre de letras” del siglo XIX.
LA NACION